La primera vez

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El 14 de febrero de hace 3 años no pude ver a Noa. Trabajé hasta muy tarde. Pero al sábado siguiente por la mañana la recogí en su casa y me la llevé lejos, a otra ciudad. Había alquilado una cabaña cerca de unas termas naturales. Mi princesa había estado rara todo el camino en coche, tenía la mirada perdida en la nada y no había hablado nada.
—¿Qué ocurre, peque?
—Estoy muy nerviosa— susurró— ¿y si hago algo mal o me duele o...?
La callé con un beso suave y lento.
—Noa, yo no voy a obligarte a hacer nada que no quieras. No te he traído aquí para acostarme contigo. Lo hice para huir de la gente y poder desconectar del caos y el bullicio de la ciudad, contigo, con la persona a la que más quiero, a la que jamás le haría daño queriendo.
La pequeña se aferró a mí sollozando y se quedó ahí hasta la hora de comer. Iba a llevarla a un restaurante más o menos cercano pero ella había preparado un montón de comida. Fue un sábado maravilloso, nos dormimos abrazadas en la enorme y calentita cama después de haber hecho un maratón de pelis de dibujos.

Me desperté con una agradable sensación en el cuello. Cuando abrí los ojos mi cuerpo estaba cubierto por Noa y mantas. Me besaba con dulzura pasando su lengua por zonas claves.
—Buenos días, mami—susurró.
—¿Qué haces?
—Besar a mami porque la quiero mucho y quiero hacerla sentir bien.
¿Cómo explicar aquel momento? Algo en mi interior se rompió y la tiré a la cama poniéndome yo encima. Me miró sorprendida y sonrió con vergüenza. Enredó sus dedos en mi nuca tirando de mí. Me parecía tan adorable, tan pura, tan magnífica.
—Te amo— susurré. Sus mejillas se encendieron y se colorearon más rojas que un tomate. Sabía que yo no usaba esas palabras a la ligera. Tembló.
—Te quiero, mami.
Mis manos se deshicieron de su ropa deleitándose con la suave piel de Noa en el proceso. Pronto ambas estábamos desnudas cubiertas por las mantas. Noté cómo dejaba de temblar de vergüenza para temblar por placer bajo las caricias de mi lengua.

Besé su frente cuando se acurrucó en mi abrazo.
—¿Dolió?
—No, porque mami cuida mucho de Noa.
—Exacto— susurré sonriendo. Abracé su cuerpo aprovechando las últimas horas que nos quedaban a solas apartadas de la civilización.

Mi oscuro secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora