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Delineo con mi carmín rojo un nueve entre las curvas de sus abdominales mientras él sonríe.

Ginés coge mi mano y planta un suave beso en el dorso.

—Ya nos veremos —dice, clavando sus ojos marrones en los míos, y me río.

—Eso sin duda.

Me giro sobre mis deportivas y salgo de la habitación con una sonrisa satisfecha.

Nunca me quedo a dormir.

Al mirar el reloj de mi teléfono, veo que son las siete menos cuarto de la mañana y me dirijo a mi coche bostezando.

No duermo mucho, y más si me tocan noches como esta, pero tampoco me importa. Soy muy nocturna.

Llego a mi casa y me acuesto junto a Choni, que lame mi mejilla con cariño cuando me arrejunto a su cuerpo cálido y peludo.

Me quedo dormida al instante.

A las nueve, suena mi despertador y desayuno con mi café matutino, mi manzana troceada y mis tostadas de pechuga de pavo y queso fresco de la isla. Me enciendo un cigarro y luego me visto con el uniforme de La Toscana: un polo negro con el nombre del bar sobre el pecho izquierdo, un pantalón vaquero y deportivas negras.

Me despido con muchos besos de mi querida perrita, que gime cuando ve que me dirijo a la puerta.

Al salir, veo que la puerta del piso de enfrente también se abre y sale un chico joven.

Alzo las cejas al reconocerlo y él se queda parado en su umbral igual de sorprendido.

—Eh —susurro y sonrío.

—Hola —murmura y se sonroja—. Nos volvemos a ver.

Es el chico del accidente de ayer.

Admiro la belleza de su rostro y cuerpo una vez más. Y, sí, vuelve a gustarme.

—Eso parece. Qué coincidencia —exclamo, señalando su puerta abierta, y él se ríe nerviosamente.

—Pues sí, bastante coincidencia.

Se rasca la nuca y yo trago saliva al ver el movimiento de sus músculos.

—Oye —añade alzando un poco la voz, como si se hubiese percatado de algo, y apunta a mi cuello—. ¿Qué tal estás?

Me lo toco inconscientemente y me encojo de hombros.

—De maravilla, ya casi ni me duele. —Y es verdad. El sexo con Ginés tuvo también esa recompensa.

—Me alegro —responde y mira al suelo, tímido.

—Bueno, yo me tengo que ir. Llego tarde al trabajo.

Me despido con la mano y bajo las escaleras corriendo.

Madre mía, qué de hijos le haría.

Pensando en mi nuevo vecino, me monto en el coche y conduzco hasta el bar donde trabajo por las mañanas.

A las diez en punto, entro por la puerta trasera y saludo a Pablo, que está abriendo unas cajas.

—Buenos días —exclama y le respondo de la misma manera.

Me anudo el delantal al cuello y espalda y salgo del cuartito hacia la cocina. Rafa está ojeando unos papeles y alza la mirada cuando me ve.

—Buenos días, Nira. —Saluda con una sonrisa—. Hoy es el último día de Javier, y estaba pensando en que esta noche, cuando cierre el bar, podríamos hacerle una pequeña fiesta, nada grande. ¿Qué te parece?

No te enamores de mi. (NTEDM 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora