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2.

Me subo de nuevo en el coche y cojo rumbo hacia mi casa. Muevo mi cuello de lado a lado y me quejo cuando el dolor aparece cada vez que lo hago.

Al final tendré que ir a algún fisioterapeuta.

Aparco en la calle paralela a la mía y camino con la tarta en la mano y el bolso colgado hasta la casa terrera que está enfrente de mi edificio.

Abro la puerta como puedo por culpa de la tarta y entro.

—¡Estoy en casa! —exclamo con alegría y sonrío mientras camino hacia el salón.

Miro a la persona que está sentada en una silla de ruedas y mi sonrisa se amplía.

Dejo la tarta sobre la mesa del salón y me inclino para darle un beso en la cabeza.

—Buenas tardes, mami —murmuro y ella alza la mirada con una media sonrisa.

—Cariño —masculla y sube su mano hasta tocar mi mejilla.

—¿Cómo estás? —pregunto sosteniendo su mano con las mías.

—Pues, hija, como siempre —dice y mi sonrisa decae un poco.

—Pero bien —insisto y ella asiente con expresión tranquilizadora—. ¿Y el piticlín? —pregunto y mamá se ríe.

—En la cocina, cielo. Terminando de limpiar lo de la merienda. —Coge con fuerza mi brazo y me hace agacharme—. Hoy has tardado más en llegar del trabajo, ¿algún chico tiene que ver con eso?

Me río nerviosamente y niego con la cabeza.

—Tenía que hacerle algo de tiempo extra a Rafa, nada más —miento y ella frunce el ceño, pero asiente, soltándome.

Me dirijo a la cocina después de darle un beso en la mejilla a mi madre.

Mamá está en silla de ruedas desde hace siete años. Era una gran cantante y bailaba increíblemente bien. Era una artista completa: cantaba rock, jazz, blues, swing... Cuando yo tenía dieciséis, mi madre se fue de gira por Europa y, en una autopista de Francia, el director de la discográfica, que es el que conducía, perdió el control del coche.

El muy hijo de puta dejó a mi madre sola, con las piernas atrapadas por el salpicadero, y nunca volvió. Milagrosamente, un coche paró al lado y llamaron a la ambulancia.

Si el cabrón no la hubiera dejado sola, mi madre ahora podría caminar.

Después del accidente, lo perdió todo.

Antes tenía ese brillo de felicidad en los ojos, ahora solo veo resignación.

Me mata saber que ella no es feliz, porque es mi madre y lo único que quiero es que lo sea.

Se ha cerrado en sí misma todos estos años, no quiere salir a la calle ni escuchar música de nuevo. Casi nunca la hago reír, solo cuando le gasto bromas a Fran, su enfermero interno.

Este tiene treinta y cinco años y es un hombre atlético. Ayuda a mi madre a ducharse y la mueve de su silla a la cama o al retrete. Le prepara la comida y está pendiente de todas sus necesidades.

Desde el principio, cuando Fran dijo que no le importaba estar interno, le pregunté por su familia, pero él negó con la cabeza y sonrió.

—No tengo —dijo—. Perdí a mis padres cuando era joven y mi mujer me acaba de dejar. Así que no tengo compromisos ni un hogar al que volver.

Esas palabras me destrozaron el corazón, pero creo que contratarlo es la mejor decisión que he tomado en mi vida.

Se ha transformado de enfermero de mamá a amigo de ambas.

Ahora los tres somos una pequeña familia, nos queremos y nos apoyamos en todo.

—¡Piticlín! —profiero, entrando en la cocina, y Fran se gira para encandilarme con una gran sonrisa.

Tiene el cabello oscuro, aunque se le está empezando a esclarecer por los laterales. Unos bonitos ojos azules y un cuerpo muy bien puesto para un hombre de su edad, en la que la mayoría ya tiene barriga cervecera.

—Mi niña, qué bueno verte —clama y me rodea con sus brazos—. Habrás traído la tarta ¿no?

Me río y le pego en el hombro.

—¿Tú me querías ver o solo querías un trozo de la tarta de Rafa? —pregunto, mi labio inferior sobresaliendo.

—¿Ambas cosas? —responde encogiéndose de hombros y nos reímos juntos.

—Eres una mala persona —le recrimino y sonrío—. Está en la mesa del salón. Vamos, anda.

Comemos los dos un trozo de tarta, mamá dice que no le apetece y mueve su silla hasta colocarla al lado de la ventana que da a la calle.

Mientras me llevo el tenedor a la boca, observo cómo suspira y sus ojos se enfrían.

Siento la mano de Fran sobre la mía y muerdo con fuerza mi labio inferior.

Lo miro y él acaricia con tranquilidad mi piel, sus ojos diciéndome que todo irá bien.

Pero no es verdad.

No lo es porque mi madre piensa que no se podrá levantar de esa silla de ruedas.

Y eso la rompe cada día de cada año que pasa. 

No te enamores de mi. (NTEDM 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora