Capítulo Catorce: El auto azul

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Constanza se miró una última vez al espejo. Su cabello se veía perfecto, ondulado y brillante, su maquillaje se veía espectacular con sus labios rojos y sus pestañas postizas largas y grandes, sus uñas cortas y naturales se veían perfectas, y su vestido negro que Martín le había regalado cuando su relación apenas comenzaba, era perfecto y sexy. Cualquier abuela diría que una niña de tan corta edad no debía lucir así de sensual, era un terrible pecado capital, un pecado contra la ética, un pecado que ninguna niña "bien" debía cometer, aquella blasfemia inmoral de mostrar aquellos muslos definidos y jóvenes sin duda atraerían la atención de un devorador de niñas, pero Constanza en sus entrañas tenía un veneno cuyo poder desconocía, el veneno de una niña mal. Sus ojos tóxicos y maquillados a más no poder se iluminaron victoriosos, Constanza sonrió y dió vueltas de alegría, como una niña pequeña empezó a coquetearse a sí misma frente a su espejo. Estaba eufórica de la alegría, tanto que olvidó por completo el problema que tenía con su hermana, esa noche su seducción sería la protagonista, esa noche por fin ocurriría algo. En eso su teléfono sonó, Esperanza le había escrito un mensaje.

"Hola linda, vamos a pasarte buscando en un auto de color azul, justo frente a tu casa, pásame tu dirección, estaremos allí lo antes posible. ¡Besos!"

Constanza sonrió ¡iría en automóvil! Su amiga no había especificado el modelo del auto, pero en la cabeza ambiciosa de Constanza, la imagen de un cómodo y moderno auto azul se dibujó. Sin pensarlo dos veces dió a sus amigas su dirección... Pero había un detalle, sus padres ya estaban en casa. Recordando esto, Constanza se paralizó, pegó su oído a la puerta y oyó la voz de su madre hablando con Asunción. Debía pasar desapercibida. Constanza se sentía ansiosa, emocionada e impaciente, pero sabía que no debía ser descubierta. Iba vestida demasiado provocativa enseñando un escote pronunciado en su pecho con aquel vestido ajustado. Nunca la dejarían salir así, cuando Martín le regaló el vestido, sabía que nunca le dejarían usarlo, por eso lo escondió y esta sería su noche de estreno. Constanza se sentó en su cama, debía encontrar una solución, miró al rededor de su habitación en busca de ideas. Al ver sobre uno de sus estantes, una bolsa descuidada y vieja de globos polvorientos, se le ocurrió una idea algo anticuada pero estaba segura de que funcionaría temporalmente. Tal como en las películas, armó con un montón de ropa, una silueta de su mismo tamaño acostada en su cama de espaldas a la puerta de su habitación. Sólo faltaba la cabeza, tomó uno de los globos y después de enjuagarlo un poco para quitarle el exceso de polvo, metió la punta entre sus labios rojos y sopló. Cuando terminó de inflarlo asegurándose de que fuese de un tamaño realista para una cabeza, lo acomodó en su cama tapándolo todo con su sábana. Le escribió apresuradamente un mensaje de texto a Esperanza que no tocaran la bocina de su auto y que hicieran el mayor silencio posible. 

No tardaron mucho en llegar. El auto azul estaba enfrente de su casa, Constanza había estado vigilando desde su ventana, ventana por la que salió como su fuese una fugitiva y corrió sin sus zapatos hacia su oportunidad de estar más cerca de la cuidad. Ansiosa, emocionada, riendo por su audaz y poco original engaño. Esta era más que una fiesta, era una caza.

Constanza no sabía de qué modelo se trataba ese auto azul, lo único que sabía era que no la había decepcionado, era un auto bien arreglado y elegante, no era lujoso, pero era digno. Constanza atravesó la calle de arena sin importarle que sus pies se ensuciaran de esa asquerosa tierra. Cuando ya se encontraba frente a las puertas del auto, la ventana del copiloto se bajó y Esperanza con unas pestañas tan grandes como las de ella y labios pintados de azul, se asomó.

— Hola, hemosa. Sube.  

Constanza abrió la puerta de los asientos de atrás y vió a Nadia y a Laura sonriendole sin ganas. 

— Hola chicas.

Sin respuesta, Constanza se sentó y cerró la puerta. Inmediatamente el auto arrancó. Un muchacho alto, con cabello corto y algo corpulento estaba manejando el auto, llevaba una camisa blanca con un extraño estampado, Constanza le calculó unos ventidos años, iba fumando un cigarillo, el humo había saturado todo el auto, pero ninguna chica parecía quejarse del olor a tabaco. Por un minuto el auto estuvo invadido de humo y silencio mientras Esperanza retocaba sus labios azules. Las chicas iban vestidas bastante similares a ella, llevaban vestidos cortos, con diferentes escotes y colores; Nadia llevaba un vestido verde esmeralda con un escote en la espalda y un extraño peinado alto que confundió a Constanza, Laura llevaba un vestido rosado muy brillante, con lentejuelas aunque se notaba que la mayoría se había caído, ese no era un vestido nuevo como el de ella, y por último Esperanza , que parecía un arándano vestida completamente de azul, todo en su vestimenta era azul, desde su vestido con mangas, hasta sus zapatos de suela corrediza. Constanza pensó que además de ella, el mejor vestido era el piloto del auto cuya identidad desconocía, hasta que Esperanza terminó con su labial y finalmente dijo:

  — ¡Oh! olvidé presentarte a mi hermano mayor, se llama Víctor.

 — ¿Cómo estás Constanza?

  —  ¡Excelente!

  — ¿Estás emocionada por la fiesta? —preguntó  Víctor sin mucho interés.

Constanza le sonrió y asintió. Víctor se llevó su cigarrillo a su boca y la miró desde el retrovisor, sus ojos ocres la miraron fijamente, y humo blanco salió de su boca haciendo que la vista hacia el retrovisor se nublara por un momento. Constanza se sintió intimidada y apartó la mirada del morbo de ese reflejo.

  — ¿Por qué saliste por la ventana? — preguntó Laura con recelo.

  — Porque mis padres no saben que voy a esta fiesta.

 — ¿Por qué?—preguntó Laura arreglándose su cabello.

  —  Porque ellos no quieren que esté con personas que sean de nuestra clase.

  — ¿De su clase? Esa casa tuya es una casa de última, no merece ni siquiera que la llamen casa, está rodeada de ranchitos.

Constanza había olvidado ese detalle, su corazón llegó a su pecho del miedo que le produjo sentirse descubierta por un momento. El auto quedó en completo silencio esperando la respuesta de Constanza. Tragó saliva con nervios y se dió cuenta de que había tensado un poco sus manos. Pero ese descubirmiento de sus amigas no detendría a esta mentirosa profesional. Hábilmente dijo lo primero que se le ocurrió con una seguridad que sólo ella podía fingir.

 — ¡Por favor Nadia! No seas estúpida, esa no es mi casa, yo vivo en la ciudad, alquilamos esa casita para pasar este año aquí.

  — Pero ¿Por qué una casa tan fea? ¿con calles de arena? 

  — Por la misma razón que estoy aquí Laura, porque mis padres quieren que conozca la gente de otras clases... Más desventajadas.

Esta era la noche de Constanza y nada la detendría, menos dos perras envidiosas.







 

GRANADA | LA FRATERNIDAD | #PGP2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora