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Contempló, a través de la ventana de la habitación, la maravillosa vista de la ciudad

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Contempló, a través de la ventana de la habitación, la maravillosa vista de la ciudad. Sus viejos tejados de terracota y las pintorescas casitas que se desplegaban en las faldas de las colinas. Aquellas queridas imágenes quedarían grabadas en su memoria como recuerdo de los días felices que habían pasado juntos. Jungkook le había comprado, en el mercado de Castelnuovo di Garfagnana, una imagen de oro de una santa que, según él, se parecía mucho a ella. Ella había sonreído discretamente al verla, pensando que aquel parecido debía estar sólo en su imaginación. Pero había sido un detalle que le había llegado al alma, porque, por primera vez en aquel viaje, se había comportado como si su relación fuera algo más que un simple matrimonio de conveniencia.

Jungkook la había llevado por toda la Toscana y habían paseado juntos, agarrados de la mano como cualquier pareja de enamorados por las calles estrechas y tortuosas de aquellos pequeños pueblos tan hermosos, yendo de compras a los mercadillos tradicionales y degustando los platos típicos de la región en pintorescos restaurantes. El mismo hombre que le había advertido que no se enamorara de él parecía haber cambiado las reglas del juego sin previo aviso y ella no había querido pedirle explicaciones por temor a romper el hechizo de aquellos momentos tan felices. Habían ido de picnic y habían comido sentados en la hierba entre las flores silvestres de las desiertas colinas, y habían pasado también largas veladas en su villa de Collina Verde escuchando la música clásica que a ella tanto le gustaba. Florencia y Siena le habían parecido unas ciudades adorables, pero con demasiada gente y demasiado calor en aquella época del año. Jungkook le había prometido volver allí con ella cuando hubiera pasado la temporada alta de turismo. Ahora, se preguntaba si podría mantener su promesa.

Había visto también que él era como los demás mortales y que sufría de vez en cuando unas migrañas insoportables, aunque él no quería nunca hablar de ello y adoptaba una imagen estoica de hombre duro que a ella le hacía mucha gracia cada vez que lo recordaba. Lo cierto era que, en algún momento de su relación, aquel viaje se había convertido en una auténtica luna de miel.

Le había regalado también, en Florencia, un precioso bolso de diseño y un cuadro que a ella le pareció tan horroroso, que había tratado de deshacerse de él. Finalmente, no se había atrevido a hacerlo para que él no le dijese que entendía muy poco de pintura.

Y luego las joyas... A él le gustaba regalarle joyas y más aún verla con ellas puestas. Pasó suavemente los dedos por la delicada gargantilla de lágrimas de oro que, puesta en el cuello, se asemejaba a un signo de interrogación. Se la había dado por su cumpleaños. Acababa de cumplir treinta y un años, y él se había acordado de la fecha sin que ella se lo hubiera dicho. Habían quedado en ir a comer al día siguiente con Alice y Dante, y estaba empeñado en que llevase también una pulsera y unos pendientes de brillantes para que no desentonara con Alice durante la comida.

La había llevado también a ver las tumbas etruscas y los esplendorosos palazzos, y le había enseñado a apreciar un buen vino. Se había reído mucho cuando ella le había contado el mal rato que había pasado en la cena de su primera cita cuando había acabado tomando el postre con la cuchara en vez de con el tenedor.

Lo que sí sabía era que se había enamorado de su marido. Le iba a resultar muy difícil tener que prescindir de él, porque Jungkook di Silvestri era ya una persona indispensable en su vida y no podía comprender la felicidad lejos de él.

Aquella noche, mientras cenaban, Jungkook volvió a insistir en que le revelara el nombre de la persona que le había hablado de su mala reputación. Ella se apiadó de él y acabó confesándole que había sido su antigua ama de llaves, que era vecina de sus padres.

— Firmó un acuerdo de confidencialidad al entrar a mi servicio, como todos mis empleados. No me puedo creer que haya estado difundiendo chismorreos sobre mi vida privada.

— No debería haberte dicho nada —dijo Zuzana con un gesto de tristeza—. Y quizá tampoco debería haberla escuchado a ella. Stella parecía algo resentida por haber tenido que jubilarse antes de lo que esperaba.

— Fue sorprendida robando dinero de la casa y vendiendo vino a escondidas —replicó Jungkook muy serio—. Por eso pensé que la mejor solución sería jubilarla y poner en su puesto a Tommaso.

— ¿Y por qué no la denunciaste?

— Es una mujer mayor que estuvo trabajando casi toda su vida al servicio de la familia Montgomery. Pensé que sería mejor para ella rescindirle el contrato que airear sus actos delictivos.

Regresaron al hotel paseando agarrados de la mano. Había una luna espléndida aquella noche. Al llegar a una plaza, él se detuvo y la besó. Fue un beso suave pero lleno de pasión que a ella le caló en lo más hondo de su alma y de su corazón.

— Creo que te juzgué mal —afirmó ella en tono de disculpa—. Tenía de ti la peor opinión del mundo incluso antes de conocerte.

— Pero ahora ya no es así, ¿verdad, piccola mia?

— ¿Eres un playboy como dice la prensa sensacionalista? —preguntó Zuzana sin rodeos tratando de despejar todas sus dudas sobre él.

Jungkook emitió una especie de gruñido en respuesta a la pregunta.

— ¿Vas a utilizar mi respuesta en mi contra?

— Probablemente —admitió ella.

— Confieso que me aproveché de algunas chicas cuando era más joven y el sexo era para mí sólo una diversión, pero ni siquiera entonces mentí a ninguna ni le hice promesas que no pensase cumplir. Crecí al lado de mi padre, que siempre estaba con dos o más mujeres a la vez, y pude ver el daño que les hizo. Me juré que yo nunca llevaría una vida como la suya, con gritos y peleas a todas horas, y escenas de celos y amargas rupturas.

— La mentira es lo único que yo no podría perdonar —dijo ella—. La sinceridad es lo más importante para mí.

El rostro de Jungkook pareció cobrar una inusitada tensión. Zuzana lo miró fijamente en el vestíbulo de aquel pequeño hotel y sospechó que, probablemente, le había molestado su comentario. Quizá ella tenía unos principios demasiado estrictos para él. O, tal vez, él había sospechado que ella estaba tratando de arrancarle una promesa. Nada más lejos de la realidad. No quería nada de él que no fuese por su propia voluntad.

Aquella noche, después de que Jungkook se quedó dormido, Zuzana permaneció despierta a su lado pensando lo que el futuro podría depararle.

the heir | jeon jungkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora