No me da chance de acompañar a Brigitte y a mi madre instalarse en la habitación donde pasarán esta noche y las siguientes dos. Debo irme con las otras chicas al lugar donde se estará llevando a cabo el evento, y cuando estoy por subir al autobús intercambio miradas con la víbora que arruinó mi desayuno. Decido restarle importancia y terminar acomodándome en uno de los asientos.
«Acá en el hotel me he cruzado un par de veces con ese chico, ¿Román? Está muy bueno.»
Río internamente al leer el mensaje de Bri y guardo el móvil rato después.
En el camino recibimos algunas ordenes, charlas y consejos de algunas personas del comité durante los primeros veinte minutos, después de eso cierro mis ojos con la intención de dormir.
Para cuando los abro, la brisa fresca golpea suavemente mi rostro y el olor tan particular del mar me hace sonreír. A través de la ventana veo la cantidad de personas a los alrededores; unos ubicados ya en unos daplats y otros de pie con bebidas -no alcohólicas- en manos.
—¿Cómo te tratan los nervios? —una de las chicas la cual no recuerdo su nombre me pregunta mientras me dirijo al área de hidratación.
—Los estoy sobrellevando. Creo que sería anormal no sentir nervios el día de hoy.
—Uff, sí —hace un mohín—. Confiemos en que todo saldrá bien, que sea lo que Dios y las olas quieran para nosotras y las demás chicas.
Asiento con una sonrisa.
No volvemos a conversar cuando hemos llegado al toldo donde pido un agua mineral que me es entregada enseguida y le agradezco a la señora detrás de esas cavas. Son las ocho de la mañana y el sol está tan fuerte que siento que quedaré bronceada con la ropa que traigo puesta.
—¡Beltrán! —escucho a mis espaldas como la voz firme del director menciona mi apellido y doy la vuelta de inmediato para encontrarlo con una credencial en mano que me es entregada segundos después—. Vaya a prepararse. La hora se acerca y no queremos retrasos —da la orden y cuando estoy por caminar hacia los vestidores, habla nuevamente—: confío en ti. Sé que lo harás tan bien como lo hacía tu padre.
Royce
Las palabras de Veronica siguen dándome vueltas en la cabeza, tanto así que me siento mareado en ocasiones; aunque tal vez se debe al alcohol que he estado tomando desde que dejé aquella charla en el restaurante. Ella dejó todo claro, reconocía que era la única culpable gracias a su ambición.
Es muy poco inusual que un hombre diga que se siente usado y traicionado, pero sí, así me siento. Como un títere, eso fui. Ella vio en mí el atajo perfecto hacia el éxito, y tras no hallarlo decidió desecharme como si de cambiar un viejo automóvil por otro nuevo más útil se tratase.
Alejo la botella de ron puro que he abierto hace menos de una hora cuando el timbre resuena en todo el penthouse. Me cuesta ponerme de pie; se sienten pesados y he olvidado por un momento cómo mantener el equilibrio pero tras hacer un esfuerzo, me encuentro abriendo la puerta de cristal polarizado.
—Pero hombre, ¿qué te ha pasado? ¿por qué estás así? —Carlos sacude su mano y cierra la puerta una vez que se adentra—. ¿Te das cuenta?
—¿D-de qué? ¿De que fui un juguete? Sí, debí suponerlo desde un principio pero sin emb...
—Me refería a tu estado físico pero ahora que dices aquello sé que también el mental. Luces fatal, Royce —no sé si son ideas mías pero lo veo mover su cabeza en modo de negación—. Eres una figura pública y estar de ese modo no es correcto.
—¡Pero si solo han sido ocho botellas desde que hablé con ella! —alzo la voz— ¡Y es la segunda el día de hoy! ¿Qué hay de malo con eso, eh? —río— eres mi estilista, no mi psicólogo.
Aparta bruscamente la botella de mi mano y vacía el liquido en un florero que está a un lado.
—Soy tu abogado, tu amigo, y por eso me preocupa que estés así. Ahora mismo entrarás al baño y abrirás esa ducha ¿de acuerdo? te darás una bien fría mientras yo veo qué consigo en la cocina.
Parpadeo un par de veces; el sueño está venciendome terriblemente al igual que el dolor de cabeza y estomago.
—Te guío al baño —lo escucho decir antes de tomar mi antebrazo y arrastrarme a uno de los tantos pasillos—. Tomate el tiempo que sea necesario, y si quieres drenar, estás en todo tu derecho.
No sé qué tiempo me ha llevado tomar la ducha, pero cuando salgo mi cuerpo se siente más liviano aun cuando estoy bajo el efecto del alcohol. Un poco más consciente que hace algún buen rato, pero fresco después de todo.
Incluso mi mente está más despejada y ya puedo pensar ciertas cosas con claridad. Por ejemplo, que fui un estúpido al ponerme así por cierta persona a la que ya no vale la pena ni mencionar.—Qué cambio. Definitivamente el alcohol cambia a las personas —me sobresalto al escuchar la voz de Carlos—. Ahora sí huele a limpio, aunque el alcohol esté impregnado en estas paredes.
—¿Qué haces aquí?
—Vine a asegurarme de que mi cliente no haya cometido una locura. No contestabas las llamadas ni los correos, muchísimo menos los mensajes —recuerda con obviedad.
—El móvil ha de estar en algún rincón.
—Lo imaginé —da pasos en círculo por toda la habitación.
—Tengo que salir en busca de algo para comer, ¿vienes... —alza la mano indicándome que guarde silencio.
—Ni lo pienses. Aunque te hayas duchado sigues viendote como uno de esos hombres que viven veinticuatro siete en una licoreria, como si vida dependiera de eso. Serías el qué hablar de todos y no es lo que queremos —calla unos segundos—. He encontrado algún caldo de pollo en la cocina, de esos instantáneos, así que deberás conformarte con eso.
—Lo que diga, patrón.
Me dejo caer sobre el colchón quejándome casi al instante porque mi cabeza protestó.
—No sé si estés en tus cuatros sentidos ahora mismo, pero aparte también el motivo de mi visita fue porque tienes o, bueno, tenemos una invitación.
Lo miro fijamente, esperando a que continúe pero no lo hace.
—No es muy común recibir invitaciones donde debas estar presente —respondo pesadamente.
—Se trata de alguien a quien conocemos de hace poco. Lourde De Beltrán nos ha invitado al aniversario del hotel que se llevará a cabo en Los Ángeles, y debo avisarte que tal vez esté presente Jennifer, su nieta.
¿Jennifer? mi mente parece quedar en blanco al escuchar ese nombre, pero sólo fueron por pocos segundos porque la imagen de una morena llega a mis pensamientos.
La chica de la playa.
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