Capítulo Cuatro: Primer día de escuela

32 2 0
                                    

Constanza se vio condenada a asistir a aquella escuela para gente mediocre y sucia como su familia.

Primer día de escuela, Constanza cepilló sus dientes, y sólo cepilló sus dientes. Estaba tan enfadada con su familia que desayunó dentro de su habitación, y no como habitualmente hacía en el comedor. Lo hizo porque no quería escuchar ese sermón de su madre que la obligaba a ir a aquella escuela de paredes ralladas y chicos de cara grasosa. Sus padres le habían prohibido llevar su teléfono a la escuela, pero ella también les había prohibido que la inscribiesen en aquella escuela y ellos había ignorado fríamente esta prohibición. Así que cerró la puerta de su habitación, tomó su teléfono, lo metió dentro de su viejo morral rosado y siguió comiendo. Cuando terminó, se puso su nuevo uniforme, el cual consistía de una falda por debajo de la rodilla, una camisa celeste con el logo barato de aquella escuela (un colibrí con el nombre de la institución en la parte de abajo), medias unos centímetros más alejadas de la rodilla y unos zapatos pesados y sucios que todavía conservaba del año escolar pasado porque sus padres no podían comprar unos nuevos.

Constanza salió de su habitación luciendo como un completo desastre de pies a cabeza, tan sólo por ver su apariencia podías notar el desgano que tenía de asistir a clases. Apenas sus padres desde la cocina la vieron caminar arrastrando los pies, con la camisa por fuera de su falda y su cabello desarreglado, sólo se miraron decepcionados de la actitud arrogante de su hija. Normalmente, esa actitud habría terminado en reproche y ordenes desobedecidas, pero no querían volver a revivir la agotadora experiencia del día pasado; donde Constanza bajó del techo llorando y haciendo un gigantesco drama innecesario después de ver a lo lejos la ciudad, sus padres la regañaron pero eso eso sólo hizo las cosas peor. Por eso sus padres simplemente optaron por ver a ambas hermanas irse en un descuidado, viejo y oxidado autobús público que las llevaría en unas pocas paradas hasta su escuela.

Ambas colegialas entraron a aquel autobús público oloroso al tufo de aquellos trabajadores que iban directo a sus minuciosos empleos. Constanza le dio un vistazo a aquel atestado autobús, no había puestos libres para que ellas se sentaran. Iba tan lleno que habían cerca de veinte personas paradas intentando agarrarse a los asientos, todos con miradas de indiferencia, sumidos en su rutina sin advertir que aquellas chicas podrían necesitar asiento. Ningún caballero le cedería su muy solicitado puesto porque sólo habían hombres pobres con penes, no caballeros.

— ¿A dónde van?— dijo el conductor, quien despidió un aliento pestilente en sus rostros.

Este era un señor cuarentón de ojos saltones, mal vestido, con evidente sobrepeso.

— Creo que es obvio. —susurró Constanza entre dientes mirando lo que ella consideraba un desagradable uniforme.

Asunción le dijo el nombre de su nueva escuela y le tendió el dinero al chófer del autobús. Constanza estaba tan asqueada por ese hombre obeso que no pudo contener una mueca con su boca. El autobús arrancó con torpeza. Constanza y Asunción se balancearon y en su mismo sitio se sostuvieron del primer tubo que encontraron. No podían sentarse, no podían ni siquiera caminar.

A pesar de lo corto que fue el viaje, a Constanza se le hizo una eternidad. Debido a su cercanía a la puerta del conductor, la cual tenía una ventana rota, sus piernas se llenaron de la tierra del camino. Asunción recogió su cabello en una trenza y le sugirió a su hermana que hiciera lo mismo. Pero Constanza por mera rebeldía dejó que su cabello se metiera en su boca, chocara contra su frente y se adentrara en sus ojos.

Aquél lugar era desagradable, las calles estropeadas, los peatones maleducados y la invasión del espacio personal, hacían de esa experiencia una de las más incómodas que se podrían experimentar.

GRANADA | LA FRATERNIDAD | #PGP2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora