Capítulo Dieciocho: El trato

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Escaparon de la fiesta sin avisarle a nadie, directo a su pedófilo y pervertido destino. Pero en este caso, ¿quién era el perverso? Ambos con las garras afiladas y calentadas al fuego, listas para cortar y hervir la cara de las reglas de lo que estaba bien.

Constanza había quedado atónita al ver el lujoso auto, sus manos temblaban de emoción, sonreía e iba de la mano de Aldo como la niña que era. Aldo la había dejado sentarse en el asiento de adelante, para registrar dentro de su vestido mientras la brillante luz roja del semáforo alumbrara. Le apretaba los muslos pálidos y acercaba más la mano a su entrepierna, Constanza rodaba los ojos con total indiferencia, viendo desde la ventana la gran ciudad, riendo con sus grandes ojos iluminando todo, ya el poder invadía y corría por cada vena de su cuerpo, la emoción, la ansiedad, todo eso combinado había sido tan fácil de lograr, sólo había que tocar la puerta indicada. La ciudad era como un sueño, las luces de colores, el impecable y prolijo interior del auto, el suave asfalto debajo de ellos... En cuanto a Aldo, él veía a su retoño, a su pequeña pajarita, presa de un trato malintencionado y lujurioso deseo. Su excitación al ver todo aquel control y poder programado desde hace tantos años, creando en su mente diabólica a Granada, debía ser expresado de alguna forma, y al ver a aquella niña tras la puerta de vidrio, sus entrañas ardieron de gracia y apetito. Había dejado a sus socios abandonados en su supuesta celebración, para descargar su explosiva radiactividad en su pequeña e interesada Meretriz, cuyo precio había sido bajo para él.

Llegaron a su destino, se estacionaron en la parte exterior del estacionamiento, Constanza estaba boquiabierta admirando el gigantesco edificio. La noche caliente, moderna, titilante, iluminada de la ciudad, le daban la bienvenida a casa, por fin el lugar donde pertenecía. Aldo notó los ojos brillantes de Constanza, admirando dentro de su auto el imponente edificio. La empujó con fuerza hacia él y le besó su cuello, con furia, con gran hambre, resoplando como si de una bestia se tratase, lamiéndolo y acariciándole su cadera apretándola muy fuerte, su aliento hervía tanto como el humo de una fogata. Constanza, no quería empezar allí, moría por entrar al elegante edificio, así que apartó a Aldo con un fuerte manotazo en su cara.

— ¡Vamos a subir!

Se bajó con emoción del auto, todo era como un parque de diversiones para ella. A Aldo no le importó el brusco gesto, de todas formas, era una niña y era suya en ese momento. Aldo supuso que ella no conocía la ciudad, era obvio que provenía de un barrio lejano, por su manera de actuar, de vestirse y de comportarse... Y estaba en lo cierto. Aldo acomodó su traje, sintiendo su piel caliente, le incomodaba la tela de sus pantalones, deseaba arrebatárselos, y arrebatarle a ella toda la ropa también. Vio a su niña correr hasta la puerta con aquellos altos tacones, que marcaban el golpe de sus pasos en el asfalto, él sólo caminó.

— No corras. Contrólate.— dijo ansioso

Constanza sin hacerle caso esperó a que Aldo abriera la puerta del edificio. Un panel con números como si fuese una calculadora estaba a un lado de la puerta, Aldo marcó la contraseña, la puerta se abrió y ambos entraron al lobby. Constanza corrió y se quedó atónica al ver el lobby del edificio, con su pulido piso y su gran techo, con un candelabro sobre una mesa decorada con una estatua de una Venus de Milo. Detrás de la mesa estaba el ascensor, Constanza corrió hasta que de repente se tropezó, sosteniéndose de la mesa, sus tacones no aguantaron su emoción. La venus se tambaleó como aquel ridículo mesonero de hace unas horas. Aldo se detuvo en seco y vio a la Venus fijamente hasta que dejó de tambalearse, su corazón subió hasta su garganta del enojo.

— ¡Si rompes algo, lo pagarás tú! No recibirás lo que quieres.— rugió Aldo.

Constanza tragó saliva y calmó su euforia.

En el ascensor de espejos, Constanza admiró su reflejo, ¡estaba en un edificio de lujo! y así ella estuviese desastroza, había cumplido su misión y disfrutaba cada segundo. Ella pensó que Aldo la comenzaría a tocar estando en el ascensor, como había sido en veces anteriores con Martín. Pero Aldo estaba tan ensimismado en su reflejo como ella en el suyo. Sentía una atracción inexplicablemente intensa por ese lugar. Ella en ese momento era tan infinita que era incapaz de alcanzar a ver su último reflejo.

GRANADA | LA FRATERNIDAD | #PGP2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora