—Y esto está listo —nos dice Marcos dejando su herramienta a un lado y me percato de varias gotas de sudor que caen por su frente.
—Gracias —sonrío.
Me acerco a la cocina para seguir con lo de la salsa, y al acercar el fósforo esta no prende.
—Pero... no prende.
—Obviamente no va a prender, bonita. Se ha quedado sin gas.
—¿Qué?
Escucho a su amigo reír a mis espaldas y me dan ganas de cachetearlo muchas veces.
—No hay gas. Y con mucha razón, ¿Cuánto tiempo no tendría eso aquí, eh?
—No puede ser... ¡Ay! —grito con frustración— ¿cómo no pude pensar eso?
—Tranquila, puedo prestarte nuestra cocina —sale de la casa—. Es eléctrica y no te dejará a medias como esta antigüedad.
—No quiero molestar más —miro disimuladamente al guapetón— porque creo que incomodo a otros.
—No seas tonta, ignóralo. Ve a buscar la olla y vamos para que continúes con tu salsa.
Le sonrío en agradecimiento antes de entrar a la casa por la olla. Con una toalla me encargo de sujetarla y caminar con sumo cuidado con ella hasta el compartimiento. Al entrar, el tal Marcos enciende su cocina mientras que su amigo se distrae con su teléfono.
—Tengo una idea —comenta Marcos—. Tú estás preparando salsa, y nosotros pensábamos hacer espagueti. ¿Te parece si compartimos?
—Eh... no creo que alcance para los tres.
—Alcanzará. Geoffrey come muy poco ¿cierto? —lo observa—. Con decirte que estábamos por comer espagueti sin carbohidrato con atún light. Ya sabes, el chico que se la de fitness.
—Está bien. De verdad, muchas gracias.
(...)
Antes de comenzar a cenar voy por mi suéter a la casa porque me siento muy incómoda en la mesa estando en traje de baño, y luego entre el pelinegro y yo nos encargamos de poner la mesa.
—Y dime bonita, ¿cuál es tu nombre?
—Jennifer —contesto y bebo un poco de agua.
—Lindo nombre.
—Muy común pero qué le puedo hacer.
Ríe contagiándome.
—¿A qué te dedicas?
Observo discretamente a George, come en total silencio pero al pendiente de nuestra conversación.
—Tengo un estudio técnico en recursos humanos y soy surfista.
—Woah, sorprendente. Acá mi amigo tímido se dedica a...
—La conversación es entre ustedes. ¿No? —interviene él—. No tienes porqué hablar de mí o hablar sobre a qué me dedico.
—Bueno, ya son casi las nueve y creo que ya debo irme. Estuvo muy rica la cena, gracias.
Noto cómo Marcos le voltea los ojos a su amigo con enojo, y se levanta también.
—Deja eso ahí que yo me encargo de lavarlo después —prácticamente me quita el plato de las manos—. Disculpa por la odiosidad de mi amigo, ha estado así los últimos días —se encoge de hombros—. Pensé que venir acá lo...
—Marcos... —hablo por lo bajo al igual que él— como ha dicho él, no es necesario que me expliques acerca de sus días o vida. Traté contigo, me caíste súper bien al primer momento, sobre todo por tu educació —enfatizo— y cordialidad, pero no con él. Gracias.
—Entiendo —observa el piso y juega con sus dedos—. También me has caído muy bien.
—Por supuesto que debió caerte bien amigo, si te gustan fáciles y la señorita no es la excepción —añade George que ahora viene hacia nosotros— ¿o me equivoco?
—¿Disculpa? —mi mente parece bloquearse ante lo que él ha dicho. Me ha ofendido, él lo ha hecho.
—¿O me equivoco? —insiste.
No lo pienso mucho cuando doy unos cuantos pasos hacia él y ya estando lo suficiente cerca, descargo mi mano en su mejilla. No sé qué razón tenga o por lo que esté pasando ahora con su vida pero eso no le da derecho a expresarse así de mi cuando apenas me conoce de hace unas horas.
—Buenas noches, Marcos.
—Te acompaño —se ofrece con amabilidad y apenado por la situación.
—No es necesario, gracias.
Giro la manilla y al abrir la puerta rechina. Bajo a pasos rápidos y prácticamente corro hacia la casa. No sé cómo sentirme; ¿ofendida o molesta?
Al estar frente a la descuidada fachada, siento como caminan entre las ramas secas.
—Marcos te dije que no era necesario que... —volteo esperando encontrarlo a él pero me equivoco.
—Has dejado esto en el compartimiento —George me muestra la lámpara.