CAPÍTULO SEIS: LOS NIÑOS NO ESTÁN BIEN.
Laito Sakamaki estaba tocando el piano, llenando el lugar con la melodía que salía de sus dedos, mientras Yusuki descansaba a su lado. Las piernas de ella se estiraban por el banco, y su cabeza descansaba sobre el regazo del vampiro. Sus ojos cerrados, y una pequeña sonrisa agraciando sus facciones mientras se deleitaba con la música que se deslizaba por sus dedos.
Si había algo a lo que Yusuki debería estar acostumbrada para ese entonces, era que Yui entrara de forma atropellada para acabar con toda mínima esencia del escenario anterior. En otras palabras, para asesinar su momentánea paz.
—Hola, bitch–chan. Me emociona que nos hallamos encontrado justo aquí.
Yusuki no se molestó en abrir los ojos, mucho menos en moverse. Sin embargo, dejó que su atención se desviara hacia la chica humana. Escucho su respiración, entrando y saliendo de sus pulmones, el calor que emanaba la sangre que recorría sus venas gracias al corazón que palpitaba en su pecho, y sus pasos cuidadosos que se detuvieron al lado del piano. Notó que estaba dudando en sus palabras, aunque aquello no era nada nuevo.
No obstante, lo que dijo a continuación la dejó pasmada.
—Laito, ¿quién es la mujer que tenía puesto un vestido elegante? Es muy bonita. Con cabello largo, ¿la conoces?
La música se detuvo abruptamente. La pelirosa abrió los ojos, mirando hacia arriba al rostro de Laito. Lo inspeccionó, pero el vampiro fue lo suficientemente precavido para no dejar que ninguna emoción se reflejara. Podía sentir la atención de la chica sobre él, y bajó la cabeza para brindarle una sonrisa ensayada que no la logró convencer de nada excepto porque él estaba tan afectado como ella por la mención de aquella mujer.
En ese mismo instante, Ayato y Kanato aparecieron en la habitación, como si hubieran estado escuchando su conversación. Yusuki se sentó sobre el banco, y colocó sus ojos sobre Yui. La rubia retrocedió por instinto al recibir aquella mirada fría y vacía, y solo tragó con nerviosismo cuando el ceño de la vampira se frunció.
—¿Para qué quieres saber eso? —inquirió Kanato, apretando con fuerza a su oso Teddy contra su pecho. Yui giró su cabeza hacia él, sobrecogida ante el recibimiento que había obtenido por su comentario.
—Además, ¿qué estás haciendo en este lugar? Este cuarto está fuera de tus límites —le recordó Ayato, mostrando los dientes.
—Kanato, Ayato; díganme. Necesito saber, ¿cuál es el nombre de su madre? —insistió Yui. Un escalofrío recorrió la espalda de Yusuki, haciendo que se encogiera en su lugar. Ayato se le acercó y posó una mano sobre su hombro, reconfortándola con aquel gesto—. ¡Vamos, díganme!
Kanato llevó a su oso de peluche hasta su rostro, ocultándose detrás de él mientras hundía sus dedos en su estómago. Laito siguió observando las teclas del piano, no queriendo pensar en ella, mucho menos mencionar su nombre. Su mente se hundía en viejos recuerdos, ahogándose y no pudiendo salir a flote por más que lo intentara.
Yusuki alzó su mano hasta donde se encontraba la de Ayato y la apretó, intentando devolverle el confort que él le había ofrecido. El pelirrojo inspiró por la nariz antes de propinarle un ligero apretón, dejándole saber que él lo haría. Él diría su nombre.
La mirada de Ayato se centró en la pelirosa. Desde su posición, solo podía observar su cabellera, y se lamentó por no poder ser recibido por aquellos ojos que le brindarían el último empujón que necesitaba en ese momento. Entonces, miró a Yui—. Cordelia.
Yui jadeó antes de salir corriendo. Nadie se molestó en preguntarse el por qué detrás de su reacción, principalmente porque estaban demasiado absortos en sus psiquis como para ser conscientes de su alrededor. Estaban enfrascados en los malos momentos que habían sufrido debido a aquella mujer. En los castigos que enfrentaron, y en los traumas que les dejó.
Yusuki se estremeció al recordar las veces que había sido azotada. El olor de su propia sangre inundó su nariz, recordando las ocasiones en las que la había rodeado, manchando su edredón blanco y arruinándolo para siempre. Recordaba los días que había transcurrido estudiando y estudiando, para en la noche asistir a la escuela y seguir profundizando en su educación.
Ayato movió su mano por sobre su hombro, llegando a rozar la piel de su cuello antes de finalmente retirarla. La respiración se atascó en su garganta al sentir el frío de su anillo, y sus ojos cayeron sobre el anillo dorado que decoraba el dedo anular de su mano izquierda. Por obra de Cordelia, ellos se habían casado cuando tenían trece años.
Aún recordaba el vestido blanco que le había puesto la mujer, siguiendo la fantasía de que Ayato sería el rey y Yusuki su reina. Los ojos de Cordelia brillaban como si supiera algo que ellos no, como si aquella boda realmente acercara más a Ayato a lo que ella quería tan desesperadamente.
Yusuki no paró de llorar durante toda la ceremonia, y Ayato se mantuvo sin emociones hasta que estuvieron solos. Entonces, intentó calmarla acordando que aquella boda no significaba nada en realidad. Aunque eso no evitó que la niña siguiera llorando, pensando en su madre diciéndole que podría casarse con su verdadero amor, y cómo su padre siempre se ponía de malhumor cuando su madre hablaba de ello y le reclamaba que era muy joven para pensar en eso.
Aunque ella estaba de acuerdo con su padre porque estaba segura que no había encontrado al indicado, siempre había pensado en su boda siendo celebrada con todos los lujos y, lo más importante, con sus padres a cada lado de ella. Acompañándola en cada paso, asegurándole que no estaba cometiendo un error, y que siempre la ayudarían.
Sin embargo, la realidad no podía estar más lejana a eso. Sus padres ya no eran parte de ese mundo. Su boda ocurrió en un atropello, obligada por una mujer que solo la hacía sufrir, y con alguien a quien apenas conocía. Sabía que era un error porque ella no quería hacerlo desde un principio, y sabía que no tenía a nadie que fuera ayudarla.
Ayato se percató de su estado y tomó la mano que tenía el anillo. Yusuki volvió a la realidad, y pestañeó sus ojos llenos de lágrimas antes de levantar la mirada para encontrar aquellos ojos esmeralda. El vampiro apretó la mandíbula, haciendo un movimiento sutil con la cabeza para gesticularle que salieran de allí. Yusuki se levantó de su lugar y desapareció de la habitación, dejando atrás a Kanato y Laito a batallar contra los demonios por sí solos.
Por otro lado, los dos vampiros se dirigieron a la habitación de él. Ninguno mencionó palabra alguna, y prosiguieron a acostarse sobre la cama para encontrar confort en los brazos del otro. Ninguno se sorprendió, ya que casi se había convertido en una costumbre para ellos.
Entre los brazos de Ayato, los recuerdos se esfumaron de la mente de Yusuki y, en su lugar, fantasías de ensueño la embargaron. Cerró los ojos, más que contenta con ignorar la realidad y deslizarse dentro de un sueño que no la lastimaría. Mientras, Ayato encontraba la paz al saber que aún no había perdido a la única persona que le quedaba. La única persona en la que podía confiar sin importar qué.
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DEADLY CURSED; diabolik lovers.
FanfictionDIABOLIK LOVERS.| por favor, nunca dejes de mirarme así.