En el quinto día de clases, ya Constanza era parte de la manada de las chicas. En ese día soleado y seco, apenas brisas calientes llenaban un poco el ambiente que se vivía. Entre la sequedad el cactus de la discordia crecía en ese desierto aburrido que era su vida.
Estando en las tediosas clases las tres muchachas no hacían más que hablar de los mismos temas triviales que aburrían a Constanza. El viejo y gordo profesor de lenguaje hablaba boberías acerca de un libro y mandaba a callar sin descanso al grupo de chicas desinteresadas en su clase. Constanza se sentaba con ellas más adelante, a pesar de que su puesto en la parte de atrás le llamaba y suplicaba que volviese a sentarse en él, de vuelta a la soledad de sus propios y valiosos pensamientos. Ella no paraba de pensar en que todos sus compañeros eran iguales, todos sudorosos, con puntos negros en su grasosa nariz, mal aliento y sudoración extrema en las axilas, vello facial desaliñado y vulgar, marcas de cortes, rasguños y moretones. A pesar de que sus amigas fuesen "sumamente refinadas", eso no bastaba para sentirse cómoda.
No obstante, ese día las chicas se comportaron de una manera un poco distante y misteriosa, no le dirigían mucho la palabra a Constanza, sólo se dedicaban a hablar de sus típicos temas entre ellas y de vez en cuando se susurraban al oído alguna especie de palabras clave. A Constanza obviamente no le importó su recelo por el simple motivo de que realmente a ella no le importaban sus creídas "amigas". Sólo quería encontrar lo antes posible una escalera de la cual aprovecharse.
Ya era la hora del recreo. Las tres chicas pasaban el rato en el mismo lugar todos los días, en unas bancas muy altas alejadas de los lugares más transitados por sus compañeros. Ese día las cuatro se sentaron allí, bajo ese llameante sol que llenaba de calor y luz todo el asfalto de la institución. Constanza aburrida y algo acalorada, miraba su teléfono celular mientras dejaba a sus amiguitas hablar de sus tonterías y de lo que sea que ocultaban de ella. Entre esos infantiles susurros y recelosas miradas, Esperanza notó el aburrimiento de su nueva integrante.
— ¿Saben? deberíamos incluir a Constanza en nuestra conversación. Ella se ve tan aburrida...
— ¡No, Esperanza! No lo hagas. Luego no podremos hablar bien de esta noche.
— ¿Por qué, Nadia? No me siento cómoda dejándola así de lado. Luego pensará que somos mal educadas.
Entonces Esperanza, tocó el hombro a Constanza con insistencia. Ella alzó desinteresada su mirada y vio que los tres pares de ojos femeninos e infantiles, la miraban fijamente.
—¿Qué ocurre? —dijo Constanza regalando una sonrisa falsa.
—No nos has contado el tipo de chicos que te gustan. —dijo Esperanza.
—¿Cómo te gustan? — preguntó Laura levantando una ceja.
Constanza no había pensado en chicos, era lo último que en ese momento pensaría. La pregunta la tomó desprevenida. El fracaso que tuvo con su relación con Martín, la había privado de los privilegios del dinero y de poder disfrutar de la ciudad. Y realmente, eso era todo lo que extrañaba de él... Sin embargo, podía aprovechar los beneficios que aquel anonimato le daba para crear una historia desgarradora y burlarse un poco de lo crédulas que resultaban estas chicas, y quizás le podría sacar provecho a su lástima. Pero necesitaba unos minutos para inventarla. Para ganar tiempo, se encogió de hombros y contestó su pregunta con otra pregunta:
¿Cómo les gustan a ustedes?
Las chicas se miraron entre ellas y rieron.
—Pues, a mí me gustan los chicos que son rubios. —dijo Nadia. —Pero me gustan mucho más los que tienen dinero.
Constanza no pudo evitar virar los ojos. Pero las chicas estaban tan ensimismadas en hablar de chicos, que no se dieron cuenta del fastidio de Constanza.
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GRANADA | LA FRATERNIDAD | #PGP2018
Teen FictionConstanza tiene una familia muy pobre, estudia en una escuela muy pobre y vive en la zona más pobre del estado. Ella odia todo lo que tenga que ver con pobreza, ya que desea tener una vida llena de lujos en la ciudad y ella haría lo que sea por obte...