Adentrándonos al "no retorno..."

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Analicé muchas cosas. ¿Todos aman y todos odian? ¿Todos han sido felices y tristes? Y el contraejemplo me invadió. ¡No! Todos pueden ser extremadamente tristes, pero no extremadamente felices. La felicidad absoluta solo se le concede a algunos... Tal vez a ninguno. Tal vez es normal sufrir. Tal vez solo es una prueba. Como cuando juegas un videojuego: todos se aburren en niveles demasiado fáciles, pero todos se derrumban en niveles demasiados difíciles. La vida es como un juego en el cual la dificultad siempre esta cambiante.

    Todos pueden tener una perdida de un ser querido, todos pueden llorar de tristeza. Pero no todos tienen la dicha de vivir en riqueza, de tener una familia estable, de tener personas que se preocupen por ellos.

    No todos han tenido amor, pero si todos han tenido odio.

    Lis y mi madre... Ellas se preocupan por mí. Ellas me dan ese toque de amor que todos necesitamos. Lis siempre me alegraba el día, era esa persona que viene a cambiar tu vida, a rescatarte de aquella soledad, a hacerte sentir "alguien más"... Era hermosa. Simpática. Tierna. Inteligente. Valiente... Lo sabía, una parte de mi estaba seguro de eso.

    –Hola –me dijeron en el oído: Lis. Ni la vi cuando entró al salón, me había distraído demasiado en mis pensamientos. Le sonreí.
    –¿Qué hacías? Parecía como si tu mente estuviera en un viaje –agregó y soltó una risita tierna.
    –Nada, pensaba en ti –le sonreí. Y luego de unos segundos, me di cuenta de lo que había dicho. Me dio vergüenza decirlo así. La miré en esos ojos llenos de belleza. Y ella estaba diferente: sonrojada.
    –Esperemos que hayan sido cosas buenas sobre mí. –y se fue a su asiento.

    Tomé una enorme bocanada de aire y la exhalé con fuerzas. Me sentía como si hubiera sobrevivido a algo terrible. Y poco a poco mi pulso se relajó.

    Durante todo el día, mis pensamientos rasgaban mi mente en descubrir qué deseaba mostrarme Lis. Le pregunté incontables veces en el día. Pero nada... Ella solo me decía que era una sorpresa.

    Estábamos en la penúltima clase ahora: ciencias. Desde aquel solitario pupitre miré al lado opuesto de en el que yo estaba sentado: y allí estaba Lis. En todas las clases quedábamos igual. Yo en la esquina izquierda y ella en la derecha de las filas del fondo. Luego miré las filas de al frente: Max y Uriu. Llevan todos estos días debatiendo en cada clase. Excepto en matemáticas, allí Max se quedaba callado. Pero aún así sus notas superaban a las de Uriu. Quizás Max no participaba allí para no revelar sus procedimientos y estrategias secretas. Mientras que a Uriu no le importaba y participaba en los ejercicios de la pizarra.

    Me he podido relajar más debido a esa competencia, así Max no esta tan pendiente a fastidiarme. Y todo el salón siempre se goza aquella riña entre Max y Uriu tanto como para acordarse de que yo siempre era la burla. En especial Susan, últimamente siempre esta detrás de Max. Dicen que comenzó a aprender francés solo porque hay un rumor de que a Max le gustan las francesas. Idiotas...

    El timbre de salida llegó, culminando luego la clase de historia, pero también culminó el día escolar. Y recordé las palabras que me había dicho Lis en el mediodía: "Cuando salgas espérame en el árbol gigante del patio".

    Allí estaba esperándola. El cielo estaba totalmente azul. Perecían ser las diez de la mañana por la increíble paz, pero eran ya las 3:12.

    La brisa me daba un toque frío en mi mejilla, mientras que el sol en lo alto calentaba mis pies que estaban fuera del rango de sombra del árbol. El césped era como una almohada. Era cómodo. Las ramas del árbol se mecían lentamente pero fuerte. Algunas hojas caían cada ciertos minutos. Esa caída en péndulo, de lado a lado, que me encantaba ver. Como cuando estaba en el lago al escaparme de Max y los demás.

    –¿Estas listo? –estaba ella en frente a mí. Yo en el suelo y ella de pie. Al alzar la mirada para verla a los ojos el sol que estaba detrás de ella me cegó por un segundo. Haciéndole honor a la forma en que yo la veía –un ángel–. La brisa movía su cabello; y se pasó la mano por detrás de la oreja acomodándose un mechón despeinado. Pero aún así era simplemente hermosa...

    –¡Si! Aunque no sé exactamente qué vamos a hacer –le respondí y me puse en pie.
    –Ya verás. –me sonrió.
   
    Caminamos juntos. Salimos de la escuela. Y nos adentramos a la calle. Los enormes edificios predominaban en todo luego de llevar caminando unos minutos. Se escuchaba el motor de los autos de lado a lado por la carretera. Seguimos caminando por la acera y vimos varios locales. Pero aún no tenía ni la menor idea de hacia dónde íbamos. Y vi el banco... Ese enorme edificio, y me tuve que detener. Lis siguió sin percatarse de que me había detenido. Yo quedé simplemente paralizado mirando el edificio. Las enormes columnas al frente y las enormes filas de cristales en lo alto. Era inmenso. Y en letras doradas decía el nombre: Jensen's Bank... Tenía el apellido de su dueño. El exjefe de mi padre. El que lo despidió. El que nos arrojó a esta miseria. El que nos arruinó la vida. El responsable de todo... Mi padre se había perdido en el mundo del alcohol por culpa de ese bastardo... Peter Jensen. 

    Mis venas se comenzaron a hinchar. Sentía la necesidad de entrar... De ajustar cuentas y reclamarle. Sentía furia. Odio. Mis manos temblaban. Como si ya hubiera perdido el control de ellas y en cualquier momento fueran a causar un escándalo. Un Apocalipsis. Un mar de sangre. Una nueva realidad en la que Peter Jensen estuviera bajo tierra.

    Di un paso. Y todo despertó. Lis me había agarrado la muñeca. Me había detenido. Mi pulso se aceleró, el susto fue terrible. Un susto como de lo que casi hago, un susto al saber que posiblemente yo sea un monstruo... Así de inesperado fue la presencia de ella.

    Ella me miró a los ojos... Estaba seria, como si fuese un gesto de desaprobación. ¿A caso sabía lo que iba a hacer?
    –Tommy... No nos podemos retrasar. Ven.
    –Lo siento. Es que... –no me dejo terminar y me haló del brazo.
    –Dame tu mano.
    –¿Qué? –le pregunté sorprendido. Una marea de nervios me estremeció.
    –Quiero asegurarme de que no te alejes –y luego sonrió. Y todas mis tensiones bajaron de súbito. No bajaron por lo que había dicho, sino por aquella sonrisa. Me sentía sereno viendo ese lado simpático de ella. Pero aveces su lado serio me confundía sobre cómo era ella en realidad.

    Luego nuestros dedos se entrelazaron, nuestras palmas se unieron y nuestros cuerpos parecían ser uno. Camine a su lado. Y la miré, ella solo miraba hacia al frente. Luego, sin mirarme, sonrió.

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