"Jamás te volveré a abandonar"

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    Llegó el almuerzo. Nos sentamos en la misma mesa y puse mis muletas a un lado.
–Borré mi existencia de aquel día del mundo. Pero tú aún me recuerdas. No sabía que podían hacer eso. –comenzó a explicar ella. ¿Pero a qué se refería? ¿Borrar la existencia de ella del mundo? Y mientras seguía hablando cosas que no comprendía me distraje: Susan. Podía ver aquellas intenciones a través de sus ojos azules: malicia, envidia, sentimientos vengativos, maléficos. Llevaba su bandeja. ¿Bandeja? ¿Haría algo?
   
    Y se me hizo tarde. No actué a tiempo. No podía creer que justo lo que me imaginé sucedió. La bandeja de Susan quedó sobre Lis, embarrándola así de comida.
    –¡Ay! Fue un accidente.

    La comida chorreaba por toda su ropa. Lis se miró a sí misma de arriba a abajo. Sacó una inocente sonrisa.
    –No te preocupes –le dijo Lis. –Vengo ahora, Tommy. Voy al baño. –añadió.

    Yo sabía que no había sido un accidente, a mí no me engañaba aquella actuación bien fingida de Susan. Lis se alejó y salió del comedor.
    –Lo hiciste apropósito –le estrujé a Susan.
    –¿Y? –se rió Susan.   

    Y por primera vez la sed de venganza me invadió por una causa diferente a mí. No era como cuando Max o los demás me molestaban. Aquello era diferente, esto eran deseos de proteger a alguien, su reputación o simplemente físicamente. Nadie la tocaría, nadie mancharía el nombre de quien me ha tratado bien. De quien creí que no existía. Pero que aquí esta.

    Venganza... Eso me exigía mi mente. Pero debía ser cauteloso... Como con Jeffrey. ¿Jeffrey? ¿Qué había pasado con él? La última vez que lo vi fue cuando le rayé toda la cara con las púas al saltar por encima de la verja, luego le pisoteé la cara. Varias veces... Allí me aseguré de estar a solas, tenía las cosas bajo control. Eso fue hace casi dos semanas aproximadamente. Pero con Susan aún no puedo actuar... ¡Pero sí me vengaré!

    Salí a esperar a Lis y me senté en un banco de madera que estaba cerca del baño de damas a esperarla. Pasaron los minutos y aún no salía. No había ningún rastro de ella. Ningún indicio. Solo confiar en mi imaginación. En más nada... Y el terror nació en mí. ¿Y si volvía a desaparecer? Las llamas ardían en mi pecho hasta asfixiarme. Algo más potente. No podía perderla otra vez... ¿Debía entrar al baño para asegurarme? Mis venas se hinchaban por el increíble pulso que aumentaba en cada milésima de segundo. Su nombre aparecía desesperadamente en mi cerebro como destellos. No. No. No. No la podía perder. No otra vez...

    Cinco minutos después, ya estaba sudando, mis manos temblaban. No quiero quedarme solo otra vez. No. No. Al menos un amigo. ¿Por qué me pasaba esto a mí? Y como si alguien hubiera controlado mis movimientos, agarré mis muletas y comencé a caminar lo más rápido que podía hacia el baño de damas. Debía estar allí. Debía estar allí.
–¡Lis! ¿Estas ahí?

    Y el silencio reinó. El eco sobresalió. Y la desesperación comenzó a devorarme desgarrando mi piel, mis músculos, mis venas, mis nervios, hasta que no quedara nada de mi esencia... Solo la desesperación en su máxima encarnación. Y di el primer paso. Debía entrar. Y todo se paralizó. Se descontroló... Y luego se relajó...
    –¿Qué haces?
    –Pensé que... Te había perdido otra vez... –le respondí a Lis. Allí estaba ella. Con un uniforme limpio. ¿Cómo?

     Ella se rió por un segundo: –Oh, creí que te habías equivocado de baño –y siguió riendo. Luego la risa se detuvo y solo quedó un gesto de alegría sin sonido. Y se acercó a mí lentamente, llevó sus labios hacia mi oído: –Jamás te volveré a abandonar... ni a dudar de ti. Te lo prometo. –cual escalofrío me llenó de las olas más repletas de furor. Sentía como si dentro de mi interior quisiera escapar algo que no conocía, como si se tratara de una bestia encerrada que estuviera hambrienta, pero no hambrienta de cualquier carne, ni cualquier esencia, solo de una, solo de quien justo ahora estaba a cinco centímetros de distancia: Lis. Todo era descontrol en mi mente, mientras mi cuerpo todavía estaba paralizado.

    Luego ella sin mirarme siguió caminando. Y desperté de aquel trance. Me volteé para seguirla con la mirada y la vi pasar su mano por su mejilla derecha, como si se estuviera secando algo.

    Apresuré el paso y fui tras ella.
    –¿Cómo tienes un uniforme limpio?
    –¿Esto? Ah, ya lo traía. Conozco perfectamente a Susan, así que vine preparada.
    –¿Cómo que la conoces?

    Y sonó el timbre. Lis me ignoró y continuó su camino. Ya había acabado el almuerzo. Las demás clases no destacaron en mi día. Y Lis jamás me explicó porqué conocía bien a Susan. ¿O sea, ella llegó a penas hoy y ya la conoce tan bien? Y tan pronto salimos de la escuela perdí de vista a Lis. Justo cuando salimos del salón se despidió de mí y la perdí en la muchedumbre de estudiantes.

    Mi madre llegó al rato. Y le sonreí mientras caminaba hacia el auto. Ella se quedó mirándome sin hacer nada. Me monte y tan pronto lo encendió dejó de mirarme y concentró su vista en la carretera, y aquella sonrisa salió. No la pudo aguantar. Parecía como si ella no quisiera que la viera, pero allí estaba. Y por primera vez en toda mi vida pensé: Vale la pena vivir...

    Llegué a mi casa. Y todo se volvió alegría al descubrir que mi padre no se encontraba en casa. Así podía terminar mi día bien. Y como ya llevo tres días sin ver a Babadook todo va perfecto. Llegué a mi habitación y me senté en mi cama. Apoyé mi espalda en el espaldar y miré el techo.
    –¿Por qué existen las altas y bajas? –y la respuesta se perdió de mi memoria, la respuesta que aún jamás había tenido, y si la había tenido nunca la podido leer escrita en mis pensamientos. Como si jamás hubiera estado. No sabía si estaba o no, solo que aún no reconocía tener la respuesta a esa pregunta.

    ¿Qué sería de mi vida ahora? Pegue mis rodillas a mi pecho. ¿Todo seguirá bien? Y la pregunta más impactante salió: ¿Quién era Lis en realidad?

    Ella no era normal. No podía serlo...

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