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—¡Pablo, una hamburguesa especial y un bocadillo de carne XXL, por favor! —exclamo, incrustando una chincheta en la parte superior del papel con el pedido.

—¡Marchando! —profiere el sonriente cocinero mientras pone a freír las papas.

Tarareo mientras cojo el pedido anterior y lo pongo sobre la bandeja. La apoyo sobre mis dedos y camino entre las mesas hasta la número quince.

—Aquí tienen su pedido. Espero que lo disfruten —murmuro con una sonrisa mientras dejo los platos enfrente de la pareja.

Veo a una familia sentándose en otra de las mesas y rápidamente voy hacia allí, sacando mi bloc del bolsillo del delantal.

Me encanta mi trabajo. Me gusta hablar con la gente y servir comida con una sonrisa. Termino reventada, pero el sueldo también es bueno y por eso no me quejo.

—¡Nira, ven un momento! —me llama el jefe, Rafa, y camino hacia él con una de mis mejores sonrisas.

—¿Qué ocurre, Rafa? —pregunto y él apunta al almacén con un dedo.

—Necesito que te pongas con los proveedores, Javier se puede encargar solo del ring.

Llamamos ring a la zona donde están las mesas porque un día dos tíos, que casualmente eran boxeadores, se dieron de tortas. Rafa terminó con la nariz rota al intentar separarlos.

Aún recuerdo la cara del pobre de mi jefe cuando se enteró de que eran profesionales.

Sonrío y asiento sin pensarlo dos veces.

Creo que no puedo tener un jefe mejor. Nos trata a todos con mucho cariño y nunca intenta ponernos más trabajo del necesario.

¡Y encima paga de puta madre!

Le tengo mucho cariño a Rafa. Apartando el tema laboral, es un buen tío con un corazón enorme que no duda en ayudarte con cualquier cosa que necesites, ya sea dinero, apoyo moral o días libres.

Me quito el delantal y entro en el almacén.

Comienzo a colocar las cajas que los proveedores traen y firmo todos los papeles de los pedidos.

Muchos de los repartidores me guiñan el ojo, e incluso coquetean, pero yo, aunque les sigo el juego, nunca mezclo el trabajo con el placer.

Pienso en el chico de anoche y resoplo al recordar lo que me hizo gozar.

Me encanta el sexo y no tengo ningún problema en hablar de ello, para mí no es un tema tabú. Disfruto de los cuerpos que me dan placer y los hago disfrutar también. Me gusta cuando mi piel se eriza con el orgasmo y cómo luego caen exhaustos sobre mí.

Pero nunca llego más allá. Lo mío es el sexo, no el amor.

El amor es caca.

Todo eso de las caricias, los besos suaves, las flores y las canciones lentas, ¡no!

Prefiero los gemidos, los mordiscos que dejan marcas y los besos con pasión y desenfreno. El sudor y el movimiento acompasado que te hace cerrar los ojos y temblar de gozo.

Sí, lo prefiero mil veces.

A las dos empieza mi descanso de media hora y me siento en el cuartito que está al lado de la cocina que hace de vestuario y cuarto de la limpieza a la vez.

Me arrejunto a la ventana y saco la cajetilla de tabaco. Saco un cigarrillo y mi mechero rojo. Lo enciendo y doy una profunda calada.

Mi móvil tintinea y miro el mensaje.

No te enamores de mi. (NTEDM 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora