Para Eileen Snape, regresar a esa lóbrega casa era una de las cosas que más había tratado de evitar desde que salió de Hogwarts, hacía ya diecinueve años.
Cubierta con una caperuza del color de la noche y escoltada por el señor Dolvan -el mayordomo-, Eileen entró al salón de la mansión, para luego ser guiada hacia uno de los pasillos contiguos que ella conocía muy bien.
El tétrico lugar apenas y estaba iluminado con la luz de la tarde que se filtraba por las enormes y largas ventanas de cortinas corridas, las alfombras color sangre evidenciaban que habían sido limpiadas hacía unas cuantas horas; y los retratos de sus antepasados murmuraban quién sabe qué, entre ellos.
-Permítame, señorita -pidió Dolvan la caperuza negra que llevaba Eileen, para evitar ser reconocida.
Ella se la dio sin mayor retraso; cuando el mayordomo la anunció en el despacho de aquel que una vez llamó padre, respiró profundamente y se aseguró de tener la varita a la mano, por si acaso.
Edmond Prince era un hombre de semblante serio, casi tétrico, de mirada severa; estricto hasta el núcleo mágico y elitista hasta los huesos -todo según ojos de ella-. Eileen aún lo recordaba como el hombre que se distanció de su madre por no haber sido capaz de darle un hijo varón, luego volviéndose débil para concebir.
Por eso, Eileen no tenía más hermanos de sangre.
Y celebraba en el alma que eso molestara a su padre. De alguna u otra manera, había logrado su objetivo; había "arruinado" la descendencia Prince, aquello que su padre jamás pudo perdonar.
El patriarca, sin mirarla y atendiendo unos documentos; bebió un poco de su taza de café.
-Tu núcleo mágico, está críticamente debilitado.
Ella no dijo nada.
-Spattergroit. ¿No te lo estás tratando, verdad? Aún está en fase... terminal.
Eileen sabía que su padre era un Ravenclaw hecho y derecho -como todo Prince-, en toda la extensión de la palabra, de los mejores de su época. Edmond era bueno deduciendo situaciones, no le fue difícil identificar los síntomas en su hija, a pesar de solo haberle hechado un vistazo fugaz. Debería sorprenderse por lo demacrada y delgada que estaba a pesar del maquillaje muggle que usaba para disimular; en vez de ello, se hubiera sorprendido no verla así.
-No es su asunto.
-Tienes razón. -Cerró su folio-, pero estás en mi casa, ahora. Te ciernes a mis reglas.
-¿No crees que por éstas mismas me fui?
-Tus razones las dejaste muy claras cuando recibí la lechuza de Alphard Black la misma noche en la que decidí desheredarte -pronunció con rudeza contenida en su voz.
-No me arrepiento de mi decisión.
-Fue la mejor, dado que hasta ese momento no podías hacer más para protegerte. Se debe admitir.
-Solo estaba siguiendo una de las doctrinas familiares.
-Las artes oscuras se aprenden porque son símbolo de conocimiento y superioridad, en cuanto a sabiduría. Merlín es el primer maestro, tú entremezclaste las cosas -resondró el mayor con la voz en alto, de manera brusca. Rememorando tiempos amargos.
Pues esa discusión no era nueva para ambos.
Eileen respiró profundo, intentando relajarse porque estaba demasiado incómoda.
-No vine a que me dijeras cómo debo o no pensar. Tengo muy claro las debilidades del mantra familiar.
-Ves fantasmas donde no los hay.
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La Luz del Príncipe [Cancelada]
FantasySirius Black tiene un plan para hacer que su hermano del alma, James, deje de estar tras las faldas de la señorita Evans. Sin embargo, un altercado en sus planes lo lleva al Bosque Prohibido que hace que empiece a ver a Snape con diferentes ojos. Pe...