Capítulo Cinco: La mañana siguiente

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Después de barrer su habitación como todas las mañanas después de despertarse. Dixie llamó a la casa de Aldo desde su teléfono, listo para darle su ansiosa respuesta.

— ¿Aldo?

— Aldo no está en casa. ¿Quién llama?— preguntó una mujer de voz cansada y grave.

— Hola Margarita, soy Dixie. ¿Cuándo llega a su casa?

—Creo que dentro de unas dos horas ¿Por qué?

— Estaré allí dentro de unos minutos, quiero hablar con él.

— Como diga, señor.

Dixie trancó la llamada y fue corriendo a su armario a vestirse. Mientras cruzaba la sala, bien acomodada y siempre limpia, yendo hacia el ascensor, la madre de Dixie, una mujer rubia, alta y delgada, notó su entusiasmo y dijo:

— ¿A dónde vas tan temprano? Apenas son las ocho de la mañana.

— Voy a casa de Aldo.

— ¿Es acerca de lo que hablaron ayer en el estudio?

— Sí.

— ¿Aceptarás el empleo?

Su madre no tenía idea del verdadero trabajo que Dixie desempeñaría, él no le había contado nada acerca de la reunión a su madre. De seguro Aldo se había encargado de decirle que era sólo un empleo, si él veía necesario ocultárselo a su madre, entonces eso sería lo mejor.

— Sí, lo tomaré.

Ella frunció el ceño y suspiró.

— Ten cuidado... ¿Recuerdas las cosas que una vez hicieron estando los dos en la escuela?

— Esto no tiene que ver con la escuela. Éramos niños y queríamos jugar.

— Sí, y ahora ambos son hombres y deben asumir las cosas con responsabilidad. Ya los juegos terminaron.

Dixie le sonrió a su mamá.

— Aldo no habla de juegos, esta es una propuesta bastante buena.— dijo Dixie con una sonrisa sincera.

— No aceptes algo que no quieras hacer.

— Quiero este empleo.

Dixie entró al ascensor que se hallaba en una esquina de la sala y marcó el botón para ir al estacionamiento. Mientras el ascensor bajaba él se miraba en el gran espejo que se disponía frente a él. Arregló su cabello dorado. Ya estaba decidido. Llegó al estacionamiento. Este se hallaba debajo del edificio, era un gran rectángulo con muchos carros y camionetas perfectamente alineados, para variar gruesos pilares se disponían en ajedrez, con la importante función de sostener el edificio. Dixie caminó hacia su camioneta blanca, cada paso que daba se escuchaba por todo el gris estacionamiento como un eco. La camioneta en realidad era de su madre, pero la madre de Dixie se la cedía sin problemas, estaba a su libre disposición. Dixie entró y encendió su camioneta. El color crema de los asientos se encontraba impecable y el agradable y característico aroma a nuevo impregnaba el auto. Dixie condujo hasta el apartamento de Aldo.

Era fácil llegar hasta allá, no era muy lejos. El tráfico en las calles era moderado e ininterrumpido a esa hora de la mañana. Las calles anchas de la ciudad siempre estaban perfectamente asfaltadas y por supuesto eran abrasadas por los edificios de disparejas alturas. La camioneta de Dixie se trasladaba con un movimiento tan fluido que era refinado, suave y tan pulcro como él. El edificio donde Aldo vivía era un edificio bastante alto, quizás unos cinco pisos más alto que el de Dixie, sin embargo, no contaba con aquellos grandes ventanales que el estudio de Dixie ofrecía. El factor lujoso de aquel edificio eran los balcones, unos balcones medianos donde el vértigo tomaba lugar, pero la preciosa vista de la ciudad neutralizaba este miedo. Allí estaba Margarita, descansando unos minutos de sus labores como señora de la limpieza, mientras veía los edificios de la ciudad. Sentía el sol y la brisa en su grueso cuerpo, le gustaban los balcones y las alturas precisamente por eso, tenía uno en su propia casa, pero el de su empleador Aldo era mucho mejor que el de ella, más amplio y de mayor altura. Pasados esos minutos de descanso, Margarita amarró su cabello negro y desaliñado en un moño igualmente de desaliñado, y se dispuso a terminar de asear el baño. En eso, el intercomunicador sonó, Margarita se apresuró a atender.

— Hola Margarita, ya estoy abajo, ya puedes abrirme el portón para entrar al edificio.— dijo Dixie.

Margarita presionó un botón y la puerta principal del edificio se abrió. Después de estacionar su camioneta en el estacionamiento que era casi exactamente igual al suyo, Dixie entró al lobby de pisos de porcelana blanca, pulida y paredes grises con un diseño de excepcional elegancia. Dixie llamó al ascensor. El ascensor llegó, entró y marcó el piso veintiuno. Dixie siempre se impactaba al ver ese estresante ascensor tapizado de espejos hasta en el techo. Siempre que lo veía se arreglaba angustiado su cabello, camisa y medias. Sentía que debía acomodarse más.

Aldo no había llegado a su apartamento, su trabajo no había terminado aún.

GRANADA | LA FRATERNIDAD | #PGP2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora