—Si te he fallado te pido perdón de la única forma que sé, abriendo las puertas de mi corazón para cuando decidas volver —canto mientras hago un lazo en mi traje de baño— porque nunca habrá nadie que pueda llenar el vaci...
Dejo de cantar cuando la canción es interrumpida por la milagrosa llamada entrante en mi móvil. Samuel está llamándome y no puedo evitar esbozar una sonrisa.
—Holaa.
—Hey Samu, ¿Cómo estás? —sostengo el móvil entre mi hombro y oreja mientras termino con mi bikini.
—Pues bien, ¿qué tal te va en la selva?
Volteo los ojos.
—En la casa de la playa me va bien. ¿Y a ti cómo te va en la civilización?
—También bien. Aunque creo que me hace falta un poco de aquellos aires, podría ir un día de estos.
—Estaré esperándote Samu.
—¡No me digas así! ¡Me haces sentir como un pequeñín!
—Eso eres.
Lo escucho reír.
—También te quiero, amiga.
—Me encantaría decir lo mismo.
—Eres una idiota.
—Aun así me adoras.
—¿Ya practicaste?
—Voy a eso en un rato, mientras escuchaba música.
—No iremos al punto acerca de tus gustos musicales de los años ochenta.
—¡Oye! Lo que escuchaba no es de los años ochenta.
—Samuel, vuelve aquí... —escucho una segunda voz e inmediatamente la reconozco.
—¿No es esa...? —y da por finalizada la llamada— Brigitte —termino lo que estaba por decir.
(...)
Después de durar una hora y media dentro del agua nadando y practicando salgo ya que mi estómago comienza a rugir. No desayuné y debo prepararme un sándwich.
—Has cambiado mi vida me has hecho crecer, es que no soy el mismo de ayer...
Escucho luego de darle play a la canción nuevamente. Estoy sentada en forma de indio sobre el sofá mientras como.
Esa canción me la dedicó Lucas hace un tiempo. Por más que esa estúpida me lo haya quitado y él se haya dejado llevar por ella, lo quería, pero no puedo dejarme llevar por los celos de adolescentes que salen a flote. Debo madurar y aceptar lo que ya no es mío, como también reconocer que yo he rechazado su petición a otra oportunidad.
Termino de comer y decido salir en busca de los cocos.
—Joder... —me quejo cuando una de esas secas ramas rasguña mi frente cuando cae.
Dejo la rama que ha caído a un lado y recojo mi cabello enmarañado debido al agua salada haciendo una especie de coleta alta. Desvío mi mirada a un lado de la arena y me sorprendo cuando noto lo que hay.
—Cigarrillos —murmuro y paso el nudo de mi garganta debido a los nervios.
Agarro la rama seca e ignorando el coco que me falta por conseguir me dirijo hacia la casa justo cuando escucho una ventana romperse.
—Nada pasa, no pasa nada —el sonido viene desde el compartimiento.
Retrocedo algunos pasos y choco contra un tronco o palmera, soltando un repentino grito.
—Fuck you —escucho que dicen a mis espaldas.
Doy la vuelta atacándolo con la rama seca y con el coco para después alejarme.
—¿Qué sucedió? —escucho decir a otro hombre— ¿Señorita Beltrán? —pone su mano sobre mi hombro.
—¡Ah! —grito con terror.
El señor me sonríe.
—¿Quién es usted?
—Soy Enrique —tiende su mano—, un viejo amigo de la familia ¿no recuerda? Su abuela me pidió que le echara un ojo a la casa y...
—Estoy bien, por suerte fueron unos rasguños —el hombre más joven se para al lado de Enrique—. Aunque el de la mejilla arde un poco.
Me fijo en el chico y estrecho los ojos cuando creo reconocerlo pero no recuerdo de dónde.