Llegó la noche y mi padre no regresaba. Mi madre no decía nada. Estaba sentada en el sofá y caminé hacia donde ella. Y me recosté, ella me abrazó. Y cerré mis ojos. Empezó a llover. Y dormí el los brazos de Aurora, en los brazos de mi familiar más querido. Solo se escuchaba la serenidad de las salpicaduras de la lluvia en el techo de la casa. Y esa noche volví a soñar con Lis...Escuché los picotazos de un pequeño pajarito en mi ventana de cristal. El sol se asomaba. Era domingo. Yo me encontraba en mi habitación. Parecía que mi madre me había cargado cuando me dormí y me trajo aquí. Estiré mis brazos lo más alto que pude y liberé una sonrisa.
Caminé por el pasillo y allí estaba ella, con un desayuno servido en la mesa. Primera ves que me preparaba un desayuno. Las pocas veces que desayunaba era porque yo mismo me lo preparaba. Pero mi madre había cambiado, estaba sonriéndome.
–Vamos, come.Me senté en la mesa y quedé asombrado del perfecto aroma. Tocino, huevos fritos, tostadas con mantequilla. Y mi boca quedo deleitada.
–¿Sabe bueno? –me preguntó con su tierna sonrisa, sin mostrar sus dientes.
–¡Sí! –mascullé. Y allí sus dientes quedaron expuestos y rió. (Sonrisa delicada sin mostrar sus dientes... ¡Arréglalo!Ella cogió sus cubiertos y comenzó a comer su comida. Hace tiempo que no comíamos juntos, mucho antes de que despidieran a mi padre. Parecía una fecha perdida en un abismo infinito de tiempo, en el cual el recuerdo estuviera a punto de desvanecerse. Como si hubieran pasado milenios, o más.
Cuando terminé salí al patio, nunca salía. Pero por alguna razón, decidí salir hoy. Y me senté en el balcón, ese en el cual mi madre se había echado a llorar. Aún no comprendía porqué lo hizo.
Miré el cielo azulado. Todo se veía tan impregnado de vida. Parecía que mi vista era una obra de arte: los árboles verdoso parecían hechos por los pinceles más detallistas del mundo, el cielo parecía la obra abstracta de los colores marinos, las casas daban la impresión de parecer piezas de cerámicas de los mejores artesanos. Toda mi imaginación estaba muy agitada. Rápido corrí hacia adentro de la casa. Estaba emocionado.
Entré a mi habitación, abrí mi bulto de la escuela, agarré un papel y un lápiz. Y regresé a contemplar todo desde el balcón. Hice los primeros trazos: un dibujo. Trate de imitar aquellos árboles, traté de imitar aquellas enormes nubes, aquel enorme sol, aquellas casas fueron cambiadas por inmensas montañas nevadas, y al lado del sol quedó su mejor amiga –la luna–, debajo de esa pareja de seres supremos quedaron las largas auroras. Auroras, como el nombre de mi madre, hermosas. Hermosas, como Lis. Quería hacer a Lis parte de mi dibujo. Ya estaban las auroras que me recordaban a mi madre, ahora faltaba algo que me recordara a Lis. Pensé. Y me percaté: ¡Ya ella estaba allí! Ella era el sol. La única luz capaz de sacarme de las tinieblas más densas. Pero ella no solo era mi sol, también era mi luna, ella era en sí luz. Ella era iluminación. Ella era calor. Ella era amor. Lis y mi madre, eran todo para mí.
Terminé el dibujo. Miré al cielo nuevamente y ya era el atardecer. Sabía que había cogido intervalos en lo que almorzaba y cenaba, pero no pensé que me tardaría tanto. Aún no le había enseñado nada a mi madre, le dije que era una sorpresa.
Le explicaría todo, que las auroras la representaban, que las montañas nevadas simbolizaban la soledad que tenía, que el sol y la luna representaban a Lis... Aún no le había comentado nada a mi madre de ella. Debía contarle. ¿Debía? Y de momento, me puse colorado, nervioso. Si le contaba a mi madre tendría que decirle que yo... Que estoy enamorado de ella. ¿Lo estoy? Ese pensamiento brotó sin percatarme. Me estremecí de solo pensarlo. Un escalofríos me dominó.
Caminé hacia mi madre y le mostré mi dibujo, le expliqué todo excepto la luna y el sol.
–¿Y que significan el sol y la luna? –me preguntó.
–Es un secreto –le sonreí –son lo que me ilumina en cada día, solo eso te puedo decir –y le volví a sonreír. Ella se rió también.
–De acuerdo, pero algún día me tendrás que decir.
–Vale –le respondí. Ella puso sus dedos en su barbilla, como si pensara en algo.
–¿Quieres conocer a la futura esposa de tu tío? Dicen que es una persona increíble. ¿Te gustaría descubrir si es verdad conmigo? –me preguntó.
–De acuerdo.
–Pues metete a bañar que nos vamos en una hora.Una hora después ya estábamos preparados esperando a que llegara el tío Eren. Nos sentamos en el balcón a esperar; mientras esperábamos, nos pusimos a ver las estrellas y a adivinar que constelación podrían formar cada una de ellas.
Sentía que todo lo que jamás tuve en mi niñez lo vine a tener ahora en mi adolescencia. Me hacía falta sonreír con mi madre...
Al rato llegaron. Un auto lujoso y negro. Nos montamos y quedé detrás del asiento del pasajero, donde Sophie estaba sentada. Solo veía sus mechones rubios.
–Soy Sophie, –nos miró por el espejo del conductor –¡es un placer conocerlos! –nos sonrió.Mi madre se presentó, pero yo... Yo quedé sorprendido al ver sus ojos. Hermosos. Eran como los de Lis. Una fusión entre verde y azulado, mezcla en el cual el verde sobresalía con un brillo celestial. Parece que mi tío y yo tenemos los mismos gustos, y ante esa idea sonreí y me presente.
ESTÁS LEYENDO
El Origen de Babadook
ParanormalTommy es un chico con una vida sumamente difícil, sin amigos y con una familia disfuncional. Su única alternativa para despejar su mente es un amigo imaginario llamado Babadook, quien lo tortura a cada noche a cambio de ser su único amigo. Pero lo q...