Epílogo

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—¿Cuánta ropa has traído? —preguntó Harry mientras resoplaba por las escaleras hasta mi apartamento del segundo piso sin ascensor en Nashville. Se encontraba en una zona fantástica, segura y cerca de Vanderbilt, por lo que mi madre dejó una cantidad considerable de dinero en mi cuenta para pagarlo. Excusó sus acciones diciendo que es lo que papá hubiera querido.

—La suficiente —le respondí con una sonrisa, y abrí la puerta con el pie para poder entrar. El calor de mediados de agosto me hacía sudar entre mis omóplatos, y el aire acondicionado me dio un gran alivio. Harry se derrumbó melodramáticamente en mi sofá, echando la cabeza hacia atrás.

—Me muero. Me estoy muriendo.

Bueno, si eso no era una invitación. Me senté a horcajadas sobre su regazo, y él se puso alerta de inmediato. —¿Mejor?

Rozó mis pantalones cortos y agarró mis muslos con un apretón juguetón. —Creo que hay demasiada ropa. Me gustas sin nada.

Me besó mientras me reía y me hizo saborear las ventajas de mi propia casa. —¿Cuándo tienes que regresar?

—Mañana por la noche.

Demasiado pronto. Traté de no poner mala cara, y en su lugar, terminé besándolo de nuevo. Podría haber vivido de besar a Harry. —Eso significa que estarás aquí todo el fin de semana —le susurré sugestivamente.

—Así es —coincidió, jalándome con más fuerza contra él.

—¡Genial! Me gusta que mi armario esté codificado por temporada y color de acuerdo con el orden del arco iris. —Le di un beso sonoro en la mejilla y salté de su regazo, dirigiéndome a desempaquetar la cocina.

Gimió. —¿No podemos simplemente tener mucho sexo?

—Claro, siempre y cuando todo esté guardado... —Me reí a carcajadas cuando saltó sobre el respaldo del sofá y me siguió hasta la cocina. Me levantó sobre la encimera y me hizo cosquillas sin piedad. 

Me pregunté si siempre sería así con él; risas y esta química perfecta, mezcladas con los suficientes sentimientos en los que fundirme. Lo que sea que pasara con nosotros, sabía que siempre sería más que suficiente.

 Harry era mi hogar, incluso si se encontraba a seis horas de distancia en el Fort Rucker. Dentro de dos años más, los dos terminaríamos juntos, él con la escuela de vuelo, y yo con la universidad. Y lo haríamos, no porque fuéramos fuertes, o determinados, sino porque no había otra opción para nosotros. Simplemente éramos así. Cesó el ataque de cosquillas y me besó, robando hasta el último pensamiento de mi cabeza con esa boca perversa.

 —¿Qué te parece si disfrutamos del tiempo que tenemos? 

Ese sería el lema de nuestra vida, no tenía ninguna duda. —No puedo pensar en nada mejor. 

—December, no hay nada mejor que tú. 

Le acerqué más, encantada de que este hombre extraordinario fuera mío, y le robé un beso antes de susurrarle contra la boca—: No hay nada mejor que nosotros.   

CambiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora