19.

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19.

Oigo el despertador, pero sentir los besos de Arthur en mi nuca hace que continúe con los ojos cerrados y me haga la dormida para disfrutarlos un poco más.

—Reina, me tengo que ir a trabajar y tú a la clínica.

—Mmm... —murmuro sonriendo y me giro sobre el colchón. Abro los ojos y me encuentro la belleza del rostro de mi mexicano favorito—. Buenos días.

—Buenos días, mi amor —susurra y su boca ya está sobre la mía.

Encantada de la vida, le devuelvo el beso con cariño y pasión y me tiro sobre su cuerpo desnudo para sentir su calidez. Nos reímos en la boca del otro y me separo para mirarlo a los ojos. Aparto suavemente los cabellos de su frente y Arthur sonríe con afecto.

—¿Qué tal has dormido? —pregunta con ese acento y esa voz tan suave y apoyo la barbilla en su pecho con un suspiro.

—De maravilla, ¿y tú?

—Bien, aunque... —Frunzo el ceño.

—¿Aunque qué?

—Das unas patadas que ya quisieran algunos karatekas —exclama riéndose y chillo divertida mientras le golpeo suavemente con una almohada.

—¡Eres idiota! No doy patadas.

—¡Era broma, era broma! —grita y se abalanza sobre mí para detenerme. Chillamos al mismo tiempo que caemos sobre el colchón y comenzamos una guerra de almohadas típica de cualquier fiesta de pijamas.

Con la respiración agitada, me echo a correr por todo su apartamento mientras él me persigue con una almohada, amenazándome de lo que me hará cuando me pille.

—Vale, vale, me rindo —clamo rodeando el sofá y Arthur se queda en la otra punta—. Tú ganas.

Con una sonrisa triunfante, tira la almohada en el suelo y alza los brazos cual boxeador al ganar un combate. Entonces aprovecho para correr hacia él y coger la almohada. Lo golpeo repetidas veces escuchando su risa maravillosa y luego, agotada, la lanzo a la otra punta del pasillo y nos miramos con los pechos moviéndose aceleradamente.

Se acerca a mí y en un abrir y cerrar de ojos, me alza entre sus brazos y me apoya contra la pared del salón. Sentir su erección entrando dentro de mí me hace gemir con sonoridad y me aferro a su cuello con fuerza.

—Me encanta verte sonreír y me pone a cien cuando corres desnuda por mi apartamento —declara Arthur con la respiración entrecortada contra mi boca y sonrío con sorna.

—A mí me pone a cien que me persigas desnudo por tu apartamento. —Me embiste y grito de placer.

Se comienza a mover con fogosidad, rapidez y profundidad en mi interior y yo pierdo la cabeza por el gozo que me hace sentir mi malote particular. Me abalanzo contra su boca y nuestras lenguas juegan calientes y húmedas.

Sus manos están sosteniéndome por el trasero y el vértigo vuelca mi estómago cuando me despega de la pared para llevarme al respaldo del sofá. Me sienta allí y mis piernas, que están muy abiertas, tiemblan por las estocadas que me regala Arthur.

Su rostro está contraído por el placer y el deseo y mis uñas recorren sus abdominales firmes y marcados, haciéndolo estremecer y gemir profundamente. Con una de sus manos, me empuja levemente y caigo contra el respaldo del sofá, arqueándome y apoyando mi cabeza y mis manos en el cojín de este para no partirme el cuello.

Las acometidas toman más profundidad y fricción y araño la tela del sillón cuando el orgasmo me hace convulsionar con violencia. Me resbalo sin querer por el respaldo y caigo sobre mi costado. Me río cuando las manos de Arthur me ayudan a incorporarme y, de rodillas sobre los cojines, pone mi rostro a la altura del suyo.

No te enamores de mi. (NTEDM 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora