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Tal vez mañana cuando analice mejor todo, me arrepienta de estar aquí. Pero por hoy, tengo demasiado miedo. Muchísimo. No puedo quedarme sola, no me atrevo. Tengo miedo de seguir viendo cosas. Jackson me salvó. Fue al rescate, justo cuando lo necesité, y aunque cuando éramos novios no lo había hecho, ahora lo hizo y eso es lo que importa.

—¿Te sientes mejor, Angélica?

Casi me hago encima.

—¡Claro que sí! —intento sonreírle dulcemente.

Él deja salir una carcajada. ¿Acaso dije algo gracioso?

Frunzo el ceño.

—Lo siento, es que…—sigue riendo— Nunca supiste disimular cuando mientes. Es sencillo descubrirte. Sé que no estás bien, y aquí estoy, en serio. Es normal que veas cosas que no…

Le interrumpo:

—No es normal. Y yo sé lo que vi, no se te ocurra insinuar que me lo estoy inventando.

Le regaño. Él asiente rápidamente.

Estamos en el sofá de su apartamento. Hace unos meses, su mamá vivía con él. Pero, supongo que ya consiguió sitio, y se fue.

—Pues, puedes dormir en mi habitación. No tengo problemas en dormir en el sofá.

—¡No! Jackson. Yo soy la intrusa, soy quién debe dormir en el sofá.

Sus ojos se hacen enormes. Y enseguida quiere reclamar:

—De ninguna manera Angélica. Dormirás en mi cama.

Me sonrojo.

Agacho la cabeza, y busco mi celular entre mi regazo.

—Lo siento. Pero, de verdad, no puedo permitir que duermas en éste rígido sofá.

—Pues yo tampoco puedo dejarte.

—Bien, entonces, hablemos. Hasta que amanezca.

¿Lo dice en serio?

Cuando él y yo éramos novios, siempre solía dormir temprano. A las nueve de la noche estaba durmiendo. Cosa que me causaba frustración, siempre me he dormido tarde. Inclusive se me pasan las horas y me llega el sueño ya en la madrugada.

—Bien, ¿Me regalas agua?

Se levanta del sofá, directo a la cocina. Mientras yo, arreglo la sala como hacíamos antes. Ruedo el sofá y lo ubico cerca de la pared, abriendo la parte de cama que viene en él. Me siento en ella mientras espero mi vaso de agua.

—Ten.

Aparece Jackson, con el vaso de agua en una mano y un pastelito en la otra. Tomo mi agua, mientras él le da un mordisco al pastel.

—¿Quieres comer algo? —niego— Bien, ¿Mañana irás al trabajo?

—Tengo qué—, me encojo de hombros —alguien debe hacerse cargo.

—Puedo llevarte—, lo observo extrañada, y él lo nota— ¿Qué te sorprende?

Trago saliva.

—Pues, que cuando éramos novios nunca podías llevarme al trabajo, o a clases.

—Sí, bueno…

—No, no pienses que te estoy reclamando. Simplemente fue una acotación. No quiero que creas que te guardo rencor.

—Bien—, dice mientras traga el último bocado de pastelito —pero quisiera hacerte preguntas, de nosotros.

Me congelo.

Demasiadas emociones por esta noche, como para que éste quiera hacerme sentir peor. Pero, debo hacerlo, algo me dice que debemos hablar esperé una oportunidad cómo esta durante mucho tiempo.

—Aquí estoy, suelta—. Suspira largo rato. Y comienza:

—¿Por qué te alejaste de mi?

¡Já! ¿Es en serio? ¿Justo esa pregunta?

Me calmo. Respiro profundo. No debo alterarme.

—Agoté todas mis reservas contigo.

Me encojo de hombros.

—¿Cómo así?

—Intenté muchas veces hacer que no notaba ciertas cosas que hacías, solo para no perderte, para no parecer celosa... Y no me di cuenta de algo importante —sus ojos se abren— que nunca te tuve.

Me observa fijamente.

—No es del todo mi culpa, tú también hacías mal. Y yo así te acepté.

—No, espera, yo no te estoy juzgando. Yo simplemente te digo lo que pasó. Y pasó que tú me engañaste, me traicionaste, y tenías tiempo en eso. Y yo por no quedarme sola, por temor a dejarte ir, no reaccioné.

Observa directo a sus pies, está sentado en la conocida posición de indio. Las piernas entrelazadas.

—Lo siento. Si te hice daño.

—Claro que lo hiciste. Lloré por ti, y yo no lloro muy fácil, eso lo sabes.

Nuestras miradas se encuentran. Noto tristeza en la suya. Sostiene mi rostro entre sus manos.

—Lo lamento. Sé que te rompí el corazón, y no te lo merecías.

—Entonces, ¿Por qué me preguntas el motivo por el cuál me alejé de ti? ¿Acaso no hiciste suficiente?

—¿Todavía te gusto?

Mis mejillas se calientan. Seguro aún me gusta. Pero, son solo suposiciones, puede ser también costumbre, rutina.

—No te diré que no, pero tampoco sé sí me gustas. Solo, no lo sé.

—¿Y cuándo podré averiguarlo?

Se acerca más a mi.

—Yo que sé.

—¿No pensaste en buscar a otra persona?

—¿Para qué? ¿Qué sentido tiene estar con alguien por despecho? Solo le haría daño.

—Tienes razón.

—Por cierto, ¿está bien que me quede aquí ésta noche?

—No veo el problema, es mi apartamento.

—Bien, si quieres dormir, hazlo. Yo no te molestaré.

—Me quedaré despierto, ya te dije.

—¡No es raro!

—¿Qué dices?

Lo dije en voz alta.

—Cuando éramos novios… Siempre te quedabas despierto hasta tarde, después de despedirte de mí.

Frunce el ceño.

— ¿Yo?

Ladra una sonrisa.

—No puedes negarlo. Te despedías a una hora y luego te quedabas “en línea”. Compartías cosas en Facebook… A mí me hubiera gustado más la sinceridad, un “oye, no quiero hablarte”. O cosas así.

Traga saliva.

—Lo sé, Jackson, no es fácil admitirlo. Pero esa, y muchas cosas más me aguanté. Solo para que no me dejaras. Para no parecer “celosa”, acosadora. Pero realmente, debí prestarle la atención necesaria.

—Es que… Yo…

—Shhh. No te reclamo. De verdad, solo quiero que tengas en cuenta que no soy una loca que se alejó sin motivo.

—Angélica, a mi realmente me gustabas, no lo dudes.

Se me escapa un bostezo.

—Aprovecharé, que ya tengo sueño. ¡Qué descanses!

No saltes, yo te amo💖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora