Capítulo 4

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Llevábamos ya un cuarto de hora caminando en silencio cuando pregunté:

-¿Vamos a ir a pie todo el trayecto?

Me miró, molesta – muy molesta –, aunque, verdaderamente, no me extrañaba en absoluto.

-No. Hay una estación de aerodeslizadores a una hora de aquí. Allí cogeremos uno y te llevaré al campamento.

Me fijé en las quemaduras que había en su piel. Yo misma las había hecho.

-¿Te hice mucho daño cuando te lancé la pared de fuego?

¿En serio, Odette?, me reprendió mi subconsciente, ¡La has abrasado! Pero, tú no te preocupes, guapa, porque no la has herido absolutamente nada. No la has hecho ni un solo rasguño. Ella ha salido ilesa. A veces, mi voz interior era muy estúpida e irónica.

-Sí.

-Espera – dije frenándola.

Puse mis manos sobre sus mejillas y empecé a emanar frío y absorber calor. Recordé que, cuando era pequeña, me curé una quemadura de una manera extraña, por lo que supuse que con ella también podría funcionar. Segundos después, su cuerpo ya estaba igual que cuando la había conocido.

-¿Cómo lo has hecho?

Me encogí de hombros. No la iba a decir que sentía haberla quemado, porque no era verdad, pero al menos quería curarle las heridas. Tenía que admitir que me había pasado un poco.

-¿Conociste a mis padres? – pregunté.

-No. Pero son ídolos en nuestra sociedad.

¿Ídolos? ¿En serio?

-¿Cuál es tu nombre?

-Amy. Amy Sloworm.

-Ahora es el momento en el que yo respondería encantada y te diría cuál es mi nombre, pero ya lo sabes y nos conocemos desde hace, al menos, veinte minutos así que no tiene mucho sentido.

Ella rió de forma amarga. Además, su voz y su miraba me informaba de que su vida no había sido muy agradable. Se le notaba en los gestos. No sabía a dónde me llevaba, pero esperaba que no fuese allí dónde había sufrido.

Cuando llegamos a la estación, me quedé impactada. ¿Cómo podrían haber construido aquellos monstruos? Amy me llevó hasta un aerodeslizador grande y negro. Una vez estuve dentro, me fijé en la cantidad de botones que había en el centro de control. Nadie en su sano juicio podía controlar eso. ¿Y si algún botón fallaba? ¿Y si el piloto fallaba? Me senté en un asiento de piel que estaba contra una de las paredes de la nave y me abroché el cinturón. A mi derecha, había dos chicos que no parecían mayores que yo. A mi izquierda se encontraba Amy.

-No te preocupes – me dijo –. Sabe cómo controlar este trasto.

Señaló a un hombre de mediana edad situado en el centro de control, examinando los muchos botones que había frente a él. Minutos después, sonó el rugido de los motores, que señalaba que despegaríamos dentro de poco tiempo. Pero, cuando estábamos a punto de elevarnos en el aire, algo pasó. Todo se volvió negro, y, en el vacío, solo nos encontrábamos una extraña figura y yo. Estaba de espaldas a mí, pero cuando se dio la vuelta para tenerme cara a cara, tuve que esforzarme para no gritar. Era una anciana delgada y con la piel similar a la de una pasa. Su ropa estaba manchada de un extraño líquido rojo y su cara, demacrada de nariz para abajo, exhibía una extraña sonrisa psicótica.

-No confíes en nadie, porque nadie te entenderá, y, cuando tengan una oportunidad de matarte, lo harán.

Comenzó a reírse, y, de repente, estaba de vuelta en el aerodeslizador, con Amy a mi lado. Me observó extrañada ante mi mirada de pánico y, poco a poco, entendí que ella no había sentido ni visto nada. Me olvidé de lo que acababa de ocurrir y seguí actuando normal.

La Reina Perdida [SC #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora