A correr...

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Empujé poco a poco a todos para abrirme paso. Debía llegar a él. ¿Qué demonios sucedía? Todo parecía otra realidad...

Corrí y lentamente el pilar se perdió en un pasillo solitario. Seguí por aquel pasadizo alejándome por completo de aquella multitud. Me sentía como si estuviera encerrado en un laberinto, pero uno en el que no se buscaba una salida, sino a una persona: a mi... A Babadook.

No. No. No. No a Babadook, a mi amigo. Me corregí en mi mente. Solo quizás se había enojado. Por eso actuaba así, pero él era una buena persona...

Continué corriendo, dejándome llevar más por la intuición que por indicios. Mis piernas se sentían débiles, pero aún así traté de alcanzar lo que ya no veía. Lo que quería ver. Lo que quería hallar.

La luz allí era tenue... Y lo peor: él ya no estaba. Solo estaba yo, solo en este lugar. En la parte de la escuela que ya no se utilizaba. La parte vieja. Caminé por aquellos pasillos en desuso y vi una puerta extraña. Recordé que cuando era más chico aveces subía por las escaleras, que yacían tras ella, hacia la azotea de la escuela. La idea de encontrar a mi amigo había perdido valor después de correr tanto sin hallar nada. Así que decidí relajarme un rato.

Abrí la puerta y un chirrido sonó. Sonaba metálico. Subí las escaleras y el eco de mis pasos se alzó. Vi una última puerta al final de las escaleras y de un empujón la abrí. Se escuchó el sonido de los pájaros emprendiendo vuelo. La brisa despeinó mi cabello. Y la libertad inundo mi corazón. Me senté en el suelo mirando el cielo azulado. Me sentía sereno. Cómodo.

A lo lejos los árboles se mecían con las corrientes de viento. Las hojas se veían igual de libres que aquellas palomas que volaban sobre mí. El olor, oxígeno. Era vida.

Pasaron los minutos, las horas, (ya no me importaba perder las otras clases, solo quería despejar la mente) y allí seguí contemplando todo. Mirando aquel bosque que se ocultaba tras la escuela. Escuché un timbre que me alejó de aquellos pensamientos serenos y de libertad. Ya era hora de almorzar. Debía comer. Solo desayunaba en casa, almorzaba en la escuela y nunca cenaba. No había tanta comida en casa para una cena. Aveces ni desayunaba. Así que debía aprovechar el almuerzo ahora. Me levanté y descendí todo el camino hacia el comedor. Me senté en la misma mesa de siempre, solitario...

Pero yo bien sabía que no siempre había sido así. No siempre estuve solo, porque la conocí a ella: Lis. Pensé en ella. Sobre si en realidad existía. Sobre si la había imaginado. ¿Por qué aparecí de la nada en mi casa cuando terminé de hablar con ella? ¿Por qué una parte de mí estaba seguro de que la conocí y otra de que la imaginé? ¿Cuál era la verdad?

Babadook fácilmente ya podía manipular mi mente... Lo ha estado haciendo todo el día de hoy. ¿Cómo saber si solo fue una ilusión aquello?

Terminé de comer, faltaba aún media hora para entrar a la próxima clase, así que me fui a un rincón a esperar. Bajo un enorme árbol frondoso y extremadamente alto. Comencé a patear piedras del suelo para matar el aburrimiento. Y en una patada perdí la medida de fuerza y la aleje demasiado. Esa era la más entretenida. No podía dejar que aquella piedra se alejara tanto. Su tamaño y peso era el perfecto para entretenerme. Fui a buscarla, la cogí, alcé la vista y mi corazón quiso estallar...

Estaba él: Max.
–¡Miren! El caída libre desde el pupitre. –se comenzaron a reír sus seguidores. El odio nació en mí. –La próxima vez usa para caídas para que no te lastimes tanto la cabeza. Aunque, claro, no tienes nada allá adentro, ¿verdad? –con su mano dio pequeños golpecitos en mi cabeza.

Las risas aumentaron. El cabello de Max comenzó a moverse por el viento. Sus ojos verdes me retaban. Su brillo encendía una llama de ira en mí. Y aquella sonrisa maliciosa en su rostro estallo lo inevitable.

Mis ojos brillaron más que los de él por la adrenalina que me inundaba. Mi pulso se aceleró. Mi puño se cerró y mis piernas emprendieron el impulsó para conectar aquel golpe en su rostro. Mis nudillos se incrustaron en su pómulo y se deslizaron hasta su nariz. Un alarido se alzó... Y por primera vez no fue mío. Su nariz sangraba y él cayó de un estruendo en el suelo. Sin duda, no se lo esperaba.

Los demás me miraban sorprendidos. Ni yo sabía de donde había nacido tanta fuerza. Y vi un pilar oscuro... Babadook. Se alzó desde la misma sombra de Max. Y solo sonrió. Como si estuviera orgulloso de mí. Como si hubiera hecho algo que desde un principio debí haber hecho. Quizás ya no estaba molesto conmigo.
–¡Atrápenlo! –gritó Max mientras se sobaba su herida. Todos corrieron detrás de mí.

Quizás había derrotado a su líder, pero jamás podría contra todos a la vez, así que huí.
–¡Ven acá tarado!
–¡No escaparás!
–¡Vamos a hacer que pagues!

Corrí hacia la parte vieja de la escuela. Quizás los podría perder en aquellos pasillos oscuros. Cada vez estaban más cerca de mí. Y mi corazón se sentía estancado en mi garganta con su pulso descontrolado. Una sobredosis de histeria se inyectó en mi cerebro. Corrí con todo lo que tenía. Doblé en una esquina a la derecha, luego a la izquierda. Seguían persiguiéndome. Todo estaba oscuro. Solo escuchaba sus pasos persiguiendo el eco que producían los míos. Caí en cuenta: no los perdería aquí...

Recordé que había un inmenso bosque tras la escuela. Quizás allí podría librarme de ellos. Cambié mi ruta y salí del edificio.

Me encontraba ahora en el patio trasero de la escuela, corriendo hacia algo parecido a la libertad. Pero más que eso era hacia la seguridad.
–¡No lo pierdan de vista! –gritó uno desde el fondo.

Continué y divisé la verja, muy alta y de alambres. Debía treparla. Salté y comencé a escalar. En lo más alto yacía una enredadera peligrosa de púas. No me importó. Peor era la tortura de mi amigo. De ese amigo que nuevamente me trataría bien, lo presentía. Llegué a lo más alto.
–¡Te tengo! –me agarró Jeffrey del pie justo en el último segundo. Él era la mano derecha de Max. Mi segundo mayor enemigo.

El terror se encendió de forma descontrolada atacando cada pensamiento de mi ser. Opté por patearlo, pero no se soltaba. No quedaba de otra. Seguí trepando, arrastrándolo así hacia arriba. Agarré la enredadera de alambres y sentí como todas esas púas se incrustaban en la palma de mi mano. Tiré de mi pie libre hacia arriba y lo apoyé en el borde. Me impulsé y salté... Todo el rostro de Jeffrey fue masacrado por los mortales alambres. Gritó. Caímos al suelo del otro lado. Estábamos afuera. Libres. Casi seguros, excepto que habíamos dos. Solo uno podría quedar para asegurad la seguridad.

El Origen de BabadookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora