El helicóptero, un H-420 de palas afiladas como cuchillas, rasgaba el aire a plena potencia. Synórix había dejado atrás el verde mar arborícola, y volaba sobre las planicies pardo amarillentas hacia Gutenburgo. Ya no vestía la sencilla túnica que usaba en el Pueblo Arborícola, sino su radiante traje pardo imperial decorado con cinco zopilotes. Llevaba todos los botones dorados de la chaqueta pulcramente abrochados, su gorra de piloto calada, las manos enguantadas. Su rostro presentaba un aspecto magnífico, ya que una arbandrui le había cortado y peinado su pelo castaño con esmero, y le había aplicado un ungüento que había eliminado gran parte de sus granos. No estaba mal ser gran druida por un día.
Sonreía. Pero no era su típica sonrisa de hiena la que se dibujaba en su boca, sino una sonrisa alegre, fruto de sus últimos logros. Y es que, después de tanto esfuerzo, se acercaba a su objetivo, a la obsesión de su vida.
Estaba nervioso, pese a todo. No se fiaba un pelo de los druidas, y menos de ese estrafalario Druida Índigo. No eran más que un atajo de chalados, por lo que nunca había que bajar la guardia con ellos. Por eso necesitaba contar con más bazas.
Y ahora el Vampiro había vuelto a su cubil. Era una gran noticia. Tras el hundimiento de las catacumbas de Robespierre, lo había dado por muerto, junto a su hija Urraca. Había sido un tremendo revés, lo que hizo que volcara todos sus esfuerzos con los druidas. Sin embargo, pronto le llegaron noticias alentadoras, pues Urraca estaba viva, y se iba a casar con ese pajarraco de Renée el Bretón. Y si ella estaba viva… Pero Gutenberg no aparecía por ningún lado. Era como si se lo hubiese tragado la tierra, lo que en este caso podría no ser una frase hecha. Cuando ya había perdido de nuevo la esperanza, le llegó un soplo: alguien lo había reconocido entre la multitud que asistía a la ordalía en el anfiteatro de Imperburgo. O, más bien, había reconocido su voz, pues había sido él quien había clamado por la liberación de los condenados. Así que su desaparición no era más que una de sus habituales escapadas. Solo tenía que esperar con paciencia a que volviera, y ese momento había llegado. El Vampiro estaba en su sarcófago y tenía que pagarle su deuda.
El helicóptero dejó atrás las dunas, adentrándose en el tercer anillo de Gutenburgo. Como aún no había amanecido, desde el aire el tercer anillo era tan solo una corona oscura que rodeaba un círculo iluminado. Tras sobrevolar las casas rojizas del segundo anillo y las calles ocre amarillentas del primero, Synórix divisó a los lejos las murallas del palacio de Gutenberg. La radio crepitó.
—Guardia de palacio. Solicitamos su identificación.
—Agente imperial Synórix —respondió.
La radio calló durante unos instantes.
—Tiene permiso para aterrizar en el helipuerto. Diríjase a la sección A3.
El helicóptero, tras sobrevolar las murallas del palacio, giró bruscamente y atravesó el espacio libre entre la Torre del Norte y la Torre del Este. El helipuerto se encontraba en el centro del valle que formaban las cuatro torres del palacio. El aparato se posó con suavidad en la sección A3.
Synórix salió de la cabina a toda prisa, ajustándose al mismo tiempo la capa negra con el blasón del Imperio.
—Necesito ver al noble Gutenberg —dijo mientras los guardias completaban su identificación.
—Me temo que ahora no va a ser posible —contestó el guardia—. Sale en pocos minutos hacia Imperburgo para asistir a una reunión urgente del Dunidrín, pero ha dado indicaciones de que sea tratado como un invitado especial hasta su regreso.
—Oiga, no tengo tiempo, ¿lo entiende? Tengo que verlo ya.
—Lo siento, pero…
En ese momento, un hombre de aspecto envejecido al que le faltaba el lóbulo de la oreja derecha, acompañado de un guardia de seguridad, pasó cojeando a unos quince metros del agente en dirección a la sección A1, donde las aspas de un helicóptero levantaban un ligero vendaval. A pesar de la escasa iluminación del helipuerto, la vista de lince de Synórix lo detectó al instante. El agente corrió a su encuentro.

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Hijos del desierto
Science Fiction¿Te imaginas un mundo futuro desértico, azotado periódicamente por inundaciones de hojas? ¿Te imaginas un imperio del futuro, más atrasado tecnológicamente, en el que los árboles y las plantas son odiados, pero en el que sobrevive una isla de verdor...