Mis noches tienen dos lunas
que no me dejan dormir.
Resuenan, en la penumbra
del monasterio cerril,
las campanas de una mustia
madrugada de abril.
Y el sonido, por su brusca
manera de irrumpir,
llena de aves la turbia
mirada del cielo gris.
Mis noches tienen dos lunas
que no me dejan dormir.
Se empeña aún la blancura
de las nubes en cubrir
las estrellas que alumbran
un campo de niebla y maíz.
Pensando estoy en la bruma
de una noche sin fin.
El río avanza en la espuma.
El viento empieza a gemir.
Mis noches tienen dos lunas
que no me dejan dormir.