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Mierda. Eran las seis y media de la noche. El disco caería en cuarenta y dos minutos y yo estaría fácilmente a veinte minutos en coche. Salté en un pie, tratando de sacarme las botas negras para poder ponerme las marrones que hacían juego con mi suéter de color crema. Con un tirón entusiasta, la de la izquierda voló de mi pie, y aterricé sobre mi trasero, golpeando mi cabeza contra la estantería.

—¡Ay! —grité. La librería se sacudió por el impacto, y eché los brazos sobre mi cabeza para atrapar lo que sabía sería una avalancha. Un momento después, un sobre me golpeó. ¿Reacción muy exagerada?

La carta de papá me miró desde mi regazo. Seguí con mi dedo mi nombre con la letra familiar, como si de alguna manera pudiera acercarlo a mí.

Por enésima vez o así, mis dedos coquetearon con el sello, tentada a rasgarlo y saber de él por última vez. Pero, ¿qué diría si supiera todo lo que sucedió? ¿Si supiera que me transferí? ¿Si supiera que todos mis planes trazados no eran nada más que cenizas que esperaban ser barridas?

¿Qué pudo haber dejado de decirme que no me había dicho en persona? ¿Qué había retenido? Le di la vuelta en mis manos otra vez, decidiendo no dejar nada sin decir en mi vida. Nunca habría una razón para que yo escribiera una carta.

Harry debía saber que lo amaba. Esta noche. Sin espera. Sin arrepentimiento. Sin preocuparme sobre las consecuencias ni debatirme si había llorado lo suficiente para seguir adelante.

Me levanté y volví a colocar el sobre en el estante superior.

Me puse mis botas marrones. —¡Sam, tenemos que irnos ahora!

—¡Espera! —gritó ella desde el baño—. No se puede precipitar la perfección, y estoy a punto de ir a la caza de un hombre.

—¿Dónde diablos están mis llaves? ¿No puedes poner las cosas en su sitio, Sam? —Lancé mis brazos en mi abrigo y empecé a revolver la mesa de café.

—No te enojes tanto, Ember. No todos podemos tener trastorno obsesivo-compulsivo de súper-organización por aquí. 

 —¡No ayudas, Sam! 

Ella se rió y siguió aplicándose el maquillaje. Cuatro minutos, tres maldiciones, y un juego de llaves después, íbamos en camino. El tráfico no era tan malo hasta que llegamos al World Arena. Añade cinco minutos para aparcar, y lidiábamos con perdernos el comienzo. Corrimos por el área, abriéndonos camino entre la gente hasta que llegamos a nuestra sección. Un rápido vistazo más allá del acomodador en el hielo confirmó que habíamos llegado a tiempo. Nos deslizamos en nuestros asientos de cristal azul cuando el equipo llegaba a la pista de hielo. 

Justo a tiempo. Como si tuviera un súper radar de Harry, lo encontré en el momento en que patinó sobre el hielo. Sonreí cuando oí al estadio estallar en aplausos con la llegada del equipo. Mis ojos no podían despegarse de Harry. —Santo cielo, chica, estás enamoradísima. 

Mi sonrisa se extendió, aceptando el derroche de emociones dentro de mí. —No tienes ni idea. —Lo amaba. Pero más que eso, no sentía orgullo simplemente por el jugador que había allí, sino también asombro por el hombre en el que se había convertido—. ¿Sabías que se lesionó?

 Ella asintió. —Sí, estuvo fuera de acción el año pasado, pero en realidad yo no hablaba con él. Quiero decir, estaba en la escuela y en las fiestas, pero no es que nos encontráramos en los mismos círculos, incluso viviendo al lado. ¿Te ha contado lo que pasó?

 Negué con la cabeza. —El rumor es que le dispararon ese otoño, pero hay como diez mil versiones diferentes de cómo sucedió. 

Disparo. Mierda, ¿le habían disparado? —¿Cuál es la versión más popular?

CambiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora