Fiestas

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Actualmente, las fiestas que se suelen pasar con la familia las llevamos mejor que hace tres años. En las Navidades de estos últimos años repartimos los días entre nuestras familias. Noche buena la pasamos a solas, navidad con la familia de Noa y noche vieja con la mía. Ya no reina el caos y los nervios por tener que quedar a escondidas en los días importantes. Ya no tenemos que ocultar nuestra relación, aunque sí nuestra forma de vida delante de su familia y de la mía. No quiero pensar el caos que se montaría si se enterasen. Probablemente perderíamos el contacto y mi pequeña no podría soportarlo.

Fuimos a la casa a la que tantas veces había ido a recoger a Noa. Llevábamos una botella de vino en nuestras manos y tranquilidad en nuestras mentes. Amanda, la madre biológica de mi pequeña, nos abrió la puerta con una gran sonrisa. Se había superado. La casa estaba adornada con muérdago, calcetines y un gran abeto hermosamente decorado por cosas brillantes y arropado por muchos regalos. La mesa del comedor estaba vestida con un mantel rojo y comida a rebosar. Fue una noche agradable. Después de la cena abrimos los regalos cuando el reloj tocó las 12 de la noche. Amanda y Enrique, su marido, el padre de Noa, nos regalaron un florero para nuestra casa, Ana, la hermana mayor, me dio el nuevo libro de mi escritor favorito y un collar para mi pequeña. Después de intercambiar regalos, risas y conversaciones estrenamos los juguetes de los niños de la casa con ellos. Creo que Noa se lo pasó mejor que ellos, sobretodo con el coche teledirigido de su sobrino mayor. Realmente lo pasamos bien. Nos querían y aceptaban a ambas. Eran felices porque nosotras lo éramos. Las fiestas en familia se habían convertido en algo maravilloso. Al menos con esa familia. Con la mía no tanto... Aunque de eso ya os enteraréis más adelante cuando toque.
La paz, tranquilidad y silencio que nos recibieron en nuestra casa fueron demasiado placenteros. A pesar de haber disfrutado del ruido de felicidad de un montón de gente junta, se agradecía volver a nuestro hogar.
—Al fin solas, princesa.
—Sí— respondió bostezando. Levantó los bracitos para que la llevase escaleras arriba. Estaba cansada. Sonriendo, le cumplí el capricho. Se durmió nada más rozar la cama. Le quité la ropa con cuidado y la arropé con mis brazos y mantas.
—Buenas noches, pequeña. —susurré durmiéndome también.

Mi oscuro secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora