¿Una nueva estudiante?

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   Me di un baño, me vestí y me senté en la sala a esperar a que mi madre terminara de prepararse para partir hacia mi misión. Pero al parecer, hoy llegaría tarde; estaba peleando con mi padre. Los insultos resonaban por la casa. Como era hijo único no tenía el regalo de un hermano con el cual poder despejar la mente. No me importaba ya que mis padres pelearan... Después de todo en la noche era feliz, y eso importaba. Pero por alguna razón algo me dolía en el pecho cada vez que discutían con los insultos más crueles que un matrimonio podría decirse.

    Mi madre al fin salió. Estaba llorando. Me agarró del brazo: –vámonos, no puedes llegar tarde.

    Me quedé perdido en sus tristes ojos, sin decir una palabra. Brillaban por las lágrimas que se acumulaban gradualmente. Y cuando parpadeaba liberaba aquel océano salado de tristeza. Uno que podía ser mortal.

    Nos montamos en el auto. Se escuchó un leve fallo en el motor, lo peor era que no teníamos tampoco el dinero para arreglarlo. Aveces ni teníamos para comer. Desde que despidieron a mi padre las cosas son peores. Cada vez más peleas. Mi padre siempre estaba bebiendo. Y mi madre siempre llorando. Solo el trabajo de ella nos mantenía, y ni eso aveces.

    Al llegar a la escuela, mi madre detuvo el auto. No dijo nada, ni tenía que hacerlo. Ya yo sabía que debía bajarme. Así que lo hice. Caminé desanimado. Parecía como si su tristeza se me estuviese contagiando.

    Llegué al salón de clases. Todo el ambiente era tan amargo. Odiaba estar rodeado por tantos engendros desagradables. Me senté en mi frío asiento y tan pronto viera a mis mayores enemigos actuaría...

    Me quedé en silencio, aún era temprano al menos. Miré la fecha escrita en lo alto de la pizarra: 23 de enero de 2001. Miré el reloj que colgaba en la pared a mi derecha: 7:36. Miré la simplicidad de mi pupitre. De pronto... Sentí una increíble punzada en mi pecho, como si se tratara de la típica tortura de mi amigo. Pero... Babadook no podía tener ningún contacto conmigo de día... ¿O sí?

    Parecía una garra invisible que se incrustaba exactamente en mi corazón y que me creaba una especie de bloqueo en la garganta. Como si tuviera alojada una bola de algodón en mi sistema respiratorio. Mi pulso se alteró. ¿Qué sucedía? De pronto, por la entrada al salón de clases una presencia se asomó. Cabello castaño, ojos verdes, piel pálida, simplemente hermosa... ¿Una nueva estudiante?

    Caminó por el salón como si ya supiera exactamente hacia donde debía ir. Nunca levantó su mirada del suelo y se dirigió al último asiento de la esquina junto al reloj, a la fila de la derecha. No podía quitarle los ojos de encima. De pronto, ella alzó la mirada y un escalofríos me invadió al ella percatarse de que quedé hipnotizado en su cuerpo, en su esencia... Rápido miré hacia el frente. Tragué saliva y comencé a torturarme la mente con ideas, posibilidades, en base a qué había sucedido en mí cuando ella llegó. Pasaron los minutos y quedé en trance mirando la pizarra mientras analizaba todo.

    Un sonido alarmante me despertó de aquel trance: el timbre. Ya la clase había comenzado. El maestro nos saludó, lo saludamos, y continuamos con esta estúpida rutina durante todas las clases de la mañana.

    El timbre sonó: hora del almuerzo. Fui al comedor, la misma horrible comida. Un arroz mal cocinado, leche que parecía de hace más de dos semanas y unas habichuelas con más caldo que grano. Me senté en la mesa más solitaria. Contemplando a todos. Y enfoqué mi mirada en los problemáticos. Anteriormente había dicho que me encargaría de ellos cuando entraran al salón, pero la presencia de la nueva estudiante me dejo perplejo y ni me percaté de que habían llegado hasta ahora.

    Todos estaban divididos dependiendo de sus categorías. Los acosadores principales estaban en la primera mesa del medio. La más lejana a mí. Los deportistas aveces se unían con ellos. Pues significaban la popularidad ambas categorías aquí. Pero la mayoría del tiempo se mantenían unas mesas mas atrás. También estaban los raros que solo sabían estudiar... A ellos no los acosaban tanto si le seguían las bromas a los que se burlaban de mí. En otras palabras, los que me molestaban se encargaban de que todos se pusieran en mi contra de una u otra forma.

    Y apreció ella. La nueva estudiante. Caminó con su bandeja de comida en mano y clavó su mirada en mis ojos. Otro escalofrío. ¿Qué significaba? Cada vez se acercaba más a mí. Nadie jamás se había sentado junto a mí. ¿Ella lo haría? ¿O solo era mi imaginación y no se dirigía hacia mí? Mi sistema respiratorio falló por unos segundos, me había ahogado con la leche. Tosí y traté de poder respirar nuevamente. Cuando alcé la mirada... Ya ella estaba aquí.
    –¿Estas bien? –me preguntó preocupada.
    –Sí, no te preocupes –le sonreí tratando de disimular la vergüenza. Y un calentón me azotó.
    –¿Te importa si me siento junto a ti?

    ¿Por qué lo haría? Nadie jamás lo había hecho. ¿Por qué ella? ¿Qué debía decirle?
    –Para nada, adelante –concluí... Se sentó y comenzó con la cuchara a vacilar. Cualquiera lo haría, con ese aspecto cualquiera dudaría comer algo del comedor.
    –Me llamo Tommy –traté de que no se notara mi nerviosismo en mi voz, no sé si lo logré.
    –Mucho gusto –me sonrió. Solo eso. Luego permaneció haciendo un esfuerzo por comer. ¿Por qué no me decía su nombre? Ni me miraba. Me sentía tan incómodo. Me quedé mirándola esperando a que, al menos, me dijera su nombre. Nada.
    –¿No vas a comer? –me preguntó al ver como solo me quedaba mirándola. La vergüenza me azotó nuevamente... Parece que debería acostumbrarme de ahora en adelante a sentirme así cada vez que me hablara o que simplemente me mirara.

    –Eh... Sí –comencé a probar la amarga comida. Traté de rescatar las habichuelas del lago de caldo para unirlas con el arroz. Alcé la mirada y ahora era ella quien no me quitaba los ojos de encima. Otro escalofrío, parece que también debería acostumbrarme a ellos.
    –Me llamo Lis. –me dijo.
    –Mucho gusto –le sonreí. Lo dije inconscientemente, como una reacción... Nos quedamos mirándonos. Me perdí en aquellos ojos verdes hermosos. Parecían un portal hacia un mundo en el cual todo era perfecto. Nada me importaba ahora, solo quería ver esos ojos una y otra vez. Por minutos, días, años si era posible.

    ¿Porqué se habrá sentado junto a mí? No me importaba ya. Lo que importaba era que sentía cómoda su presencia. Como si fuese algo por lo que hubiera esperado toda una vida.
    –¿Por qué te sentaste junto a mí? –me preguntó.
    –Por que me agradas –le contesté.
    –¿Me conoces? –me preguntó.
    –Sí... –le respondí. Me levanté. Caminé. Salí del comedor. Y un mareo me derribó. Todo se volvió tinieblas. ¿Qué demonios había ocurrido?

     ¿Por qué le dije que sí la conocía? ¿Por qué ella me preguntó exactamente lo que le quería preguntar? ¿Qué había sucedido? Mi mente se perdía en una nebulosa tan densa que ni la oscuridad se apreciaba. Mis pensamientos vagaban por un río caudaloso de desconcierto. Sentía como me ahogaba, pero no había agua. Sentía como mi vista se cegaba, pero no había una intensa luz. Sentía como me apuñalaban... Pero no había nadie. Ni oscuridad, ni luz, ni oxígeno, ni esencia... No había Nada... Ni mi cuerpo. Solo mis pensamientos

El Origen de BabadookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora