Capítulo Diecinueve: Interés

6 1 0
                                    

Constanza durmió en la sala, en el mismo sofá donde se había acostado con Aldo, quien estaba acostado en la cama de su habitación, con las manos apoyando su nuca, mirando hacia el techo, oscura con dos cortinas tapando el ventanal y paredes de color negro como siempre había querido desde niño. No le preocupaba más que esta niña quisiese hacerle daño, ella no era tan inteligente como él, no tenía el poder que él tenía y sabía que no había personas detrás de ella, ella no trabajaba para nadie, porque no había hecho ninguna pregunta demasiado personal, había tenido sexo con ella y no pidió dinero, sino algo que le resultaba demasiado sencillo de realizar, era algo personal. Ella quería pertenecer a la ciudad, lo supo cuando le agradeció que haya dicho que no pertenecía a sus amigas, era obvio por todas sus actitudes de asombro y maravilla ante sus lujos que ella vivía lejos de la ciudad. Además, le había pedido que la llevara a su casa, si viviera en el interior podría tomar cualquier autobús y este la llevaría a su casa enseguida. Sólo para asegurarse de que podía aprovecharse del todo de ella, la asecharía, la perseguiría y averiguaría mucho más de ella. Ella no le había dado datos personales, pero descubriría todas sus debilidades antes de que ella averiguara más acerca de él. Era una niña averiguadora y no podía estar en desventaja, ya que eso representaría una amenaza para él, era su prostituta, y lo único que debía conocer de él es su dinero y su cuerpo semidesnudo. Era algo que se debía hacer si quería seguir viéndola, si sólo el interés del dinero impulsaba sus acciones en cualquier momento alguna otra mafia por competencia le regalaría una ensangrentada bala en la frente con el nombre de la niña, justo como Franco Estañel, perdiendo toda su organización y con ella la vida. En cambio, si su interés derivaba a no perder a su familia, a mantener en secreto su consumo de drogas o cualquier chisme de adolescente, la tendría en su bolsillo. Aldo sólo se manejaba con el miedo, para entrenar a un perro hacen falta azotes, y mientras más duro se azota, más firme y obediente se vuelve la perra.

Constanza acostada de lado, arropada con una sábana que Aldo le había dado, pensaba en lo mismo que su amante pensaba, en sus intereses.  Constanaza celebraba porque había logrado más de lo que había pensado tener esa noche, ahora sólo faltaba esperar qué más le deparaba el destino para ella. Cerró los ojos y con una sonrisa durmió tranquilamente.

***

Apenas de mañana, la ciudad ya tenía actividad: gente caminando comprando su desayuno, hombres y mujeres jóvenes trotando en la calle y autobuses llevando consigo a sólo unos pocos mañaneros pasajeros. El clima era agradable, ni muy caliente, ni muy frío. Constanza se despertó con la luz blanca mañanera que llenaba la sala. Aldo estaba cocinando algo que olía bastante bien. Constanza estiró su cuerpo, sonando dulcemente sus huesos involuntariamente. Aldo advirtió que estaba despertándose, vió su cabello castaño despienado y su piel brillar con la sábana blanca.

— En el baño te dejé pasta dental, no quiero que me beses oliendo a puerco.— le dijo sin mirarla.

Constanza se levantó alzó sus manos suspirando.

— No te besaré de gratis.

— ¿Quieres que te cocine algo?

— Leche y cereal estaría bien.

Constanza se dirigió hacia el baño. Aldo la siguió con la mirada, su niña parecía menor hoy, como si en la noche todo su cuerpo hubiese cambiado, no había notado que sin el asqueroso maquillaje que llevaba se veía más niña, más limpia y atractiva, lo que seguía sin gustarle era ese vestido barato. Siguió cocinando sus tortillas españolas.

Constanza salió del baño rascándose sus ojos.

— ¿Cómo dormiste?

— Muy bien... ¿A qué hora me devolverás a mi casa?

— Después del desayuno.— dijo Aldo buscando la leche en el refrigerador.

Tomó la leche y la virtió en un bolde. Buscó cereal y se lo agregó, le sirvió a Constanza su comida en la mesa del comedor, ella fue y comenzó a comer sin mucho apuro, Aldo siguió en la cocina. El ambiente se tornó callado, algo tenso, aunque Aldo no estaba dispuesto a decir ni una palabra. Constanza jugó con los cereales que flotaban alegremente dándole los buenos días, entonces miró de nuevo el apartamento, y un brillo juvenil llenó sus ojos, le encantaría vivir allí, sin las calles de arena ni las paredes sucias. Ese lugar le generaba paz, era como si ya pudiese imaginarse a ella allí, viviendo como la reina que era.

— ¿Desde cuándo tienes este apartamento?

— Desde que lo compré.

Aldo no quería hablar, prefería permanecer callado en ese momento, y así fue hasta que llevó a Constanza a su casa.

***

— Antes de que salgas del auto, ¿cómo te llamas?

— Constanza.

— Dime tu nombre completo.

— ¿Por qué?

— Si vas a estar conmigo, tienes que saber que debes responder a todas mis preguntas.

— Constanza Torres.

— De acuerdo, vete. Cuando quiera volverte a ver lo sabrás.

— ¿Me mandarás a alguien a buscarme o algo así?

— Lo sabrás.—repitió.

Constanza abrió la puerta del auto, disponiéndose a bajarse.

— ¡Ey!

Constanza se volteó. Aldo la rastreó con la mirada, sus ojos subieron y bajaron por su cuerpo como un ascensor, y el comienzo de sus cejas se levantó levemente. Sin embargo, sus ojos mantenían la misma rigidez de siempre.

— Bésame.

— Te dije que te costaría.

— Te hice el desayuno.

Constanza volteó los ojos fastidiada y lo complació besando sus labios. Se iba a separar de él, pero él la tomó de la cintura. Aldo acarició sus senos una última vez y después de un minuto se separó de ella bruscamente, volviendo a su semblante serio.

— Vete.

Constanza se bajó del auto y se dirigió a la ventana de su habitación, esperando que su hermana aún estuviese dormida para no tener que lidiar con el regaño de sus padres ni las explicaciones que debía darle a su hermanita.

GRANADA | LA FRATERNIDAD | #PGP2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora