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—Los dormitorios se encontraban llenos —le expliqué a April mientras me ayudaba a sacar la última de las cajas del auto. Ella aprovechó la oportunidad de ver mi nuevo apartamento—. Además, la compañera de cuarto de Sam reprobó el semestre pasado, así que es perfecto. —Solo había pasado una semana, pero me mudé de Boulder, me matriculé en la Universidad de Colorado Springs, y me las arreglé para evitar a Riley... y a Harry.

Ni siquiera quería pensar en ellos en este momento. No podía ser la chica que se cambiaba de universidad por un chico. A menos que incluyeras a papá, en ese caso, creo que sí era esa chica.

—¿Esto significa que puedo pasar aquí los fines de semana? —Se lanzó sobre mi cama descubierta.

Le tiré mi almohada. —Solo si mamá lo aprueba. No soy tu escondite. —Era agradable tener un momento donde podía ser su hermana y no su madre.

Recogió una foto de nuestra familia, esa de la última tarde en la cabaña de Breckenridge, de la parte superior de una caja abierta. —Si alguna vez se recupera de su lobotomía. —Distraídamente, acarició con el pulgar la cara sonriente de mamá en la foto. Fue la última que nos tomamos antes de que papá desplegara. Eso lo convirtió en nuestro último momento.

—Entrará en razón —le prometí a pesar de que no tenía ningún derecho.

—Cierto. Ni siquiera ha notado que te transferiste de escuelas. —Rodó los ojos y cambió de tema—. ¿Cómo tomó Kayla tu mudanza?

Auch. No esperaba que doliera, pero lo hizo. —Fui mientras ella seguía en Breckenridge y trasladé mis cosas. No es que no supiera la razón.

—Riley es un imbécil. —No discutí por su lenguaje. Observó la mini-nevera y el televisor que había sacado de nuestro dormitorio compartido—. ¿Le has dejado algo a Kayla?

Una sonrisa malvada cruzó por mi rostro. —Cada foto que tenía de Riley y yo, con una nota que decía: Es todo tuyo. ¡Besos!

—¡Que ruda! Cruzó los pies, revelando otro par de zapatos nuevos, y no pude morderme la lengua.

—April, pagué esa factura de la tarjeta de crédito, pero tienes que dármela, y mamá debe saber. Lo que estás haciendo es ilegal, malo y dañino...

—Jesús, deja de sermonearme. —Sacó la tarjeta del bolsillo trasero y la arrojó sobre mi escritorio mientras saltaba de la cama—. ¿El baño? Entré en la sala de estar y señalé el camino. El apartamento era perfecto. Ubicado al lado norte de la ciudad, se hallaba cerca del campus, pero no demasiado lejos para ir a casa cuando lo necesitara. Quería vivir en casa durante el semestre, después de todo, ese fue el por qué dejé Boulder, pero la abuela no escuchó nada de eso.

—Estás avanzando —me había dicho—, no retrocediendo. Recogí una foto de Sam conmigo el día de la graduación. Las dos lucíamos tan felices; ella con una brillante sonrisa y las llaves de un auto nuevo, yo con una sonrisa cursi y el anillo de graduación de Riley en una cadena alrededor de mi cuello. Si esto era avanzar, ¿por qué venía unido a tanto pasado?

La puerta se cerró de golpe, y entró Sam mejorando mi tarde. Su cuerpo asesino no estaba escondido bajo la brillante minifalda y relucientes botas. Hacía malabares con tres grandes bolsas de compras y con las tazas de café para llevar de PikesPerk, equilibrándolas debajo de su barbilla mientras abría la puerta de su habitación. Las bolsas golpearon el suelo, y ella bailó en la sala de estar.

—¡Esto va a ser genial! —dijo con mucho más entusiasmo del que yo sentía cuando me pasó mi café.

—Todo está trasladado. Solo necesito desempacar.

CambiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora