El regalo

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Por fin, después de tanto tiempo, me habían dado vacaciones en el hospital. Tenía 15 días enteritos para disfrutar de mi princesa. La desperté haciendo cosquillas y la llevé a desayunar a una cafetería que le gustaba mucho porque preparaban un chocolate delicioso ideal para el frío que hacía en el norte. Tenía ganas de pasar tiempo con Noa de la forma más inocente. Parecía que ella no tenía quejas.
—¡Qué rico!— exclamó cuando su taza estuvo vacía. Tenía toda la cara llena de chocolate y me empecé a reír— no seas mala —sollozó haciendo pucheros. Le limpié la cara mientras me seguía riendo, era adorable.
—Listo, vámonos.
—¿A casa?
No le respondí. Le puse una venda en los ojos y la metí en el coche.
—¿Mami?
—¿Te fías de mí, pequeña?
—Mucho.
—Pues calladita y buena.
Asintió desde su asiento.

Lo primero que vio cuando le quité la venda tras haber bajado del coche y caminado un rato, fueron unas jaulas con perritos.
—¿Qué? —preguntó confusa.
—Venimos a rescatar a un animalito para darle un buen hogar, tal y como hice contigo—bromeé.
Sus ojos comenzaron a brillar y se abrazó a mí llorando y dando las gracias.
Después de horas. Muchas horas. Demasiadas horas. Se decidió por un cachorro de gatito pelirrojo.
Después de unos días de papeleo, inspección del refugio a nuestra casa para saber si el animalito iba a estar bien (cosa que me pareció maravillosa), Gingy ya estaba en casa. Me pasé mis vacaciones viendo cómo Noa jugaba con la gatita. Es lo más tierno que os podáis imaginar jamás.

Noa venía a mi lado de vez en cuando a besar mi mejilla y darme las gracias

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Noa venía a mi lado de vez en cuando a besar mi mejilla y darme las gracias.
—Recuerda que no es un juguete. Es tu deber cuidarlo.
—Sí, mami.
Y selló su promesa con un suave roce de labios.

Mi oscuro secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora