Noa y yo comenzamos a hablar todos los días desde el rescate de la piscina. Quedábamos a menudo. Había pasado un mes desde que la había conocido. La estaba esperando sentada en una fuente. La vi llegar a lo lejos. Su pelo estaba recogido en dos coletas, llevaba una camiseta blanca con un corazón rosa en el centro, una falda corta del mismo color, medias blancas y plataformas a juego con la falda. Tenía un aspecto infantil, el mismo que me había llamado la atención en la piscina, el mismo que me había hecho creer que tenía 10 años y no 15.
—Estás hermosa— la elogié cuando se acercó a mí. Sus mejillas se sonrojaron y miró al suelo avergonzada.
—¿De veras?
—Claro que sí, pequeña. —tapé mi boca al darme cuenta de lo que acababa de decir. Se iba a enfadar por volver a confundirla con una niña. Pero en lugar de eso sonrió y me dio las gracias.
Fuimos a comprar un helado para comerlo en la fuente. Hablamos de cosas banales sin importancia.
—Estoy muy cómoda contigo. No me avergüenza vestirme como me gusta— confesó. Me di cuenta de que todas las anteriores veces había llevado ropa corriente que solía llevar todo el mundo.
—Me alegro de que estés cómoda. Lo paso muy bien contigo y no quiero dejar de verte.
Sonreímos cómplices. Jamás se me había ocurrido pensar que lo que acababa de comenzar era algo tan importante e íntimo.
—Cloe, vamos al cine, ¡venga!— exclamó tirando de mi manga. Tenía un comportamiento infantil cada vez más acentuado. Me encantaba. Su inocencia, su actitud adorable y despreocupada. La abracé fuerte.
—Vamos a donde quieras, princesita. Yo me ocuparé de todo para que solo te preocupes de ser feliz, ¿vale? Mami se encarga. —susurré a su oído. Sus ojos comenzaron a brillar más que la purpurina. Sonrió como nunca y me arrastró al cine a ver una peli de dibujos, después fuimos a cenar a un restaurante y por último quiso ir a la playa.
La luna llena iluminaba el cielo y se reflejaba contra las suaves olas que se movían al compás de la brisa nocturna. Mis manos sujetaron las mejillas de Noa y le di un beso suave en los labios. Apenas hubo contacto.
—Te quiero, mami — susurró —gracias por salvarme de las niñas malas en la piscina, y por tratarme... —interrumpí su agradecimiento con otro beso. Esta vez más largo.
—Te protegeré siempre.
Estuvimos abrazadas un rato más hasta que la llevé a su casa.
—Mami, cuando crezca y pueda irme de esta casa, me llevarás a vivir contigo. ¿A que sí? —preguntó con dulzura.
—Por supuesto.
Nos despedimos con un beso y se fue saltando hasta la puerta.
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Mi oscuro secreto
RomansaTengo un secreto que nadie puede conocer. Sería el final de mi carrera, de mi vida, de mi sueño, del poder. A mis 25 años soy una importante cardióloga en un hospital de prestigio. Todo el mundo me respeta, porque no conocen mi secreto.