Mi familia...

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     La mañana siguiente era sábado. Abrí los ojos, quedé mirando el techo, y liberé una sonrisa. Había recordado el sueño que recién había tenido. En él, otra vez llovía y el cielo era tan triste y amargo. Todo era gris. Pero aún así, en mí solo existía alegría. Satisfacción. Y Lis apareció en el sueño, aumentando la felicidad. Aumentando las ganas de vivir. Las ganas de aferrarme a este mundo, solo para estar junto a ella una vez más. Cuando la miré a sus ojos, todo el cielo grisáceo se tornó amarillo, luego blanco, luego ella también me miró a los ojos. Y poco a poco nos acercamos. Todo era tan lento, y así deseaba yo que fuera todo. Quería liberarme del tiempo y poder detenerlo, para poder seguir frente a ella contemplándola por una eternidad. Luego la distancia se acortó más y más. Y sus labios cada vez más y más me tentaban. Un centímetro de distancia y, ¡desperté! Ese era el sueño que había tenido. ¿Cómo no tener una sonrisa al pensar que casi beso a la chica más hermosa?

A las pocas horas tocaron la puerta. Y mi madre abrió: mi tío. El tío Eren nos estaba visitando.

–¿Cómo estas Aurora? –le pregunto mi tío. Él era alto, más que mi padre. Tenía un sombrero muy elegante, al igual que su ropa lo era. Mi madre le sonrió:
–Todo bien. ¿Qué te trae por aquí?
–Vine con mi prometida, estamos visitando a su familia. Pero decidí pasar por aquí antes...

Mi tío se asomó y miró por encima del hombro de mi madre, y me vio. Allí estaba yo, asomado en el borde de la pared. Sabía que él era una buena persona, pero nunca le tuve mucha confianza. Quizás porque solo lo vi unas pocas veces en mi infancia, él no era de esta parte de la ciudad. También era menor que mi madre por cuatro años, si mal no recuerdo. Pero aún así era increíblemente mucho más alto. Recuerdo que mi madre me había contado que mi tío, tan pronto se había graduado de cuarto año, adquirió una beca para sus estudios universitarios y que se había convertido en un reconocido detective...

–¿Cómo estas Tommy? –me preguntó. No lo veía desde que nos prestó la casa hace dos años, ya que cuando nos la regaló, quien vino a entregar los documentos fue un abogado. Él estaba en California en esa época.

–Bien –le contesté de forma distraída; me quedé concentrado en sus ojos oscuros. Eran tan negros que no se distinguía el iris de la pupila.

–Me alegra oír eso –me sonrió, luego volvió a mirar a mi madre –bueno, creo que ahora estás ocupada, así que regreso después, cuando podamos hablar bien. Es más... ¿Qué tal si los invito a cenar mañana? Para que conozcan a Sophie, es encantadora. ¡Les agradará! –nos dijo con un gesto muy simpático. Se veía orgulloso de tener a esa tal Sophie como su prometida. Quizás sea bueno conocerla. Quizás sea una buena persona.

–Eh... –mi madre titubeó, pero antes de que pudiera negarse mi tío la interrumpió– ¡Perfecto! Mañana a las 7:30 estaré por aquí. –y nos guiñó el ojo. Luego se marchó.

Mi madre se volteó lentamente, estaba mirando el suelo. Pensando. Lo único que se me ocurrió es que pensaba sobre qué hacer cuando mi tío se enterará del cambio de mi padre. La última vez que el tío Eren vino, mi padre era un hombre que luchaba por el bienestar de su familia... Ahora ni si quiera sé si le importamos a mi padre.

Las horas pasaron y allí estaba yo sentado en el sofá. Mi padre estaba saliendo de su cuarto, se había levantado ahora. Ya era de mediodía. Tenía su mirada fija, pero no sabía que miraba exactamente. Mi madre estaba a unos metros de mí, en la cocina. Yo la podía ver desde mi asiento. Ella lo miró, pero no le preguntó hacia dónde iba, solo apartó la vista y continuó preparando el almuerzo. Mi padre aceleró el paso, estaba diferente. Estaba sobrio. Pero algo también estaba diferente en sus ojos. No parecían llenos de una furia normal, sino de una furia más intensa. Sus cejas se marcaban firmes, tus dientes se hacían presión, sus nudillos se brotaban al igual que sus venas, sus ojos estaban rojos y poseídos en ira. Una furia capaz de acabar con todo a su paso...

Abrió la puerta y la cerró de un estruendo, luego de salir. Uno, dos, tres segundos y la puerta se abrió lentamente. –Nunca pisotees el orgullo de un hombre, si no sabes de lo que es capaz... –dijo mi padre, agachó la mirada y una lágrima corrió por su mejilla. Luego cerró la puerta nuevamente, sin intenciones de vacilar nuevamente. Se veía decidido a cambiarlo todo, sin importarle que debería hacer. Solo estaba enfocado en su objetivo.

Mi madre se quedó pensando y luego estalló a correr detrás de él. Yo no entendía que sucedía. Ella parecía haber leído mejor sus pensamientos que yo. Escuché el motor del auto alejándose y mi madre se lanzó de rodillas ante la idea de que ya no podía detenerlo. ¿Detenerlo de hacer qué? Eso era lo que yo quería saber.

Salí persiguiendo a mi madre y la vi allí tirada, llorando. –Esto es mi culpa... –se repetía una y otra vez. Caminé vacilando hacia donde ella. Quería poder acercarme más, y tal vez, poder darle apoyo. Cada gemido era como una lanza que me atravesaba el corazón. Odiaba verla así.

–¿Qué sucede madre? –le pregunté. Ella me miró con esos ojos perdidos en asombro, clavó sus manos en su cabello. Razonando. Analizando. E hizo algo que jamás creí posible: me abrazó, reduciendo, así, a cenizas el único espacio que nos separaba y se aferró a mí. Yo aún no comprendía que sucedía. ¿Por qué yo era tan ignorante? ¿Por qué no comprendía? Me dije cientos de veces, en ese entonces.

–¡Perdón! ¡Perdón! Todo es mi culpa Tommy. Fui tan débil. Y lo peor fue que mi debilidad te ha hecho más daño del que me hace a mí cada día soportar sus abusos, solo porque los merezco. ¡Pero que yo los merezca no significa que tu debas pasar por lo mismo! –estaba allí tirada, abrumada en la marea más brava de sufrimiento.
–No importa... –le dije. Ella solo me abrazó más fuerte y siguió llorando.

El Origen de BabadookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora