Navidades

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El primer diciembre que pasamos juntas fue un completo desastre. Estuve trabajando como una loca en urgencias porque me tocaba estar de guardia. Odiaba el estrés y la rapidez que se necesita en esa sección. No podía parar de pensar en Noa. Ella estaba con su familia fingiendo ser quien no es, vistiéndose como se espera que se vista una adolescente de 16 años. Me había pasado una foto con la cara triste y el pelo suelto, normalmente lo recogía en moños o coletas. Su cuerpecito sin apenas desarrollar estaba cubierto por un vestido negro soso para su gusto, le faltaban lacitos, volantes y color. Su madre la había obligado a ponerse tacones y estaba incómoda. Aunque, como siempre, estaba preciosa.

Así pasó noche buena y Navidad sin poder verla. El 27 de diciembre de hace tres años fui a recogerla a su casa. No pudimos estar mucho tiempo juntas porque tenía familiares que atender en su casa. Le regalé un peluche de un gato y ella me dio una taza amorfa hecha a mano por ella.
—Me quedó un poco fea...— sollozó. —lo siento.
—No, cielo. Es el mejor regalo del mundo. De verdad. — Y no mentía. Aún guardo la taza a día de hoy, el primer regalo de Noa, el más especial. Hecho por las manitas de la persona que amo.

Nos despedimos con un beso pensando que no nos veríamos hasta mucho más tarde. Pero la suerte quiso que me la encontrase el 1 de enero apenas habían pasado las 12 en frente de la catedral. Al igual que yo y mis amigos, había ido con su familia a comer las uvas allí. Mi rostro se iluminó radiante como un sol cuando distinguí su espalda entre la multitud. La abracé por detrás asustándola.
—Feliz año, princesa.
Cuando se repuso de la sorpresa se aferró a mí llorando, cubriendo mis mejillas de pequeños besos tiernos. Sujeté su cara entre mis manos y le robé un beso largo, apasionado y caliente. Beso que vieron sus padres a unos metros de nosotras. Pero de eso nos enteraríamos más tarde.

Mi oscuro secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora