Un pocionista es preciso

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Dumbledore se demoró en darle el permiso correspondiente a Severus para que pudiera salir y ver quién se encargaría del cuerpo de su madre.

Pues sí, Eileen Snape había fallecido, y ya no había nada que él pudiera hacer al respecto.

Decir que no había llorado era mentir cínicamente, esa noche, luego de pedirle su varita a Filch, se encerró en su habitación y ni con las preguntas de Rabastan o Chance, dejó de llorar.
Detestaba que lo vieran llorar, lo detestaba demasiado, pero era imposible no hacerlo.

Es que no era solo tristeza, era cólera e impotencia; se sentía inútil y débil, tan insignificante...
Y las palabras de señor Malfoy le resonaron en ese momento en toda la cabeza: "Pocos magos tienen el poder necesario"...

Severus quería tener el poder.

Pero no tenía tiempo para pensar en eso, era seguro que su ambición de poder había crecido un poco más.
Una vez calmo, se estiró y más serio que de costumbre, alistó un bolso minúsculo antes de bajar las escaleras hasta la sala común de Slytherin, donde yacían los extranjeros bromeando y bebiendo.

Karkaroff le dijo una que otra grosería que si Snape no respondió con un maleficio, fue porque no estaba de humor ni tampoco tenía tiempo.

—¿Te vas, pequeño? En la tarde es la primera prueba, no quieres ser descalificado...

Regulus, que iba detrás de Severus, sacó la varita, pero el segundo le negó. Así, salieron de la sala común mientras el menor acompañaba silenciosamente a Snape.

—Yo te aviso cualquier cosa, Regulus.

—Pero si quieres que te acompañe...

—No, debo hacerlo solo. Pero gracias.

Severus no quería mostrar sus sentimientos frente a nadie, ni siquiera ante Regulus, a pesar de saber que el chico no lo juzgaría. Detestaba verse débil, ni siquiera él mismo se soportaba así.

Lily le había dicho que le avisara, para acompañarlo. Y a Severus le hubiera encantado que fuera así, pero no, no le avisaría porque no quería que lo viera tan minúsculo.

Tomó una escoba que el mismo Dumbledore le prestó, y caminó entre los pasillos gélidos. Apenas eran las seis de la mañana, y el frío era arrasador.

—Snape.

Severus se giró muy molesto al reconocer dicha voz. Ausbelford.

—Uno de mis mejores estudiantes... ¿A dónde va tan temprano?

El menor le saludó secamente, sin ninguna palabra, antes de irse. Era uno de los que menos necesitaba ver.

—Si en caso vas a ver a Eileen... Mándale mis saludos.

Y el azabache sacó su varita, amemazante, la cual apuntó hacia el profesor de DCAO con firmeza, a nada de lanzarle un Crucio. Pero Marius también sacó la varita tan rápido como pudo y la apuntó hacia su estudiante.

—Usted...

—Lamento si no te caigo bien, Snape. Pero no tienes que ser grosero, solo estaba tratando de ser amable. —Su voz cantarina y sibilinosa le heló la sangre a Severus, pero decidió controlarse, pues tenía los minutos contados.

Sin decir más, Severus se retiró del pasillo tan rápido como pudo. Luego se montó en su escoba y se retiró de Hogwarts a una velocidad moderada.

Adoraba a su madre, era la única que lo había defendido de los constantes ataques de su padre. Y también era la mujer que lo condujo por el camino de las artes oscuras. No había en quién más creer, la había perdido tan pronto y él estando tan lejos. Había sido un completo inútil.

La Luz del Príncipe [Cancelada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora