Introducción.

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Correr nunca se me había dado bien, usualmente se me daba fatal todo lo relacionado a la actividad física y no era por lesiones inexistentes que inventaba, no

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Correr nunca se me había dado bien, usualmente se me daba fatal todo lo relacionado a la actividad física y no era por lesiones inexistentes que inventaba, no. Era porque precisamente odiaba la agitación, sentir que me estrujaban los pulmones y el aire no podía ingresar en ellos, tampoco me gustaba el sudor y que la ropa se me pegara al cuerpo.

Pero todo aquello me importaba un comino en aquel preciso instante.

Un momento dónde corría para salvar mi vida, para escapar de las fauces del cazador, de aquellas garras que te desgarraban la piel y de sus ojos obscuros que brillaban con diversión mientras sus labios finos en una sonrisa torcida clamaba mi nombre como si cada componente fuera de lo más sabroso.

Debido a mi poca fuerza, cada salto que daba mis piernas se aflojaban y me costaba aún más retomar mi velocidad. Para él era un juego; me dejaba correr a lo que yo pensaba era libremente pero en realidad, me seguía de cerca, tanto que podía sentir sus fuertes respiraciones en mi nuca y su risa como ensordecedores truenos que llegaban a mis oídos por distintas direcciones.

Estaba aterrada hasta la médula, pero en mí, aún existía una pequeña chispa de esperanza en mi intento de escape.

Las ramas crujientes debajo de mis pies solo alteraban mis nervios, mi vista estaba nublada por la acumulación de líquido y por más que intentara resistirme, las lágrimas se deslizaban a toda prisa de mis ojos, como pequeños seres vivientes saltando al abismo.

Mis botas estaban enlodadas, mis piernas estaban cubiertas de raspones que me causaban sensaciones punzantes y tirantes cada vez que flexionaba mis rodillas. Mi cabello largo remolineaba salvajemente, arrancándome gritos de vez en cuando al atorarse entre las ramas de algunos árboles.

Y su risa, su risa aún resonaba en mi cabeza cual ave enjaulada revoloteando entre las rejas que la encarcelaban. Era tedioso, pero no sabía cómo silenciarlo porque cada vez que intentaba apartarlo, su voz me detenía una y otra vez.

Pero, ¿cuánto más debía correr para alejarme de él?

—¿Cansada de correr, preciosa? —dijo él.

Y eso fue todo, cerré mis ojos y dejé escapar un jadeo mientras mi cuerpo temblaba sin energías, era imposible alejarme.

Él me tenía a su merced.

Él me tenía a su merced

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𝐌𝐈𝐍𝐃 | 𝐊𝐓𝐇 [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora