13

2.8K 138 2
                                    

Bueno para el medio ambiente o no, deseé que Colorado hubiera echado sal en las carreteras. La asquerosa grava de color rojo no hizo nada para aumentar la tracción. Fue un infierno viajar a la escuela el lunes por la mañana.

Me deslicé en mi asiento en la clase y saqué mi libro y el resumen de capítulo que había hecho durante la lectura. Estuve tan apresurada al levantarme y conducir al norte para la escuela que había olvidado el carnet de estudiante y ni siquiera tuve tiempo de tomarme un café, lo que no auguraba nada bueno para mi día.

Una humeante taza de los cielos fue dejada en mi escritorio. Miré para ver a Harry sonreír y tomar su asiento. —Vi a Sam esta mañana y me dijo que anoche te habías quedado en el sur por la nieve. Me imaginé que fue probablemente un viaje de nudillos blancos.

Asentí. —Fue un poco infernal.

—Te habría llevado. Una llamada telefónica y habrías estado cómodamente en el Jeep. —Señaló la taza—. Con café y todo.

Tuve que reprimir mi sonrisa. —Te lo dije, puedo arreglármelas sin que tú corras para salvarme. Además, escuché que te encontrabas muy ocupado este fin de semana. —Una punzada de amargura se deslizó en mi tono. No podía dejar de preguntarme con quién había estado.

—¿De quién?

Tomé un largo trago de la deliciosa cafeína e ignoré su pregunta mientras nuestro profesor empezaba la clase.

Me lanzó miradas por el rabillo del ojo durante toda clase y con diligencia mantuve la cabeza agachada. Podía concentrarme en la Guerra Civil. Sí, eso es lo que haría. El problema con esa lógica era que pasé toda la hora pensando en no pensar en Harry. Fracaso épico.

¿Dónde había ido este fin de semana? ¿Con quién estuvo? ¿Por qué diablos me importaba? Yo había dejado claro que no estábamos en una relación, por lo que, ¿qué derecho tenía de saber siquiera las respuestas? Ninguno. No podía salir de clase lo suficientemente pronto. Para el momento en que el profesor nos despidió, ya había empacado mi bolso para poder embestir por la puerta. Salí del edificio hacia el aire fresco antes de que Harry me alcanzara, igualando mi ritmo.

—¿El salón se encontraba en llamas?

Sí. Yo era el origen de las jodidas llamas. Me sonrojé. —No, solo estoy ocupada hoy.

—Cierto. ¿Quieres ir por un desayuno tardío antes de marcharte a estudiar?

Me detuve en medio del patio cubierto de nieve y también se detuvo. —No deberíamos. Quiero decir, no puedo. Quiero decir... mierda.

Se echó a reír, atrayendo la atención de casi todas las chicas en el patio. —¿Supongo que eso es un no?

Odiaba ponerme tan nerviosa. —Sí. Quiero decir que no, porque no estamos saliendo.

—Soy muy feliz en donde estamos. —Una mirada de acalorada intensidad se apoderó de él cuando sus ojos cayeron a mis labios—. El problema es que me sigues diciendo que estamos en otro lugar. Pero eso no cambiaba los hechos aquí.

—Siento mucho lo del viernes.

Vaya disculpa, ¿eh? Dio un paso lo suficiente cerca para que captara su esencia de sándalo. Deseé poder poner mis hormonas en tiempo muerto. En la esquina. Lejos. Levantó suavemente mi barbilla y rozó sus labios con los míos.

—Ember, adoro la forma en que te disculpas.

Mierda. ¿La voz del hombre se relacionaba directamente con el latido entre mis malditos muslos? Recurrí a cada gramo de fuerza que poseía y me aparté de él. No me pasaron desapercibidas las miradas evaluadoras que recibíamos de la gente en el campus. —Nada ha cambiado, Harry. —Tenía que repetirlo lo suficiente para creérmelo—. Tú eres... tú, todo Harry y perfecto... ahora, pero sé que es solo una cuestión de tiempo...

CambiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora