Luchar... Pensar... Caer...

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El suelo se sintió tan duro que me lastimé la espalda. Lo más seguro Jeffrey debería estar igual. Me levanté y corrí hacia el corazón del bosque.
–¡Jeffrey levántate! No lo dejes escapar. –animó uno de mis acosadores desde el otro lado. Y así mismo se levanto y emprendió marcha tras mi esencia. Como si yo fuera su presa. Como si su mayor meta fuese cazarme. Y acabar con mi destino, acabando así, con mis descontrolados latidos.

Nos perdimos en el bosque. Debía alejarlo de los demás. No quería improvistos si fuera a enfrentarme a él, y lo haría. Si derroté a Max, ¿por qué no a él? Vi un inmenso árbol, uno incluso más alto que el del patio de la escuela. Un tronco tan grueso y unas ramas tan frondosas que se balanceaban como si estuvieran nerviosas. Estaban agitadas. Como mi sed de sangre...

Me detuve para enfrentarlo. Era un perfecto escenario. –¡Pagarás por lo que hiciste! ¡Imbécil! –me gritó Jeffrey. La sangre chorreaba por su rostro, aquellos tajos que le dejó la enredadera de púas se veían fatales. Yo solo sonreí. No tenía miedo. Sentía mi sangre hirviendo. Sentía el apoyo de mi amigo.
Mi odio yacía allí abrumando mis pensamientos. Quería que él sufriera y pagara por todo lo que me había hecho junto a Max.

–¿Qué...? ¿Qué es eso? –gritó desesperadamente y sus ojos parecían poseídos por el terror. Señalaba algo detrás de mí. Pero no había nada... ¿A qué se refería? No lo sabía, pero no importaba. Aproveché el momento y corrí hacia él y justo cuando lo iba a golpear, desatando toda mi furia y sed de venganza, se desmayó. Se desplomó de la nada y tropecé con su cuerpo que ahora se encontraba en el suelo. Y me caí. No comprendía que sucedía. Me levanté con dificultad y lo miré de arriba a abajo. No se movía. Solo sabía que estaba respirando. Leves exhalaciones pero presentes. Leves latidos también.

Aproveché la oportunidad y alcé mi pierna y pisoteé su rostro, junto con su orgullo. Me alejé caminando. Ya estaba a salvo. Pero... ¿Debería preocuparme por lo que lo desmayó? En ese momento no le di importancia...

Luego de unos minutos caminando por el bosque, logré calmarme. Estaba otra vez en paz. Hoy había sido un día de demasiada locura. Miré los inmensos árboles frondosos, varias hojas viajaban libres en la brisa, pequeñas aves negras giraban en círculos en lo alto, la tierra se veía seca; todo estaba tan solitario. Me sentí agradable. Pero un odio nació de momento, un hecho que no lograba entender: ¿Lis nunca existió? Ese pensamiento cada vez se hacía más claro, Babadook debió haberla creado en mi mente, ¿o sino qué?

¿Cómo nadie preguntó por ella? ¿Por qué el profesor dijo que hubo asistencia perfecta? ¿En serio nadie faltó?

Sentía odio por creer que alguien en realidad me había hablado con intenciones positivas. Con amabilidad. Una persona de este mundo diurno capaz de hacerme sentir incluso mejor que mi amigo. Una persona como Lis. Pero ella no existió y jamás lo haría... Debía acostumbrarme y ser realista, así el dolor sería menos, así jamás me desilusionaría, así jamás me sentiría decepcionado.

Jamás esperar nada bueno de nadie...

Luego de un rato caminando vi un inmenso lago y un muelle. Mientras yacía prisionero de mis pensamientos caminé moribundamente hacia el final del muelle y me senté a contemplar tales aguas calmadas. Pero de vez en cuando una hoja caía desde lo más alto en una caída de lado a lado, como si se tratara de un péndulo, y ella agitaba con su impacto la paz. Así era mi mente justo ahora. La paz me abrumaba y luego el odio estallaba. Mi mente estaba calmada y luego se agitaba.
–Esto no tiene remedio –murmuré.

Me eché para atrás y quedé recostado contemplando el cielo azulado. No había ni una sola nube, todo estaba despejado. Aveces daba la impresión que el cielo era el mismo reflejo del lago. Los arboles alrededor del lago y de mi parecían una corona de vegetación verdosa.

No traía reloj, pero estaba seguro que pronto sonaría el timbre para indicar la finalización de clases de este día. Lo más seguro los maestros se preguntarán por Jeffrey y por mí, dirán que nos fugamos de las clases. Aunque eso no me importaba.

Rodeé la escuela caminando por aquel bosque hasta llegar al estacionamiento que estaba en la parte posterior de esta. Y ahí me quedé esperando a mi madre, sentado en un rincón. Al rato varios autos comenzaron a estacionarse para tener un lugar listo para recoger a sus hijos cuando salieran. Y en unos pocos minutos llegó el de mi madre.

Ahí estaba esa mirada de confusión mientras yo caminaba hacia el auto estacionado. Entré. Ella por un momento tuvo la intención de hablar, pero se quedó callada. Como si no me tuviera confianza. Se veía tímida. Puso las manos en el volante luego de encender al auto y me miró de reojo de una forma tan extraña que mi corazón se paralizó por un segundo. Pude comprender todo. Era hablar con ella sin utilizar un lenguaje. Era una conexión.

No se sentía digna de hablarme. Ella sentía que no merecía saberlo, como si fuera un privilegio demasiado alto para ella; una mujer que tiene a un hijo como yo en una familia y una vida como la mía. Se sentía culpable. Quizás también pensaría que si hoy ocurrió algo malo, de una u otra forma, directa o indirectamente, mis problemas en la familia podían haberlo influenciado. Quería disculparse, pero solo comenzó a conducir hacia nuestra casa...

Y aquella lágrima solitaria, pero cargada con más sentimientos que un fatídico llanto, me demostró que esta definitivamente no era la vida que ella me quería dar.

Ella no era egoísta.

Debería tener algunos motivos... ¿Para qué? Para todo esto.

El Origen de BabadookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora