Capítulo Diecisiete: La primera noche

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— Quiero que me cuentes más de ti. ¿Quién eres y qué quieres?

Constanza bebió de la copa de vino, le desagradó lo amargo que era, así que evitando hacer algún tipo de expresión, dejó la copa sobre la mesa que tenía en frente.

— Creo que la que debería preguntar eso soy yo.

— No, estás en mí territorio. Yo debería preguntar todo, tú no deberías estar aquí.

Constanza sonrió levemente.

— Tú quieres que yo esté aquí.

Aldo levantó ligeramente una ceja. Había una tensión extraña en el ambiente. Aldo no sabía si ella iba a matarlo o él la mataría a ella. Constanza dentro de ella quería saber qué cosas podría ofrecerle Aldo, qué beneficios de él podría sacar.

— ¿Por qué piensas eso?

— Me abriste la puerta.

Constanza movió las rodillas como si estuviese bailando. Ambos se miraron a los ojos.

— ¿Sabes quién soy yo? ¿Tienes alguna idea?

— Sólo se me ocurre que eres el dueño de la discoteca. ¿Quién eres?

Aldo inclinó un poco la cabeza hacia la derecha. Comprendió que ambos querían indagar en las intenciones del otro. Se cruzó de brazos y se echó hacia atrás en su asiento.

— A ver mujercita... Cuéntame cómo fue que llegaste aquí. Si tú lo haces, te diré quién soy.

— No pude entrar a la discoteca entonces busqué otra entrada.

— Dijiste que te echaron.

— Sí.

— ¿Los porteros?

— También.

— ¿No te parece un poco raro cómo paraste a mi puerta?

— Sí.

Aldo la miró nuevamente de pies a cabeza y volvió a resoplar. 

— Mis amigas no compraron mi entrada y tuve que quedarme a fuera de la discoteca, busqué un lugar para entrar y me dí cuenta de que esta entrada estaba abierta.

— ¿Y por qué dices que mereces estar aquí?

Constanza agitó coquetamente su cabello, sin apartar la fuerte mirada de los ojos de su contrincante.

— Por que estoy segura de que yo merezco lo mejor.

— ¿Por qué?

— Por qué yo soy lo mejor.

Aldo volvió a resoplar.

— No te ves como lo mejor. Tu cabello está despeinado, tu maquillaje corrido. Te ves como un desastre.

— Estuve en una pelea.

Aldo levantó ambas cejas.  

— ¿Con quién peleaste?

— Con mis amigas. 

— ¿Las que te negaron la entrada?

—Precisamente... Gracias, por cierto.

Aldo se acomodó en su asiento.

— ¿Por qué?

— Por decir la verdad, no pertenezco a ellas.

La comisura de la boca de Aldo se fue de lado, creando una mueca extraña, desnivelando todo su rostro.

— Tampoco perteneces aquí.

— ¿Por qué no? Me abriste.

Aldo desenlazó sus brazos, y dijo:

— Ahora vas a tener que demostrarme que eres merecedora de entrar.

Constanza no sonrió, sólo se quedó mirando fíjamente a Aldo. Aldo se le quedó mirando a ella y sus ojos se entrecerraron un poco, sabía que esta niña no pretendía hacerle nada, sino, ya hubiese disparado.

— ¿Qué es Granada?

— ¿Entonces sí sabías quien soy?

— No, sólo vi ese nombre en las entradas de mis amigas.

Aldo se levantó con desgano. Aún así esa chica no le hiciese daño, él igual no le revelaría detalles, sólo por si acaso resultaba una espía de alguna otra mafia.

— Granada es la dueña de esta fiesta.— dijo Aldo dirigiéndose a la barra para servirse una cerveza.  

— ¿Y tú? ¿Quién eres?

— No te lo diré.

— Prometiste decirme. 

— Mentí.

Constanza se cruzó de brazos, de cualquier forma averiguaría quien este hombre. Se dio cuenta de que ya había pasado tiempo y aún los otros dos hombres no llegaban. Aldo abría una mini nevera ubicada dentro de la barra y sacaba una botella de cerveza, tomó un abrebotellas y tiró de la tapa metálica. El amarillo burbujeante de la botella dió un suspiro cuando fue abierta, la espuma aumentó de tamaño y Aldo bebió de ella.

— Les diste órdenes a tus amigos, ¿son tus empleados?

Aldo apartó la botella de su boca.

— ¿Por qué una niña como tú quiere indagar en alguien como yo?

— ¿Por qué un hombre como tú quiere indagar en alguien como yo?

Aldo levantó las cejas, afincó sus dedos en la mesa de la barra y la cruzo lentamente, dando vuelta a su mano como un sacacorchos. Entrecerró sus ojos e hizo una mueca perversa, similar a una sonrisa, pero demasiado forzada y átona para ser realmente una. Sus ojos recorrieron las piernas de Constanza lentamente, acercándose a donde ella estaba sentada como un tigre.

— Quiero que la pasemos bien esta noche. Ya estoy aburrido de este lugar, ya mi labor está hecha.

Constanza lo veía acercarse de reojo. Quizás debía irse con él, no tenía otro lugar dónde ir, ni manera de regresar a su casa. Constanza pediría, daría su precio y él debía pagar antes de comprarla. ¿Prostitución? No, era un convenio, de todas formas, sea quien fuese, era un jefe o alguien con extremado dinero, ya que era obvio que nadie pagaría la zona privada de una discoteca para nada. Con el sabor en su boca del poder, Constanza sabía exactamente lo que quería. Aldo ya estaba a su lado, se sentó en el sofá con la burbujeante botella de cerveza en su mano, le apartó el cabello de la cara a Constanza y se acercó plantándole un efímero beso en la sucia mejilla.

— No sé por qué hemos insistido tanto en hablar.— dijo Aldo al oído de Constanza.— Las niñas hablan mucho.

Aldo continuó dándole besos suaves, creando un despiadado camino de besos hasta su boca. Constanza, con el corazón acelerándose más a cada segundo, volteó a ver al hombre decidida.

— Quiero que me hagas un favor antes.

Aldo se detuvo en seco. Y se apartó fastidiado, pero decidido a pagar el precio por recorrer a la pequeña diablita.

— Bien, ¿qué vas a querer?

GRANADA | LA FRATERNIDAD | #PGP2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora