Capítulo Dieciséis: En las manos del diablo

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Aquí se acaban los juegos de niñas, las chicas salieron del auto, Constanza miró desde la ventana del auto la gran y luminosa discoteca, con luces moradas desde el suelo hasta las nubes, con el gran logo característico de un toro en la puerta de la entrada. Habían sólo unas pocas personas caminando hacia esta puerta, Constanza se dió cuenta de que para entrar a la discoteca había que tener una especie de pase especial, ya que apenas las personas se acercaban a la puerta, debían mostrarle unas tarjetas a los dos porteros que estaban allí, vestidos con camisas negras. Si el corazón de Constanza no hubiese latido tan rápido y sus ojos se hubiesen apartado de las grandes luces violetas, del elegante y extravagante diseño de la discoteca, se hubiese dado cuenta del impedimento de los dos porteros. La discoteca era un pequeño bocado de las llamativas discotecas de Las Vegas. Con el ritmo de la música a todo volumen en su estómago, Constanza moría por entrar.

Las niñas salieron del auto tan emocionadas cómo si fuesen a recibir un gigantesco cheque por una gran suma de dinero, aunque en parte, esto era metafóricamente cierto. Los ojos de Constanza se iluminaban fascinados, viendo lo cerca que estaba de conseguir lo que era para ella, la oportunidad de su vida, de poder salir de ese charco de barro y por fin regresar al lugar donde ella pertenecía.

—Las vengo a buscar a las tres de la mañana. Ni un minuto más. —dijo Víctor lanzando su cigarrillo por la ventana.

Y de una, Constanza vió como el auto azul aceleró en la distante oscuridad de las calles del sur de la ciudad. 

— ¡Llegamos tarde! Ya todas las personas están dentro. Nadia, ¿trajiste las entradas?

—¡Claro que sí, Laura!

Ambas compartieron una sonrisa. Caminaron las pequeñas niñas mujer hacia la puerta. Sus vestidos brillaban como pequeñas estrellitas baratas, totalmente lo contrario a la discoteca. Los dos porteros que estaban allí las miraron con muy mala cara.

—¿Dónde están sus padres niñas?— preguntó uno de ellos.

El otro rió sutilmente tapándose la boca con su mano, Esperanza rodó los ojos en respuesta a la burla, sí eran niñas pero por lo menos tenían el poder para acceder a una fiesta a la cual ellos no estaban invitados. Nadia sacó las entradas, eran unas tarjetas rectangulares de color rojo que tenían la leyenda "Pase para integrantes de Granada únicamente" y se las entregó al vigilante.

— ¿Quién les dió esto?— pregúnto el guardia dándole la vuelta a las tarjetas, donde una especie de sello estaba estampado.

—No es algo de su incumbencia, las entradas son oficiales y reales. Eso es todo lo que necesitan saber. —dijo Laura cruzándose de brazos.

—Ustedes son menores de edad, esta discoteca es exclusiva para mayores de edad.

— Eso no nos lo dijeron cuando nos las regalaron. —dijo Esperanza cruzándose de brazos.

—No se lo dijeron ellos, entonces se lo diremos nosotros.

—¡Hey! apresúrense niñas, voy tarde.— dijo una mujer atrás de ellas. —Haslas pasar y punto.

Constanza se volteó, esta mujer estaba vistiendo una falda tan corta que sus negros muslos enteros se veían, con un sostén con brillos muy pequeño para ella. Su cuerpo era voluminoso y sus labios grandes y definidos, su piel oscura se veía perfecta, sin ninguna marca o arruga. Cuando Constanza la vió, se preguntó si ella se vestía lo suficientemente sexy. Hubo un breve silencio, los vigilantes se miraron entre sí.

— Las dejaremos pasar porque tienen las entradas. Sólo hay un problema. Aquí solamente hay tres entradas.

Constanza miró perpleja a las chicas, Nadia y Laura se rieron de su travesura.

GRANADA | LA FRATERNIDAD | #PGP2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora