Alterándolo todo

40 6 0
                                    

Desperté sin ánimos. Sería la misma rutina. Cepillarme los dientes, bañarme, vestirme y esperar en la sala a que la pelea entre mis padres terminara para ir a la escuela. Y luego de unos minutos me encontraba en aquel sofá color vino esperando. Me recosté a esperar. Solo se escuchaban los gritos furiosos de mi padre borracho. Se quejaba de que mi madre le había tomado sus cervezas, pero todos sabíamos que había sido él y que se negaba a admitirlo. Mi madre detestaba el alcohol. Ni si quiera sé porqué sigue con mi padre...
–¡No me mientas mujer! –sonó un golpe como de un aplauso con fuerzas, pero solo fue la mano de mi padre conectando en el rostro débil de mi madre. Sentí un dolor inexplicable en mi pecho.

Lágrimas en su rostro, tristeza en sus ojos, vacío en su interior, todos esos síntomas se veían en mi madre. A los minutos salimos de la casa. Nos montamos en el auto y nos encaminamos a la carretera. Miré cada semáforo, cada auto, cada letrero, tratando de despejar la mente de aquellos gemidos de mi madre. Aún no dejaba de llorar. Quizás no fuera por el dolor que lloraba. Quizás no fue por el golpe. Quizás no era nada físico. Sino pensar en como su vida terminó así. Pensar en eso le debía inundar el corazón en las aguas más caudalosas de tristeza, arrepentimiento y de insuficiencia. Yo bien sabía; esta no era la vida que ella idealizó cuando se casó con mi padre aquel 14 de febrero. Fue una bonita fecha, cualquiera diría que esa fecha daría buena suerte. Que el amor sería prospero, pero todos sabemos que este no era el caso...

Pronto estaríamos en febrero. Pronto sería el aniversario. ¿Qué harán? Nada se me ocurría, pero traté de despejar mi mente y cerré los ojos mientras mi madre conducía hasta la escuela.

Algo de pronto invadió mi ser, tantas emociones al mismo tiempo, tanta emoción recorría mis venas. ¿Qué sucedía? Solo pude resumir todas esas emociones en una palabra: Lis. Hoy la vería de nuevo. Ni lo recordaba. Inconscientemente una sonrisa se dibujó en mi rostro y mi madre la vio. Me miró con gesto de confusión, pero luego sonrió. Parecía feliz. Quizás de que yo estuviera feliz...

Llegué al salón de clases. Temprano como siempre, a pesar de todo. Mi corazón era una bomba de emoción justo ahora. Los fuertes y desesperados latidos indicaban mi ansiedad por verla otra vez. Debía verla. Lo necesitaba. Lo ansiaba. Nada sería mejor que eso... Nada. Al rato comenzaron a llegar los demás estudiantes. Y esta vez sí me percaté: Max. Él era mi mayor enemigo. Hoy sí noté cuando llegó, a diferencia de ayer. Lo mire de reojo mientras agachaba la cabeza. Y Max me clavó esa mirada de desprecio y aquel gesto de desagrado. Era la peor mirada que me habían lanzado. Era un espesa masa de los sentimientos más atroces: odio, irritación, desprecio total, aborrecimiento, rencor, repugnancia, y lo más interesante era que era algo mutuo... Pero yo tenía algo que él no: sed de sangre. De venganza.

Se sentó en la primera silla de la fila pegada a la pared derecha. Yo estaba sentado en el penúltimo asiento de la fila del lado opuesto como siempre. Y si mi memoria no me falla, ella se sentaría en el último asiento de la fila en la que se sentaba Max. Pensar en ella nuevamente me hizo olvidar cada sentimiento negativo hacia Max. Sonreí.

Pasaron los minutos. Ya ella debería venir de camino. De pronto, vi como la puerta de la entrada se abrió lentamente. Un estallido de emociones atacó mi pecho. ¡Sí! Quería hablar con ella. Estar cerca de ella. Verla al menos. Y si era posible reír con ella... Su nombre era la soberana de mis pensamientos justo ahora. Y eso era lo más que deseaba.

Y la desilusión me atravesó el corazón al ver que solo era mi maestro de matemáticas... Un mar de tristeza me ahogó. Rellenando por completo mis pulmones y venas de aquellas aguas inoportunas. El odio que nació en mí hacia aquel profesor fue tanto que mis puños se cerraron hasta frenar la circulación de mis manos. Temblaban.
–¡Buenos días alumnos! Voy a pasar lista...

El profesor comenzó a llamar a todos y cada uno. Dijo el nombre de cada uno de los presentes y todos a su llamado alzaron la mano. Llegó mi nombre y lo hice. Llego el de Max y lo hizo. Terminó. Ya había llamado a todos. Pero jamás, jamás escuche: Lis. ¿Por qué? ¿Se le había olvidado?

–Uh, asistencia completa. Me entusiasmo cuando nadie falta. –comentó el maestro mientras echaba a un lado la lista de estudiantes para dar su clase. ¿A qué se refería con eso? ¿Cómo que asistencia completa? La desesperación me abrumó con furor.  Quería alzar la mano y preguntar si había ocurrido un error. Pero estaba tan nervioso como para hablar en clases. Ni si quiera había participado una sola vez en el salón de clase. Ni hablaba. ¿Por qué debería hablar ahora? Me sentí como un inútil y agaché la cabeza. Otra vez los ánimos se escaparon de mí.

Me quedé en silencio y el sueño me atacó.
–¡Muy bien! En la clase anterior trabajamos con... –decía el maestro mientras yo me alejaba de esta realidad y me adentraba en los paraderos de mi mente. En un profundo sueño. Mis ojos se cerraron inconscientemente...
Todo era negro. Todo tinieblas. Todo frío. Y el calor estalló como si me encontrara en el centro de impacto de una bomba nuclear que desintegraba cada partícula de mi ser. Jamás había sentido tanta calor. Y me levanté con los latidos llenos de furor. Ya estaba despierto. Alterado. Agitado. No había nadie en el salón de clases. Estaban todos los pupitres, pero vacíos. El aire estaba solitario; pero ardiente, como si no cupiera un alma más en el salón. Jamás lo había sentido tan cerca, mucho menos de día: Babadook.
–Te dije que todo cambiaría... Y seguirá cambiando. –apareció su voz aguda, pero que esta vez sonaba entrecortada. Sonaba ronca. Lenta en cada palabra. Como si él estuviera en una especie de trance.

Me volteé sobresaltado y ahí estaba su conjunto de sombras difusas que lo formaban. ¿Cómo podía estar junto a mí de día? ¿Incluso estando despierto lo puedo ver? ¿Qué había pasado con los demás?

Tantas preguntas me aniquilaban la mente. Mis pensamientos eran como una navaja que se deslizaba por mis neuronas, ya que ninguno encontraba solución en mi realidad. Mi realidad... Ni si quiera sé que es eso. ¿Qué es real y que no? No tenía ni la menor idea.

Retrocedí inconscientemente y tropecé. Caí, pero no al suelo. El suelo se evaporó y parecía que lo había atravesado y, de la nada, me encontraba en las nubes. En caída libre. El viento me cortaba la piel por la increíble velocidad con la que caía. Un zumbido maltrataba mis oídos. El cielo azul se marcaba sobre mí y el sol cada vez aumentaba su tamaño. Sus llamas impecables me abrazaban cada vez más. El suelo estaba visible a miles de kilómetros bajo mi cuerpo. Pero no era suelo. Sino millones de rocas que se levantaban en picos enormes. No sobreviviría...

Mi cuerpo quedaría perforado por todas esas rocas. Quizás algunas atravesarían mis órganos vitales. Quizás mis huesos no serían tan resistentes y ellas los atravesarían. Mi craneo quizás terminaría con una de esas rocas incrustadas, atravesando así mi cerebro.

El viento seguía azotándome mientras caía a más velocidad de la que se podría viajar. Mis ojos comenzaban a secarse. Me sentía tan tieso que la idea de poder mover cualquier extremidad se había vuelto algo estúpido e imposible.

Tres segundos para el impacto. Dos. Uno; y todo se abrió. ¿En qué? Todo se abrió dando paso a la realidad. Caí en el suelo y estaba en el salón de clases. Todos estaban ahí. Todos.

–¿Esta bien, Tommy? –me preguntó el profesor preocupado. Asentí con la cabeza adolorido. Una jaqueca me atravesaba la cabeza. Me había golpeado con demasiada fuerza la cabeza. Me sobé el chichón, y de la nada sonó el timbre. –Pues, si están bien ya pueden pasar a su siguiente clase. ¡Buen día!

Había dormido durante toda la clase...

Salí del salón lo más rápido que pude. Había una multitud. Todos salían de sus salones hacia sus clases próximas. Siempre era así. Pero esta vez se sentía raro. El sudor me abrumaba y mi respiración estaba más que agitada. Y al fondo de toda la muchedumbre un pilar negro yacía. Algo que no era de este mundo: Babadook.

El Origen de BabadookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora