Un pocionista es creativo

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El viaje fue sereno, Hogwarts se decidió por aparecer en una especie de tren volador de solo tres vagones; bastante discreto si le preguntaban a Dumbledore.

También estaban los escasos estudiantes que se quedaban para navidad y no iban a casa. Era el profesor Slughorn quien también los acompañaba.

Los calderos de casi todos los participantes yacían resguardados en uno de los vagones encantados, estos ni se movían cuando el tren sí lo hacía, también, estaba preparado para aparentar menos tamaño, pues dentro del vagón, había múltiples secciones. Era tan calmado allí, que no parecía que era parte de un tren que flotaba en el aire.

Una alegre música de bienvenida resonaba en los alrededores, eran voces juveniles cantando, seguramente ya estaban cerca de la escuela.

Lily miró por el vidrio de la ventana y jaló a Severus del uniforme para que también prestara atención, pronto, los cinco finalistas de Hogwarts estaban repartidos entre las ventanas y curioseaban el panorama.

Todo era verde de diferentes tonalidades, los sonidos silvestres y el canto de las aves se colaban por todo el vagón; ah... también estaba el aroma a plantas y flores que ni siquiera Severus se cansaba de olfatear. No había invierno, de hecho, el cielo era celeste pastel y el sol refulgía e iluminaba el territorio sin aparente señal de que fuera a ocultarse en horas. Incluso el aire era cálido, casi ni se sentía el golpetear de este en sus rostros.

Lo mejor fue que, a lo lejos, escondido entre las montañas verdosas y las nubes, se podía distinguir una enorme construcción dorada y brillante.

Rato después, el tren volador estacionó en el campo despejado, con la ayuda y las indicaciones del personal del lugar. Todos los ocupantes del tren saltaron entusiasmados sobre la yerba y observaron extrañados la selva que parecía nunca acabar.

—Chicos —habló Dumbledore—, no se separen del grupo. —Y fueron guiados por uno de los oriundos de la zona.

Llegar al castillo no tuvo contra tiempos, Severus pudo ver unos cuantos niños trigueños con bastones que se escondían entre los arbustos de la selva. Lily le dijo que ellos eran seres traviesos con cierto deje de vileza en sus bromas, siempre buscando la oportunidad de acercarse a los forasteros.

El castillo de Castelobruxo era muy diferente al estilo de Hogwarts y otros castillos medievales, era una construcción con piedras de oro y plataformas gigantes que asimilaban la forma triangular, talladas con figuras y escritos inentendibles, parecidos a las runas. La roca de la punta, muy arriba, brillaba cegadoramente al reflejar los rayos del sol.

La bienvenida fue muy acogedora, los estudiantes de diferentes grados saludaban desde los palcos, sus uniformes que llevaban capas verdes se meneaban con el viento, que parecía acariciarlos con sutileza.

El director de la escuela, Bernardo Dourado, un hombre moreno muy alto que llevaba una especie de sotana color crema con dorado, saludó amigablemente a los demás directores.

En Castelobruxo era época de vacaciones, y por navidad era extraño ver a estudiantes allí. Aunque claramente los presentes no eran ni la cuarta parte del alumnado.

La verdad, es que en latinoamérica había un elevado índice de orfandad, de la misma manera en la población mágica; así que muchos de los presentes no tenían hogar al cual llegar.

—Wao... ¿Esto es oro de verdad? —Scorsen de Hufflepuff palpó las paredes talladas del interior de la escuela.

Así como Hogwarts parecía estar hecho de piedra, como cualquier castillo; Castelobruxo aparentemente estaba hecho de puro oro.

—En realidad sí, es oro puro —informó Lily, leyendo su manual de bolsillo—. Los lugareños de El Dorado y El Paititi donaron todos los materiales y la mano de obra, además de que ellos eran los expertos en construcciones de oro de esta zona. En agradecimiento, los magos protegieron sus ciudades con hechizos de camuflaje.

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⏰ Última actualización: Oct 23, 2018 ⏰

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