Fue un buen día.
La cafetería de los papás de Angélica es muy buena.
Los clientes al ver que ella regresó, estaban muy contentos. Aunque algunos no pudieron evitar que una que otra lágrima saltara de sus ojos, cuando preguntaban a ella por su mamá y Mariana les daba la noticia.
—¡Gracias señora Marshmellow!— dice la chica rosa cuando una mujer, de cabello blanco, le ofreció una propina bastante jugosa.
—No hay de qué, la calidad de la comida no ha cambiado. La atención sigue siendo la mejor. De verdad muchacha, Dios bendiga tus manos.
Los ojos de la chica rosa se cristalizan. Ha pasado todo el día así, cada vez que algún cliente le dice algo lindo, ella solamente sostiene las lágrimas.
Sé lo que es eso. Contenerse porque el nudo en la garganta no te deja hablar.
—Cariño, son las siete. Tú tío ya viene por nosostros, creo que deberíamos cerrar. Para sacar las cuentas de la caja, y ordenar todo para mañana. ¿Te parece?
Pregunta su tía, la señora Luz.
La chica rosa asiente.
Camina hasta la puerta de cristal. Con un pañuelo en sus hombros. Lo usó hoy para limpiar cualquier cosa que se derramara en las mesas.
Pasa llave a la puerta y se gira. Pero un rápido tintineo en el vidrio la hace dar vuelta de nuevo.
Frunce el ceño.
Es una muchacha.
Pero...
No es cualquier muchacha.
—¿Tú? —espeta Angélica.
Ella.
—¿Tienes café?
Apenas y se escucha su voz desde aquí.
Angélica retira el seguro de la puerta y la deja entrar.
—Cariño...—interviene la señora Luz.
—Tía, yo la atiendo. Adelantense en la cocina.
La tía de la chica rosa asiente.
Quedando Angélica y la enfermera de la funeraria solas. Bueno, yo estoy aquí, pero es como si yo no estuviera. Es decir, ellas no saben de mi. O eso pensé...
La enferma al entrar, camina voluntariamente hasta una mesa, pero algo me llama la atención. Ella me está viendo, lo sé.
—¿Tienes café, Angélica?
La chica rosa toma asiento
—¿Qué me hiciste?
Tomo asiento al lado de la chica rosa.
La enfermera sigue observándome, o eso me da a entender. Estoy seguro de que ella sabe de mi presencia.
—¿Qué hice yo? Nada, solamente te ayudé a ver, a abrir los ojos. ¿No es lo qué pediste una noche cuando no parabas de llorar por Jackson?
Angélica se pone rígida. Lo sé porque estoy demasiado cerca de ella. Puedo ver cada gesto, cada expresión.
—¿Cómo sabes eso?
—Solo lo sé—, la enfermera se encoge de hombros —nací con el don. Y tú también...
—¿El don?
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No saltes, yo te amo💖
RomansNo saltes... ¡Yo te amo! Angélica Stanley. Sam Yivcoff. Dos personajes que tienen poco en común, pero la vida se encarga en hacer que se encuentren... ¿Más allá de la muerte? Sam cree que su misión, luego de...