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Mi teléfono sonó, anunciando otro mensaje de texto. En otros veintinueve segundos, sonaría cuatro veces y luego iría al correo de voz. Otros diez minutos más o menos después, comenzaría de nuevo.

—¿Vas a responder? —preguntó Sam mientras me pasaba otro plato de espagueti de nuestra barra.

Revolví los fideos en el plato, pero no podía soportar comerlos. —Pues no.

Dejó escapar un suspiro exagerado. —Ember...

—No lo hagas. Simplemente... No, porque no puedo. —Di otro mordisco y dejé que los espaguetis cayeran del tenedor.

Sam se sentó en el taburete a mi lado y me estudió pensativamente mientras masticaba. —No has comido nada desde ayer. No lloras. No hablas. ¿Qué debo hacer con eso?

Me sentía completamente entumecida, fría desde el alma hacia afuera. No había dolor porque no podía sentir nada. A este ritmo, podría tener el brazo desgarrado, manchando el suelo de sangre, y no lo habría notado. Todo el color había sido drenado de mi mundo, llevándose consigo mi capacidad de sentir... nada.

Jugué con mi comida y miré mientras el reloj digital del horno cambiaba. Seis minutos más. Cinco minutos más. Cuatro. En cualquier momento iba a llamar de nuevo, y yo seguiría sin saber qué decirle. ¿A quién engañaba? No había nada más que decir.

Unos puños golpearon nuestra puerta tres veces, y me encogí. —December. —Su voz era ronca, ahogada.

Sam me arqueó una ceja, pero no pude hacerlo. Negué con la cabeza sin levantar los ojos del plato rojo a cuadros. Qué bueno que la salsa de espagueti hacía juego. Suspiró puramente por mí y las patas del taburete rasparon el suelo cuando ella se deslizó hacia atrás.

Oí la puerta al abrirse. —No quiere verte, Harry. —Sonaba triste, como si estuviera del lado de la persona que acababa de romper mi corazón. 

—Por favor, Sam. Tengo que verla. 

Cerré los ojos para protegerme del dolor que escuché en su voz. Dejarlo entrar me volvería loca. —No puedo. —La puerta se cerró con un chasquido, y dejé escapar el aliento que no me di cuenta que había estado conteniendo. 

—¡December! —gritó; el sonido fue ligeramente amortiguado por la puerta cerrada—. ¡Tengo que hablar contigo! ¡Voy a golpear la puerta y gritar tu nombre hasta que la seguridad me detenga o salgas aquí!

 Sam se sentó y metió un bocado en su boca. Mientras ella masticaba y yo hacía girar los fideos en el tenedor, él continuó gritando. El dolor atravesó mi estómago ante la tristeza en su voz, pero rápidamente la bloqueé. El momento en que la reconociera, el resto me abrumaría, y no estaba preparada para ello. —¡December! 

—Por el amor de Dios. —Sam agarró mi mano y la apretó—. ¿Antes de que lo arresten? 

No podía dejar que se metiera en problemas, no por algo tan trivial como yo. Me bajé del taburete, usando la misma camiseta sin mangas y pantalones de pijama que había usado desde ayer, y me dirigí a la puerta. —No voy a abrir la puerta —hablé contra el marco de madera.

 —Dios, December. Por favor, tenemos que hablar.

 Negué con la cabeza como si pudiera verme o algo así. —No hay nada de qué hablar. 

—¡Tenemos todo de que hablar! 

Estaba enfadado. Bien. Era bueno que uno de nosotros todavía tuviera emociones. —Una pregunta.

 —La que quieras. —Algo golpeó contra la puerta, y a juzgar por la posición y el sonido, supuse que había apoyado la cabeza.

 —¿Estás en el ejército? —Levanté la mano y la puse en la puerta, donde yo sabía que se hallaba su cabeza al otro lado. 

CambiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora