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El reloj me ponía nerviosa. Quedaban dos minutos para el final del tiempo extra y los Mountain Lions estaban bloqueados y con un jugador menos. Jagger nunca podía contener su temperamento. Desde nuestros asientos, Sam y yo teníamos una vista clara de él al otro lado de la pista, y se veía muy enojado.

—Es más sexy cuando está enojado —advirtió con un chasquido de su lengua.

—¿En serio? —Me reí.

—¡Defensa! ¡Defensa! —gritó la multitud mientras el Western State corría hacia la meta.

Mis dedos se clavaron en mi chaleco cuando ellos dispararon y fallaron. Los defensores se deslizaron de detrás de la red y la lanzaron hacia adelante. —Vamos, Harry —susurré, con miedo de decir su nombre demasiado alto. Cada vez que lo había oído en las últimas tres semanas, por poco destruyó el terreno que había ganado.

Dolía todo. La respiración movía el nudo de mi garganta. Dormir al otro lado de su pared significaba que no podía dormir. Pensar en él me cerraba por horas.

Gracias Dios por el dolor; eso significaba que no me había entumecido. Significaba que me encontraba procesándolo, aunque lentamente, pero todavía lo hacía. No había desaparecido en mí misma. Pasaba a través del dolor y actué tan normalmente como pude con un corazón roto. Después del primer día de clase, cuando solo le sonreí educadamente y me centré en el profesor Carving, Harry dejó de tratar de hablar conmigo.

Estuve agradecida. Estaba devastada.

Sabía que no debía venir esta noche, pero no podía soportar estar lejos, no cuando el juego era tan importante para él. Sería el último partido de hockey de su carrera universitaria. 

Harry voló hacia la meta Western State, pasando a los otros defensores hasta que quedó uno a uno con su portero. Mi cuerpo se enroscó por la tensión. Él lo haría, aquí haría ganar a su equipo el campeonato de la liga. Lo sabía con tanta certeza como sabía que lo echaba de menos. Amague uno. Amague dos. Mi corazón se detuvo cuando disparó... ¡Y lo hizo! El estadio saltó a sus pies, gritando su nombre. 

—¡Styles! ¡Styles! —Lo había hecho: dirigiendo al equipo Campeón de la Liga, anotó el gol de la victoria. No podía detener la sonrisa que me consumía más de lo que podía dejar de querer reclamarlo, decir que ese hombre increíble era mío. Mi corazón se llenó de orgullo por lo que había logrado. El equipo despejó el banco, moviéndose en manada sobre la pista de hielo. Él esquivó la multitud y en su lugar patinó hacia donde yo estaba contra el cristal. No había una sonrisa victoriosa, solo esos ojos intensos que me miraban fijamente por debajo de su casco.

 Se arrancó el guante y puso la palma de la mano contra el cristal en donde me encontraba de pie. Indefensa contra él, levanté la mía y le correspondí al otro lado del cristal. Oí un flash, un clic, pero no me importó. Todo lo que había querido decirle, mi orgullo y también mi felicidad, estaban allí para que las viera. Seguía enamorada de él. Los dos lo sabíamos. Una leve sonrisa curvó sus labios, pero no alcanzó sus ojos. Opacados por la tristeza y la resignación. Se alejó del cristal, pero antes de que girara hacia donde su equipo estaba listo para devorarlo, miró hacia atrás. Me señaló y llevó su mano al corazón. Luego fue tragado por su equipo, y le supliqué a Sam que me llevara a casa. 

—¿Segura que quieres perderte la fiesta? —preguntó al detenernos junto a nuestro edificio de apartamentos—. Va a ser impresionante. 

Moví la cabeza y salí del coche. —Esta noche no. Simplemente no puedo. —Me sentía demasiado débil. Cinco minutos en la casa a solas con Harry y estaría en sus brazos. 

—Está bien, pequeña. Duerme un poco. 

—Cuídate. —Esperó hasta que mi llave abrió la puerta principal y luego se fue hacia la fiesta. 

CambiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora