Las calles de la ciudad se hallaban atiborradas de autos. Y no, no era algo normal. Obviamente, durante los días de semana —y específicamente en ciertos horarios—, la gente salía a trabajar; los estudiantes iban a sus respectivas escuelas, e incluso algunos volvían a sus casas. Pero ese día, el número de personas que se encontraban por la ciudad de Seúl era impresionante.
Park Jimin se encontraba en su auto. Una gota de sudor recorrió su frente, debido a los nervios. Sus manos agarraron el volante con fuerza, y mordisqueó su labio inferior, ansioso. Acomodó su corbata y, acto seguido, miró la hora. Eran ya las doce menos diez. No le quedaba mucho tiempo, y tenía que llegar a un lugar. Le había hecho una promesa a alguien, y no podía ausentarse por nada del mundo. Sin embargo, el destino no parecía estar muy de su lado, ya que su vehículo estaba totalmente detenido en medio de la calle.
—¡Maldición! —gruñó entre dientes y tocó varias veces la bocina.
Como por arte de magia, minutos después, la larga fila de autos comenzó a avanzar. A pesar de ser algo arriesgado, Jimin aprovechó un pequeño espacio que se había abierto entre los vehículos, y se adelantó para poder estar en su lugar de destino cuanto antes.
Afortunadamente, había podido llegar al lugar a tiempo. En cuanto lo hizo, bajó del auto y corrió hacia el interior de un jardín de niños. Preguntó a algunos de los docentes que estaban en los pasillos en dónde quedaba el pequeño teatro del lugar. Y cuando lo encontró, algo se rompió dentro de su corazón al ver que el acto ya había empezado. Las luces ya estaban apagadas, y algunos niños ya se encontraban bailando sobre el escenario. Sin embargo, aquello que había ido a ver no había comenzado. Por eso, tomó asiento y se dispuso a ver lo que seguía.
En un momento, un par de números después, sus ojos se iluminaron, y una sonrisa enorme se dibujó en su rostro al haber visto a aquella persona, al amor de su vida, la razón de su felicidad.
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—¡Muy bien, niños! ¡Estuvieron grandiosos! —sonrió— ¡Sabía que podrían hacerlo!
Feliz y orgulloso, Min Yoongi veía pasar a sus alumnos hacia la parte de atrás del escenario, junto a él. Sabía que los pequeños habían estado demasiado nerviosos, temiendo que algo saliera mal. Pero contrario a eso, habían logrado hacer el número a la perfección.
De pronto, algo captó su atención, haciendo que frunciera sus cejas. Un hombre llegó al lugar, se acercó a una de sus pequeñas alumnas, se agachó hasta quedar de su altura y la abrazó, haciendo que ella riera, contenta. Después, le mostró una bella sonrisa, gesto por el cual sus ojos se habían convertido en dos finas y tiernas líneas. No obstante, a pesar de que la escena fuera adorable, el maestro sabía que debía detenerla. Se acercó a ellos dos y carraspeó, llamando la atención del muchacho. Este, al haberlo visto, se puso de pie y acomodó su cabello hacia atrás.
—Buenas tardes, señor. Lamento decirle esto, pero no puede estar aquí.
—¿De verdad? —rascó su nuca, incómodo— Lo siento, ¿Podría quedarme sólo unos minutos?
—¿Quién es usted?
—Park Jimin. Soy el padre de Park Sun Hee.
—Min Yoongi, soy su maestro —estrechó su mano—. Jamás lo había visto por aquí.
—Oh, no, es la primera vez que vengo. Siempre tengo demasiado trabajo como para traerla o buscarla... ni siquiera pude asistir a ninguno de estos actos de la escuela, salvo hoy, que pude escapar por un rato —suspiró dolorosamente—. No puedo estar mucho tiempo aquí, ¿Podría quedarme un rato más?
Yoongi lo miró durante varios segundos. Él no era un padre, pero imaginaba lo horrible que debía ser no poder estar presente en aquellos momentos tan preciosos de la vida de un hijo, y lo solo que el niño se sentiría al no ver a nadie presente. Presionó sus labios juntos.
—Haré una excepción sólo por hoy. En realidad, los padres deben aguardar sentados hasta el final, y sólo entonces pueden retirar a los niños.
—Gracias, señor Min —sonrió.
Jimin, después de haberle mostrado una sonrisa al hombre, se acercó de nuevo a aquella niña de cuatro años, quien estaba usando un tutú color turquesa con brillos, y unas alas de mariposa en su espalda. Su cabello llegaba hasta su cintura. Era castaño, con algunas ondas hasta las puntas. Sus mejillas eran gorditas, y sus labios, abultados, justo como los de su padre. Al verlo, estiró sus manos y lo abrazó con toda la fuerza que había podido reunir en su pequeño cuerpecito.
—¡Papi! ¿Te quedarás un ratito más conmigo?
—Por supuesto que sí, princesa —acarició su cabello—. Estuviste genial hace un rato. Eres toda una estrella, cariño —besó su nariz.
—¡Papá! ¡Me haces cosquillas! —rió.
Jimin la miró por unos segundos con nada más que amor en sus ojos, y se sintió devastado al haber sentido vibrar su teléfono celular en su bolsillo. Sabía que lo más probable era que fuera su jefe quien lo estuviera llamando. Bufó, pero no atendió. Podía ser regañado más tarde o perder su empleo, pero ¿Podría recuperar después el tiempo perdido con su pequeña? ¿Qué era más valioso?
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HE VUELTO *le tiran tomates*
Esto iba a ser un one shot, pero no iba a quedar bien, así que va a ser un mini fic. En un rato seguro lo termino... o mañana, pero no voy a tardar casi nada, ya que la idea está hecha, y los capítulos van a ser cortos.
Le dedico esta historia a Fede_Jeon, ya que con ella hoy estuvimos hablando acerca de cómo sería si Jimin tuviera un hijito o una hijita, y mE INSPIRÉ PARA ESTO, GRACIAS, FEDE, TKMMMM ♥
Espero que les guste ♥
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With all of my heart [Yoonmin] ©
FanfictionJimin ya tenía a alguien que fuera el amor de su vida, y no creía que alguien más pudiera ocupar ese puesto. Yoongi llegó para demostrarle que él sí era capaz de hacerlo.