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CAPÍTULO VEINTIUNO: APRIETA LOS DIENTES.
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Un suspiro escapó de los labios de Yusuki al percatarse que los trillizos la habían protegido del ataque de los lobos durante todo momento. Si no era Ayato, era Laito, hasta Kanato había saltado en su defensa para golpear a los canes en sus mandíbulas antes que alcanzaran a la pelirosa para hincar sus dientes en ella.
No era como si ella no pudiera protegerse a sí misma. A esta altura, era un hecho que se había cansado de repetir, y todos los residentes allí bien lo sabían. No obstante, eso no significaba que no se preocupaban por ella e intentarían protegerla siempre que pudieran. Después de todo, los Samakamis habían conocido a Yusuki como una niña que había perdido a su familia y no le quedaba nada en el mundo... lo que inevitablemente los llevó a querer protegerla.
Y debido a cómo los lobos la miraban (como si fuera la comida más deliciosa, relamiéndose los labios y soltando ladridos similar a viles carcajadas cada vez que se le acercaban), los vampiros fueron empujados a querer protegerla con más desesperación que antes.
—¿Qué demonios fueron esos lobos? —bufó Ayato.
Reiji recogió sus gafas del suelo, observándolas por un momento antes de responder—. Pensar que nos atacaron justo cuando el eclipse está cerca. Probablemente...
—¿Sabes algo? —presionó Subaru al notar que el azabache no tenía intención de continuar.
—Son los ancestros sobrevivientes —finalizó Shu, llegando a la misma conclusión que su hermano.
—Si no me equivoco, sobrevivieron dos —compartió Reiji con los demás.
—¿Cuál es su objetivo? —vociferó Kanato, malhumorado por tener que pelear cuando había planeado comer dulces con Yusuki.
—¿No somos nosotros?
—Es Yusuki —señaló Ayato y, ante la reacción de los demás, alzó la voz—. ¿Acaso no vieron cómo la miraban? Se la hubieran llevado de no ser porque los vencimos.
