—¿Es tuyo este broche?
La arbandrui, una chica joven de no más de veinticinco años, vestida con una sencilla túnica blanca ceñida a la cintura por un cinturón de cuero, reculó. La capitana de Luna sostenía en la mano el broche de oro macizo, cuyas incrustaciones cristalinas brillaban a la luz del fanal. Segundos antes, la chica, amparada en la oscuridad de la noche, había intentado arrebatárselo a la hija del desierto policía.
—No tengas miedo —dijo Eva de Luna—. Sólo quiero hablar contigo.
La capitana se había levantado de su colchón de paja. Llevaba puesto un holgado camisón verde que la cubría hasta las rodillas. La chica, asustada, avanzó hasta la entrada de la tienda.
—No salgas o te denunciaré a Ortiagón por intentar robarme. Me parece que al arpitán no le caen muy bien las ladronas.
La arbandrui, sollozante, se puso de rodillas. Eva se acercó a ella. Estaba hablando en dunés, y la chica parecía entenderlo.
—Si es tuyo, te lo devolveré, pero necesito que me ayudes.
La chica callaba, implorante.
—Este broche lo encontramos en el cadáver del agente imperial asesinado. ¿Me puedes explicar por qué lo tenía? ¿Tú se lo diste?
—Lo perdí —dijo negando con la cabeza—. En el Drunemeton.
—¿Lo perdiste? ¿Un objeto tan valioso? No me mientas.
La arbandrui se puso en pie, la cara bañada en lágrimas.
—Él me lo arrebató. —Lanzó un hipido—. No le contaré nada más a menos que me devuelva el broche. Es mío.
Por unos segundos, Eva sospesó las posibilidades. Era una prueba, pero...
—Está bien —dijo—. Te lo devolveré en cuanto me lo cuentes todo.
—Júrelo abrazada a un roble sagrado. Si no cumple su promesa, su alma perecerá ahogada en savia; las banshees la atormentarán de por vida.
—De acuerdo —respondió Eva, divertida.
Las dos mujeres salieron de la tienda. Era una noche de luna nueva, muy oscura. El campamento de los policías del desierto estaba plantado en las afueras de Parisii, cerca de la ribera del Sequona. Eva se había puesto una fina túnica de seda. Se cubría la cabeza con un pañuelo estampado que ocultaba su rapada sien izquierda, sesgada por una irregular cicatriz que le había dejado como herencia el mamporro de la sacedunisa Friné. Suerte que su hermano, el Bastardo, la había encontrado a tiempo para rescatarla y salvarle la vida.
La capitana se abrazó al roble que le indicó la arbandrui y pronunció el juramento sagrado. Aunque al principio la situación le divertía, e incluso le resultaba hilarante, sus sentimientos cambiaron enseguida. Por un fugaz momento, sintió que se unía con el roble en un único ser, que la savia del árbol se introducía en sus venas, que su cuerpo era una parte del tronco.
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Hijos del desierto
Ficção Científica¿Te imaginas un mundo futuro desértico, azotado periódicamente por inundaciones de hojas? ¿Te imaginas un imperio del futuro, más atrasado tecnológicamente, en el que los árboles y las plantas son odiados, pero en el que sobrevive una isla de verdor...