Capítulo 18

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La verdad, vimos los resultado a finales de semana. Lo de levantar las paredes lo hacía más automático y más rápido, pero Nicco las seguía derrumbando. Como había dicho el libro, ya no tenía que imaginarme el campo de encinas, lo cual hacía que ganase tiempo. Nicco, poco a poco, se iba encontrando mejor. Iba superando la matanza de sus seres queridos. Cam y Edrik estaban más unidos que nunca y Gabriel y Kim habían recuperado su "amistad". Pero a mí me preocupaba algo. Ellos parecían haberse olvidado de que íbamos a enfrentarnos a una guerra. Parecían creer que aquello iba a ser así de bonito siempre. Pero los ataques por nuestra parte continuaban, y cada vez eran más potentes. Cada vez había más muertos. Y el rey cada vez estaba más enfadado.

Había ido de un campamento a otro sin parar, y no iba a permitir que más amigos míos muriesen. El Señor tenía planes para Nicco y para mí. Edrik, al ser el príncipe "exiliado", estaba en peligro con solo pisar fuera del campamento y, como lo necesitábamos y no queríamos más bajas, permanecía dentro del campamento en todo momento. Conocía a cambiatonos nuevos continuamente. Algunos más agradable, y otros a los que me habría gustado matar en cada instante que pasaba con ellos. De todas maneras, no podía permitirme odiar a nadie ni descentrarme de lo que debía hacer, así que me limitaba a ignorarlos de todas las maneras posibles. 

-Vamos a intentarlo una última vez - me dijo Nicco.

Llevábamos más horas de lo normal practicando el bloqueo mental. De repente, oí la puerta de la biblioteca abrirse, y la cara de Vera Portavenue apareció, tan arrogante como siempre.

-Ah, ¿os he interrumpido? - preguntó con aquella vocecilla tan "inocente" y dulzona que tenía, aunque ella, conmigo, era todo lo contrario.

La melena castaña le caía sobre los hombros, y sus ojos café tenían intenciones más pícaras de lo normal. Puse los ojos en blanco y mi rostro reprodujo una mueca de asco en cuanto la vio.

-Nicco - le llamó -, es que me tengo que estudiar unos papeles que me ha dado el jefe... y no sé como... y como tú eres inteligente... pensé que podrías ayudarme...

El pelo se me incendió y dejé las marcas chamuscadas de mis manos sobre el sillón en el que estaba sentada. Tranquila, me dijo Nicco mentalmente. Por si te queda alguna duda, lector, aquello no me tranquilizó lo más mínimo, todo lo contrario.

-Ahora no puedo, estoy ocupado, como podrás observar - le dijo Nicco -. Probablemente esté aquí hasta la noche.

Aquella mentira sí que me tranquilizó.

-Es que... es súper urgente... y con ella - me señaló, y la sonreí irónicamente - pasas siempre mucho rato...

Yo la mato, yo la mato, yo la mato, pensé, estúpida, estúpida, estúpida. Nicco sonrió. Había oído mis pensamientos. Yo reí. Ella vio que Nicco y yo estábamos compartiendo una broma privada, por lo que cerró la boca y paró de hablar.

-No insistas. Ya te he dicho que no puedo.

-Vale... Cuando tengas tiempo me dices, ¿vale?

Comenzó a llover, pero no fue llovizna. Fue más como tú una tormenta.

-Cierra la puerta al salir - la dije.

Me miró con odio, y la volví a sonreír irónicamente. Ella dio la vuelta sobre sus talones lentamente y puso la mano en el pomo. Abrió la puerta y salió. Y esperé que se empapase, cogiese un  resfriado de los gordos, y no saliese de su apartamento nunca más. Nicco rió.

La Reina Perdida [SC #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora