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—Ember. —Gus me agitó para despertar antes de que la alarma de las 7:00 de mi reloj pudiera sonar. Dormir era genial. Cuando me encontraba dormida todo era normal, y esto era una pesadilla, pero luego esa estúpida alarma sonaba y me hallaba de regreso en nuestra "nueva normalidad".

—¿Mmmm? —murmuré, quitándome el cabello de la cara e intentando enfocar mis ojos privados de dormir.

—Tengo hambre. —Se acercó y apoyó la cabeza en mi almohada, a centímetros de mi cara. No se había lavado los dientes.

—Siempre tienes hambre. —Lo acerqué más, encontrando con mi mano tela vaquera donde esperaba encontrar suaves pantalones de pijama—. ¿Ya estás vestido?

—Tengo escuela hoy. El autobús viene en media hora a las siete-tres-cero.

Eso me despertó. Salté de la cama, aseguré mi cabello suelto con una goma, y encontré una sonrisa. —Comida será, amigo.

—No tenemos. —Se impulsó hacia delante, tomando las escaleras traseras hacia la cocina.

—¿No tenemos qué?

La ventana brillante y abierta de la cocina deja entrar la luz de la mañana, y los azulejos se sentían fríos en mis pies desnudos. Café. Café será bueno. Encendí la cafetera y revisé la despensa mientras ésta siseaba por despertar. Sí, yo tampoco quiero estar levantada. Gus tenía razón, no teníamos cereal, avena, ni rosquillas.

No teníamos nada.

¿Cuándo había pasado esto? Saqué la última pieza de pan y observé el calendario de camino al refrigerador. Cinco de enero. "Primer día de regreso a la escuela" se encontraba escrito con letra de mamá y del otro lado un bloc vacío.

A una semana a partir de ahora se desplegaba un mensaje siniestro: "Ember regresa a la Universidad de Colorado para la primavera". Tragué el pánico y, en lugar de pensar en mi día de partida, alcancé las puertas del refrigerador para sacar los huevos y leche. Se hallaba asombrosamente vacío.

¿Cuándo dejó de ser entregada la comida? Los comestibles habían entrado y salido de esta casa con tal frecuencia, que nunca se me había ocurrido tener que ir a comprar algo.  Le pedí a Gus que viera a April, y se escabulló, feliz de regresar a la rutina. Un plato de huevos revueltos y una tostada después, saqué cinco dólares del tarro de cambio para el almuerzo de Gus y nos dirigimos a la puerta. En la parada del autobús, los padres eran precavidos a mi alrededor.

Después de todo, ahora éramos los chicos sin papá, pero los niños trataban a Gus sin diferencia a como lo trataban antes de que todo cambiara. Él no dejó de tener padre; solo era Gus, y eso era genial. Lo besé en la frente y lo envié, luego cerré la puerta delantera, regresando a la calidez de la casa. April reposaba tranquilamente frente a la televisión en pijama.

—¿Qué crees que haces? —pregunté—. Ya deberías estar en la escuela.

—Buscando algo bueno para ver. —Tenía cero intenciones de moverse.

—Es día de escuela —dije con incredulidad. Tenía que poner su trasero en marcha o no iba a llegar a su primera clase a tiempo. Sabía a ciencia cierta que se tardaba diecisiete minutos en llegar a la preparatoria desde nuestra casa.

—No voy a ir.

Quité el control remoto de sus manos y lo puse en la mesa de café más lejana a ella. Si quería pelear conmigo, al menos tenía que levantar su trasero para hacerlo.

—Sí, sin duda lo harás.

—No eres mi madre. —¿En serio utilizó su lógica adolescente conmigo? Tal vez esto era el pago por todo el infierno que le había hecho pasar a mi madre—. Además, es mediodía. Realmente no esperan que vayamos.

CambiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora